El horror nuestro de cada día (CVII)

QUINTAS CAROLINAS: EL AULLIDO DEL MIEDO


El horror nuestro de cada día (CVII)

La Crónica de Chihuahua
Mayo de 2011, 20:45 pm

Por Froilán Meza Rivera

Chihuahua, Chih.- Todos los perros aúllan al unísono algunas noches en las Quintas Carolinas, pero no el aullido normal que es de dolor o de pérdida. Este es un aullido de miedo, que se manifiesta cuando uno o varios animales sienten la cercanía del mal, y los demás perros del rumbo reconocen el significado de aquel lamento y lo secundan, y entonces interpretan un coro de terror que pone los pelos de punta a los humanos.

¿A qué le temen los canes en esta orilla alejada que rezuma historia y tradición? Dicen que las Quintas es una zona “perturbada” por la presencia de fuerzas ocultas que se manifiestan en formas inexplicables para las personas.

Los primeros moradores en las casas de la Tercera Etapa del fraccionamiento Quintas Carolinas, en calle Monte Afayo, que es la frontera con el llano de la vieja hacienda, duraron como seis meses solos casi sin vecinos y rodeados de muchos baldíos. En esa vivienda, una de las hijas del dueño, allá por el año 2000, estaba una noche estudiando y, como le dio calor, abrió su ventana y dejó que entrara el aire. Se asomó la chamaca, y vio a “un fulano” parado cerca de uno de los dos postes del alumbrado público. Con la luz, ella se pudo fijar que el hombre tenía un sombrero de ala ancha, “no tan ancho como de charro” y unas cartucheras terciadas en el pecho. Al moverse ella, el “fulano” dejó de ser visible. “Villa, Revolución, fantasma”, las tres palabras acudieron con la mayor prontitud a la cabeza de la jovencita.

En otra ocasión, el “fantasma” fue visto montado a caballo.

Otro vecino, después, vio la misma figura con vestimenta marrón, el sombrerote y las cartucheras.

Un tercer vecino conoció de las dos versiones idénticas que le llegaron por separado, y concluyó que el relato era auténtico porque los testigos no se hubieran podido poner de acuerdo.

Meses después, cuando el poblamiento del sector se aceleró, una niñita tuvo la visión de “un señor—animal” (así lo llamó ella cuando le contó a su mamá), “grandote, grandote, más alto que el poste”. ¿Un demonio? —se preguntaron sin formular la pregunta en voz alta. La niña dijo que se había asomado a su ventana porque llamó su atención “una música” que se escuchaba en el aire.

Hay por cierto, una música fantasma también aquí, referida por los vecinos como “música mala”.

¿Qué quieren decir con “música mala”?

“Satánica”, contestó una vecina sin dudarlo para nada. Satánica es la letra, que dice cosas “malas”, cosas “muy feas”, dijo una madre de familia enojada de pronto porque no fue capaz de transcribir las letras de las canciones que llenan el aire en las Quintas Carolinas. “Pero sí son malas”, dijo tajante.

Algo muy característico se descubre cuando los vecinos buscan el origen de esa música: “si estás aquí, en Monte Afayo, escuchas que viene de la casona de la hacienda, más allá del llano”. Pero si te trasladas a la Quinta, entonces la música parece provenir del fraccionamiento, “es una cosa de locos”.

Los vecinos que son víctimas de estos fenómenos, y que son muchos, aseguran que se trata de “una zona muy tensa, muy perturbada”.

LA VENTANA ABIERTA

Otro fenómeno inquietante es que en las casas, si te duermes con las cortinas abiertas, el sueño te llega con pesadez, y te despiertas inquieto horas más tarde —a la una y media, tirándole hacia las 2 de la mañana—, pero te despiertas porque sientes que te están ahogando, que te oprimen el pecho y no te dejan respirar.

“Te incorporas, y tu vista se dirige en automático hacia la ventana, y sin que seas consciente de lo que te pasa, sin que tengas tiempo de pensarlo, tu primera reacción es ir a cerrar la ventana, como por instinto”.

Hay una relación ahí, entre lo que te oprime en tu sueño y que te quiere matar, con la ventana abierta... ¿por qué? “Es como si supieras en el fondo de tu ser que ’algo’ te acosa en la ventana, ’algo’ que te odia y de lo que debes defenderte”.

Es el mal, dicen, concentrado en toda esta zona, que fue una hacienda porfirista en la que propietarios y capataces ejercían sobre los peones acasillados y sobre los pobladores más modestos, una violencia con la que se castigaba a la gente sólo por ser “inferior” en la escala social. “Son los mismos sentimientos negativos y en esencia malvados contra los que se rebeló la peonada en la Revolución de 1910, es el odio que se ensañaba con todos aquellos seres que eran como objetos y como animales de labor para los hacendados”.

Ha habido dos ocasiones en los últimos años, en que todos, sin excepción, todos los perros del rumbo, se han enfrascado en un aullido único y masivo, pero no con el vigor de los aullidos de los perros de otros lados. No, aquí en las Quintas Carolinas, los perros aúllan despacito, como con sordina, tal pareciera que no quieren enfrentar a las fuerzas del mal, sólo manifestar su miedo como un miedo colectivo en el cual refugian sus miedos individuales, como un mecanismo de defensa.

“Los perros saben, los perros saben...”, dijo mi vecino el señor Gómez.

“Ellos saben”.