El horror nuestro de cada día (CVI)

"LAVADO DE SANGRE"


El horror nuestro de cada día (CVI)

La Crónica de Chihuahua
Mayo de 2011, 22:06 pm

Por Froilán Meza Rivera

Dice don Ernesto Sigala que el siguiente relato de terror, a él se lo contó un sobrino suyo. Un amigo de este sobrino trabajó hace un par de veranos en una estación de lavado automático de autos en Plaza Vallarta, de ésas en las que entra el carro completo para una buena cepillada, una lluvia de agua con espuma y una enjuagada al final. Los vehículos, después del autolavado, se entregan en manos de mozos diligentes, quienes le dan el toque final a los cristales, a la tapicería y a todo el interior.

Era ése, pues, un día de perros para los muchachos del autolavado, porque habían estado cayendo algunos aguaceros espaciados durante la mañana, y la tarde se presentaba todavía con ausencia de clientes y de propinas.

Ya para cerrar, minutos antes de las ocho de la noche, llegó sorpresivamente una camioneta negra, de esas cerradas, de modelo reciente, aunque muy maltratada. Parecía que acababa de participar en un choque, y fuerte.

Lo primero que llamó la atención del joven de la caseta, fue que el radiador echaba vapor, como si se hubiera sobrecalentado el motor o se hubiera roto una manguera. El vapor aquel envolvía todo y ocultaba parcialmente a los pasajeros.

Algo que impactó al empleado, fue el aspecto de los ocupantes: una mujer muy joven, de rasgos finos, cabello negro, cara y frente ensangrentadas como si se le hubiera hundido el rostro del lado izquierdo a consecuencia de algún golpe que por necesidad tendría que haber sido mortal; el copiloto, por su parte, mostraba heridas más perturbadoras, porque la camisa desgarrada dejaba ver algunas costillas desprendidas y quebradas, como si al interior del cuerpo hubiera ocurrido una explosión y la onda explosiva se hubiera abierto paso entre la carne del individuo. Su cara estaba terriblemente destrozada también, con la mandíbula expuesta.

Completaban el cuadro las salpicaduras de sangre por todos los cristales, así como un reguero también rojo que inundaba el tablero de control.

Paralizado por tal escena, Roque -se llamaba así al parecer- sólo atinó a extender la mano de manera mecánica, como lo hacía con todos los clientes para recoger el pago del servicio y dar el ticket correspondiente.

Dicen... dicen, porque él se bloqueó y es un detalle que no recuerda, que recitó ante sus clientes la rutina de recomendaciones que son obligadas en el uso del lavado automático: "cierre sus ventanillas, retraiga la antena del radio, colóquese sobre la banda del lavado, apague el motor y póngalo en neutral...".

Al otro empleado, el que activa los mecanismos de la espuma y dirige los autos hasta el gancho de la banda, le impresionó y llamó la atención el aspecto de la camioneta, porque uno de los rines estaba tan doblado, que parecía imposible que hubiera podido llegar rodando, y el frente estaba hundido por una colisión, al grado de que el parabrisas casi se desprendió y colgaba apenas.

El vehículo entró, pues, y los enormes cepillos lo refregaron por todos lados, al mismo tiempo que caían sobre él los chorros de espuma y de agua.

La camioneta se perdió de vista adentro del autolavado, como lo hacen todos los automóviles que entran al mecanismo.

Pero éste ya no apareció del otro lado. Nunca.

Simplemente se desvaneció, con todo y sus ocupantes.

Los muchachos que del otro lado secan la carrocería y lavan el interior de los carros, se quedaron con las franelitas en las manos y con el Armor-all listo para ser aplicado... en vano esperaron.

La vagoneta del terror simplemente se desvaneció en medio de la espuma.

A los tres días de este incidente que conmocionó a todos los empleados, el único rastro fue un órgano, parecido a un corazón humano, que apareció en la trampa de aceite, atorado en el cedazo. Apenas reconocible, el despojo fue tirado por manos temblorosas, dentro del bote de basura.