El horror nuestro de cada día (CLXX)

LAMENTOS HORRORIZAN A LOS GAMBUSINOS


El horror nuestro de cada día (CLXX)

La Crónica de Chihuahua
Abril de 2014, 00:05 am

Por Froilán Meza Rivera

Ahí en el socavón, donde permanecen los restos de una plataforma para un malacate que terminó por desplomarse hasta abajo a los merititos infiernos, se desprenden lamentos incomprensibles. Voces fantasmales se elevan desde los abismos insondables, para horror de las nuevas generaciones de gambusinos.

Son voces humanas, sin embargo, y traslucen el dolor intenso que padecen, o padecieron, quienes en vida los han de haber sufrido un martirio inenarrable. “Siempre se oyen, pero nunca les entiendo, dicen que estos fantasmas hablan un idioma extranjero, el que hablaban los gambusinos suecos”, dicen.

¿Quiénes eran los gambusinos suecos?

A mi me preguntan siempre que de dónde me vienen esos modos así medio bruscos, y el hablar enrevesado y fuerte pero respetuoso. Me preguntan eso las gentes en cuanto se dan cuenta de que no muerdo y se hacen mis amigos. Que de dónde me salió este cabello colorado y la estatura de casi dos metros, me dicen, y yo les cuento que mi origen es el de los gambusinos que llegaron a la sierra desde los países de las nieves en la alta Europa.

De Suecia vino mi abuelo, me dicen, y por lo tanto, soy heredero de la leyenda de los gambusinos suecos. Y entonces, las gentes me ven con admiración, y me piden que les cuente la leyenda que a ellos sólo ha llegado en retazos.

Esta leyenda se conserva en los ranchitos de Uruachi, y yo de ahí me di cuenta de mis raíces, y ahí conocí la leyenda como se las voy a contar.

Cuando las minas fabulosas de oro y de plata se empezaron a agotar, a fines del siglo Diecinueve y principios del siglo Veinte, las empresas inglesas y estadounidenses empezaron a despedir a cientos de mineros, y éstos se avinieron a desempeñar el mismo oficio del que vivieron, pero ahora por su cuenta, en lo que se llama gambusineada, que es rebuscar en las minas agotadas. Los gambusinos se introducían en las minas casi siempre de noche, y casi siempre de manera ilegal.

Pues entre los gambusinos surgidos de la ruina de las viejas minas, estaban cuatro ciudadanos suecos que llegaron un buen día a La Junta en tren, y de ahí se fueron por tierra en una caravana de mulas hasta la cabecera municipal de Uruachi, donde los esperaba Mister Clondike, gerente de una de las empresas norteamericanas.

Ahí los tuvo trabajando el gringo bajo sus órdenes, y dicen que ellos solitos, puestos en un socavón, encontraban más oro que cien mineros comunes y corrientes, y ahí comenzó la leyenda.

Uno de ellos, mi abuelo, se llamaba Asbjörn, que significa “El Oso Divino” en la antigua lengua de los nórdicos, y se enamoró de doña Ataúlfa Zavaleta, hija a su vez de inmigrantes españoles radicados también en esta tierra. El viejo don Efraín Zavaleta nunca dio consentimiento a los amores de los jóvenes, pero eso no fue obstáculo para que la muchacha tuviera una hija del “oso” nórdico, que a la postre resultó ser mi madre.

La presencia de los gambusinos suecos, quienes también fueron víctimas del desempleo, fue causa de un gran resquemor entre los mexicanos, ya que éstos temían que los suecos se llevaran todos los remanentes de metal que acaso hubiera todavía en los tiros y socavones.

Y un grupo de los mexicanos conspiró y tendió una trampa a los nórdicos, y los atraparon en una mina que no tenía más que la salida del frente, y entraron en tumulto y arrojaron a los desgraciados a la profundidad de una plataforma hundida, donde tuvieron espantosa muerte.

Hoy en día, los lamentos son tan fuertes, que impiden a cualquiera empezar siquiera a trabajar en la mina maldita, y los nuevos gambusinos se asombran de ese fenómeno sobrenatural que al más valiente le hace encoger los nervios.