El horror nuestro de cada día (CLXC)

INQUIETANTE ARRASTRAR DE CADENAS


El horror nuestro de cada día (CLXC)

La Crónica de Chihuahua
Junio de 2014, 21:24 pm

Por Froilán Meza Rivera

Yo me crié en estas calles, que en tiempos de mi infancia eran mucho más tranquilas que ahora y había menos delincuencia y narcotráfico. Por decir, hoy es casi imposible que las madres dejen a sus hijos retozar libres por el barrio, pues temen que se les echen a perder en las drogas y con las malas compañías.

Todo barrio tiene su casa de los espantos, y en la colonia Industrial hay varias. Una de las más famosas, sin embargo, es la que está en la esquina de la calle Jalisco y Felipe Ángeles, de la que se dice que ahí “espantan” y que “arrastran cadenas”.

Allá por 1970 y hasta bien entrada la década de los 80, la “casa de los espantos”, como la conocíamos, era una proximidad muy apreciada por todos nosotros, porque, libres como andábamos en calles y arroyos, su mala fama nos desafiaba y nos ponía unos retos sabrosísimos.

Para empezar, por las noches se escuchaba el arrastrar de cadenas, con un sonido muy claro que no nos dejaba lugar para la duda.

Claro, las cadenas las arrastraba un fantasma, y ahí estaba el reto permanente: quien se atreviera a entrar de noche, sería un héroe para todos nosotros, y aclamado como campeón indiscutible del barrio.

Todos nosotros llegamos a asomarnos por los vidrios rotos de las ventanas en el día, pero eso no tenía ningún mérito, porque lo más que se veía eran sombras que deambulaban de extremo a extremo por las paredes de la sala. De noche, sólo los más valientes se asomaban al interior, y de lejitos, lo más que llegábamos a percibir eran los ruidos, que eran de cadenas y otros muy parecidos, como de metales golpeando unos contra otros.
Las emociones no tenían límites en la “casa de los espantos”, pues en añadidura, había aquí al frente una higuera frondosa en la que llegaban a posarse por las noches unas lechuzas que nos llenaban de miedo con su seria presencia, su gesto feroz y su “u-u-jú, u-u-jú”. En nuestra imaginación afiebrada y elevada por el temor hasta las cimas más altas, estos avechuchos eran ni más ni menos que brujas transfiguradas en animal, y su aleteo a la media noche nos echaba en corrida las veces en que nos poníamos de acuerdo para venir a acechar en la mansión del horror.

Hubo una vez un chavito que entró, Emilio Contreras, y hasta la fecha se le sigue reconociendo su gran valor y su heroísmo. Salió bien cagado el compita, porque según nos contó, se encontró allá adentro con una viejita que se apoyaba en un bastón y que aparentemente se encontraba lavando trastes en la cocina.

Nunca, que haya yo sabido, ni los maleantes ni los vagabundos, ni nadie, entró a esta casa a hacer su morada, sabedores todos de que estaba embrujada. Por lo mismo, los muebles que le dejaron sus últimos inquilinos, ahí estaban: una camita individual en una de las recámaras, una mesita de centro, un juego de sala tan, pero tan viejo y gastado, que se le veían los resortes, y una mesa de centro de madera.

Todo estaba lleno de polvo por dentro, y si alguien hubiera andado por ahí, pisando, se hubieran visto las pisadas de los zapatos, pero no, el polvo estaba virgen la vez que entró Emilio.

En la casa de Jalisco y Felipe Ángeles, había un jardín pero desde afuera no se veía, porque lo tapaba el portón de madera que daba a la calle. La construcción era de adobe, y el enjarre del frente era como de color ladrillo que se fue desvaneciendo con los años.
A los ruidos que nos aterrorizaban, en ocasiones se agregaba una fantasmal luz en el patio, que no la veíamos como una luz... decíamos que se alumbraba como si hubieran encendido un farolito rojo y nos llegara nomás un cierto resplandorcillo.

Creo que la casa sigue ahí mismo, hace mucho que no me paro por esa esquina, pero su fama y sus espectros nos marcaron a todos los de mi generación.