El horror nuestro de cada día (CLIX)

EL TESORO DEL CISNE BLANCO


El horror nuestro de cada día (CLIX)

La Crónica de Chihuahua
Enero de 2013, 00:08 am

Por Froilán Meza Rivera

Cuando aquella bodega quedó en desuso, un día unos ladrones que se decidieron a entrar y forzaron la puerta, duraron nomás como diez minutos adentro. Salieron despavoridos y, de regreso del Cerro del Coronel a la taberna donde habían estado antes, esparcieron el rumor de que aquel lugar estaba endiablado.

Los ladrones dijeron que habían encontrado allá, entre las paredes de piedra dentro del cerro, pura humedad y abandono. Que había unas chaparreras colgadas de un clavo oxidado, unas bolsas de hule con algo adentro como lejía en escamas, varios sacos de ixtle con sorgo podrido, y unas petaquillas de madera y hojalata. Que, auxiliados con una pata de chiva y alumbrados con unas antorchas, abrieron las petaquillas, donde pensaban encontrar monedas de oro.

Contaron que, al forzar aquellos baulitos y arrimarle las lumbreras para ver mejor hacia adentro, una chispa encendió el contenido y se suscitó una explosión que derribó a los tres malvivientes. Relataron que, cuando se levantaban del suelo, entre la nube de humo "que olía a azufre", se formó la figura muy clara de un fantasma, de un hombre que sujetaba una espada, y que el espectro infernal abanicó el arma espantosa delante de sus narices.

Y que apenas les dio tiempo de salir corriendo, pero que antes de alcanzar la trampilla por donde entraron, los persiguió una carcajada siniestra que les infundió un pavor de muerte.
"La bodega está maldita, hay espíritus que protegen el oro, y si alguien piensa que voy a volver ahí, antes prefiero morir que entrar otra vez", dicen que dijo "El Salado", capitán de la banda.

Con maldición o sin maldición, los relatos de ese episodio de terror, magnificados por la chismografía popular, mantuvieron para siempre alejados de la bodega a los curiosos.
Pero ¿dónde se encontraba esa misteriosa bodega, y de quién era?

"Hay un salón ahí abajo, que lo veíamos cuando íbamos a trabajar a la estación Morse, rumbo a Avalos, aunque no se veía desde el camino, sino sólo los carros cargados que se clavaban en la tierra", dijo don Refugio Portillo.

La tradición oral ubica a la bodega adentro del cerco de un rancho ganadero que, en términos de la ciudad de Chihuahua moderna, correspondería a la actual esquina de las calles 45 y Urquidi, a tres cuadras de la avenida Pacheco.

Ese punto estaba, en aquel año 1935 de la historia de los ladrones, bastante alejado de la mancha urbana. Recuérdese que la Chihuahua de entonces era un reducido rectángulo limitado por la calle Trece al Oriente, la Terrazas al Sur, la 26a al Poniente y el río Chuvíscar al Norte.

"Era un salón grande, en el que entraban carros grandes de carga, y allá abajo cargaban o descargaban, me imagino que granos o pastura, porque era un rancho ganadero. No era un salón secreto, porque el camino que pasaba ahí cerca, por donde está ahora la avenida Pacheco, era muy frecuentado y era uno de los tres caminos que iban a la fundidora de Ávalos".

Al parecer, los dueños del lugar aprovecharon un barranquito natural y le escarbaron y lo techaron para hacer una bodega que, de esa manera, quedó muy maciza y protegida, ideal para un almacén.

Don Refugio recuerda que, al quedar abandonado el rancho, la bodega subterránea se convirtió en un misterio.

"Fíjese, se contaba que, en unos mezquites que había ahí, se aparecía en las tardes un cisne blanco, que muchos decían que era el espíritu del amo muerto, que vigilaba el tesoro que se quedó enterrado allá adentro".

Con el desarrollo de las colonias de las faldas del Cerro del Coronel, la bodega quedó ignorada y tal vez tapada con tierra. Pero allá adentro, aseguran los viejos, permanece enterrado el tesoro del cisne blanco.