El horror nuestro de cada día (CLIV)

LA LEYENDA NEGRA DEL PERRO QUE REÍA


El horror nuestro de cada día (CLIV)

La Crónica de Chihuahua
Noviembre de 2012, 22:43 pm

Por Froilán Meza Rivera

De Andrés, quien es un conocido de los amigos de mi hijo, dicen que todavía hace un año era una persona normal, no el pobre vegetal taciturno que es hoy y al que deben cambiarle hasta de pañal porque no controla sus funciones elementales.

Algo terrible le tuvo que suceder al muchacho, para que se pusiera como está. Y entre la gente de su barrio circula la versión de que está endiablado.

Andrés Leyva trabajaba de pizzero, no me queda claro si cocinaba las pizzas o si las repartía a domicilio, el caso es que diariamente llegaba a su casa alrededor de las 11 de la noche.

Ese día en que le sucedió su desgracia, al entrar Andrés por el barandal del jardín, al frente de la casa, su padre estaba ahí, tomando el fresco y esperando el regreso de su muchacho. Con Andrés, entró también un perro pardo muy raro al que le colgaba del cuello una bolsa de su propia carne.

"¿Viene contigo el perro, hijo?"

"No, pá, nada más se metió".

El perro, que no agredió a nadie ni parecía ser hostil, causó una repugnancia instantánea al muchacho y al hombre mayor. Era para ellos asqueroso contemplar cómo le salía esa protuberancia debajo, y peor porque parecía un globo flojo con agua que se movía con cada paso del animal.

La bolsa parecía siempre lista para reventar.

El joven agarró al can a patadas para sacarlo, y éste de momento no se movió, pero cuando arreciaron los ataques en su contra, el perro pardo encaró a su victimario.

El perro comenzó entonces a reírse, y se reía no como hiena, sino en todo igual que un ser humano.

"¡Ja, ja, ja, ja, ja!"

"¡Ja, ja, ja, ja, ja!"

"En vez de ladrar, al animal le salía una carcajada que nos llenó de espanto", dijo después el padre.

Don Agustín Leyva salió entonces con un palo, y logró acorralar al "perro del infierno", como le llamó después. Apaleado incluso, el can no dejaba de reírse, y dicen que la expresión de su rostro era como una sonrisa de burla, en la que Andrés y su padre han de haber visto al mismo diablo.

Sin embargo, la fiera terminó por correr hacia la calle, no sin antes haber volteado la cabeza hacia sus agresores. Ellos creyeron ver entre los blancos colmillos una mueca diabólicamente humana, totalmente antinatural.

"El perro maldito", como también se le ha conocido en La Industrial, estuvo rodando durante casi un mes, de casa en casa, y en todas partes fue invariablemente despedido con patadas y palos y rociado de agua caliente.

"El perro que reía", le llamaban algunos.

Hasta que un día murió el animal, con grandes e insoportables dolores, al infectarse la piel de la bolsa de pus que terminó por reventársele y que derramó el líquido pastoso y sanguinolento sobre la banqueta de don Agustín.

El perro quedó tendido en medio de un charco de la sustancia viscosa que provocó que resbalara y cayera ruidosamente la mamá de Andresito, al salir de casa, y que se manchara la señora también con la sangre de las heridas del can muerto.

Ya para entonces, Andrés estaba cumpliendo más de tres semanas recluido en el Hospital Siquiátrico, en un estado como de vegetal, orate perdido sin voluntad.

En La Industrial se cuenta la historia de Andrés como una posesión diabólica, y el perro que se reía era por supuesto el demonio, quien habría tomado venganza por el desprecio del muchacho y de su padre.

Un profesor de Biología retirado, a quien sus alumnos odiaron toda la vida porque siempre les insistió para que razonaran y abrieran su mente, dijo que tal vez el pobre perrito simplemente estaba enfermo de la garganta, y que por eso le salía un sonido como risa, en lugar del ladrido natural.