El horror nuestro de cada día (CLII)

LA SINIESTRA VIEJITA DEL CAFE


El horror nuestro de cada día (CLII)

La Crónica de Chihuahua
Noviembre de 2012, 23:24 pm

Por Froilán Meza Rivera

Era una vieja fea, arrugada, muy blanca, que te volteaba a ver con una mirada socarrona, como sintiéndose superior a ti, porque ella tenía el poder de aparecérsete y espantarte, y tú estabas a su merced. Te sonreía burlona y levantaba su mano derecha sujetando su inseparable taza de café humeante, y con ese gesto te ofrecía un trago, para desaparecer en seguida.

Imagínate lo que sentía Alejandra, la secretaria, cuando se quedaba sola en las tardes, en esa casota grande, fría, húmeda y sombría. Estaba siempre aterrada, invadida de un pavor incontrolable, temerosa de que en cualquier momento se le volviera a aparecer la viejita del café.

Quédese, Pedrito, me decía, acompáñeme un rato, no sea malo, mire cómo me quedo temblando, y yo me hubiera quedado encantado, pero me tenía que ir, no fuera a pensar mal mi señora. Y aparte las tentaciones...

En la esquina de las calles 13a. y Jiménez, hay una casona vieja, en la que todavía hace como cuatro años estaban la Casa Abrigo y las oficinas de El Aliviane, donde se daba apoyo en terapias y deportes a niños y jóvenes con capacidades diferentes.

A la entrada había un pasillo, y a los lados algunos cuartos que se usaron como oficinas, pero hacia el fondo estaba el patio, con una escalinata que daba a los cuartos del piso de arriba. Ahí arriba vivían los niños.

"La viejita del café", como la llamaban todos con un escalofrío, salía de un rincón del patio donde estaba antes un árbol viejo, añoso y con grandes nudos y ramas retorcidas que luego mandaron quitar porque estaba siempre lleno de bichos. Caminaba el fantasma un trecho en el patio, subía la escalinata, flotando en el aire siempre, y con su taza en la mano que no le podía faltar.

La viejita terminaba siempre por instalarse en el balconcito de cemento, arriba, al final de la escalera.

Alejandra la secretaria tenía miedo hasta de voltear hacia el patio. Desde donde estaba el escritorio de ella, se podía ver claramente la escalera y arriba el balcón, porque entre la estancia y el patio había una gran vidriera que transparentaba el paisaje.

Tenía pánico Alejandra, sobre todo al final de la tarde, estaba siempre agachada... yo le decía, en broma: "Alejandra, ahí está la viejita, y dice que si quiere usted una taza de café". A la muchacha, estas bromitas no le caían nada bien, por cierto.

A la tal viejita se le veía en las tardes cuando empezaba a pardear, y por las noches. Dicen que fue la dueña original de la casa, y aseguran que el que cobraba la renta hace cuatro años, es hijo de ella.

Hay quienes cuentan que la viejita dejó un tesoro escondido, al que se dedica a cuidar, pero otros aseguran que el tesoro pudo ser anterior...

Yo trabajé ahí en el 2002, cuando era El Aliviane, porque hoy en día la casona está desocupada. Por cierto, dándomelas de muy valiente, una vez me quedé a dormir ahí, para comprobar si se aparecía la viejita de blanco, pero aunque no la vi, sí me metí un susto tremendo, que no me quedaron ganas de repetir la experiencia.

Me di cuenta, esa noche, que pasaron varios gatos por el patio, y que al subir la escalinata en busca de ratones, se esponjaban y se les erizaban los pelos del lomo. Era como si ellos vieran a la viejita.

Además, me tocó escuchar ruidos que salían del baño de abajo de las escaleras. Eran ruidos como si arrastraran cadenas, y otros de golpes, de pasos, así como una serie de murmullos que me inquietaron.

Pero lo que más me dio miedo fue cuando se esponjaron los gatos, porque yo estaba acostado en una camita en un cuarto que da a la Calle Once. Por la ventana quebrada, uno de esos gatos, asustado, entró a refugiarse en el cuarto y me cayó encima y me rasguñó, y yo nomás me quedé quieto, mientras el gato saltaba y se alejaba a todo correr.
Cuenta la gente del barrio que ahí hay tesoros escondidos, que hay almas en pena, porque aparte, están otras dos casas viejas en seguida, donde también se escuchan ruidos y espantan.

Vivía en el patio de El Aliviane un gato blanco que tenía los ojos azules al que yo le llamaba "El Gringo", y al que sólo se le veía en la casa durante el día. De noche, el gato, sabio y prudente, se esfumaba. Dicen que "El Gringo" se iba para no toparse con la viejita de la taza de café.

Muy sabio, el animalito.