El horror nuestro de cada día (CIV)

La misión perdida de los jesuitas


El horror nuestro de cada día (CIV)

La Crónica de Chihuahua
Mayo de 2011, 22:00 pm

Por Froilán Meza Rivera

Loreto, Baja California Sur.— Al divisar la torre fantasma encima de aquella joroba en la tierra, supe de inmediato que estaba en el lugar preciso. Esa visión, borrosa y empañada, sin embargo, se fue volviendo traslúcida, transparente, hasta que desapareció, dejándome un resplandor impreso en los ojos, como si se hubiese desvanecido en una explosión de luz.

¡Ése era el punto donde fue fundada la primera misión de los jesuitas en las Californias! ¡Y vine a descubrirlo gracias a una aparición fantasmagórica!

Llegué aquí con la encomienda de la división de Arqueología, de localizar el sitio exacto donde se asentó la misión de San Bruno, que desapareció de la faz de la tierra desde 1685, cuando el clima por demás seco y la falta de agua hicieron fracasar las cosechas, con lo que fracasó también el proyecto de los padres jesuitas, de hacer aquí un asentamiento de indios nativos para cristianizarlos.

Ya me habían dicho en Loreto que iba yo a saber dónde buscar. “Tú no te preocupes, la misión se te va a revelar”, me anticipó un viejo pescador que me sorprendió porque sin habérselo dicho yo, conocía mi encomienda.

Nunca ha habido aquí un río, un arroyo de caudal permanente, sólo corrientes estacionales que corren intermitentemente pocos días al año en los años en que llueve. ¿Hay algún otro lugar así? ¿tan hostil para la vida humana?

Llegué caminando. A las pocas horas de vagar en círculos por un territorio agostado, tomé el curso de un arroyo. Literalmente me arrastraba yo de manera harto penosa a lo largo del lecho seco, con el sombrero de ala ancha protegiendo mis ojos y mi cabeza del calor calcinante. Esperaba, rogaba al cielo que en el siguiente recodo pudiera reconocer las señales.

“Vas a ver una joroba en la tierra, pegada al arroyo que muchos nombran arroyo de San Bruno, y vas a reconocer las ruinas porque, para que no dudes, se te va a aparecer la torre fantasma del templo de la misión”, me había advertido el pescador. Era misterioso, ese pescador, porque su aspecto tenía más de profeta bíblico: blanco, de pelo cano y largo que le caía a los hombros, la barba crecida y abundantemente rizada. Su acento nunca me pareció local, sino más bien con reminiscencias italianas por la forma de vocalizar las palabras cortas.

La misión de San Bruno fue el primer asiento misional en las Californias. Fue fundada en 1683 por los padres jesuitas Eusebio Francisco Kino, Matías Goñi y Juan Bautista Copart, a unos 20 kilómetros al norte de la hoy ciudad de Loreto.

En San Bruno los misioneros fueron bien recibidos por los nativos quienes les ayudaron a levantar una pequeña capilla e incipientes pies de casas. Pero en San Bruno el sol evaporó el agua y secó las cosechas. El gran sueño se secó también, y en 1685, el Almirante Isidro de Atondo y Antillón sometió a votación el abandono de aquella empresa californiana financiada por la Corona española. Ahí empezó la leyenda del pueblo y la torre fantasma.

¿Y el pescador italiano? Cuando regresé a Loreto con un plano provisional de los cimientos de la vieja misión, nadie en la bahía me supo dar razón del misterioso sujeto. “Fue el padre Kino en persona, el que regresó del más allá para auxiliarte”, me dijo medio en broma un colega.