El horror nuestro de cada día (CIII)

HORRIBLE ENCIERRO EN LA LEONA VICARIO


El horror nuestro de cada día (CIII)

La Crónica de Chihuahua
Mayo de 2011, 21:54 pm

Por Froilán Meza Rivera

Mexicali.— Nadie que se quede en la escuela después de las seis de la tarde, y que se encuentre en sus cabales, irá nunca a la bodega de materiales y almacén de los productos de limpieza. Otros antes ya lo hicieron, y se toparon de frente con el horror.

Han visto que, en salones cerrados con llave por fuera, se asoma por las ventanas una carita regordeta y triste. Lo han visto también sentado en cuclillas con la cabeza gacha en un rincón del referido saloncito, y se le han acercado creyendo que se trataba de un niño común, sólo para toparse con un rostro descarnado con ojos putrefactos y sonrisa de dientes abiertos sin labios.

En la escuela primaria federal Leona Vicario, la presencia del fantasma de un niño es un secreto a voces. Pregúntele a los profesores, y primero lo verán a usted como si fuera un fugado reciente del manicomio, pero al rato que lo semblanteen a usted, empezarán a dar ciertas claves con alguna desconfianza, para al final abrirse y contarle con todo detalle.

Entre los alumnos, los más reticentes para creer son los de los grados inferiores, pero los de quinto y sexto son verdaderos “veteranos” cazafantasmas, cada quien con una historia diferente y rica en horrores.

Dicen que había antes aquí, en este viejo edificio inaugurado en 1924, un sótano, como hay tantos en el primero y segundo cuadros de la ciudad de Mexicali. Los sótanos en las casas son una estrategia que usaron los primeros colonizadores de la región para combatir el intenso calor del verano. En este sótano particular, se cuenta, eran recluidos con frecuencia los niños malcriados, los rebeldes, los contestones, todos quienes representaban una molestia para los profesores.

Era, pues, una especie de celda de castigo, fría, húmeda y oscura.

Cuentan que hubo una vez un alumno a quien castigaron por no haber traído el uniforme, y que lo dejaron ahí durante para que escarmentara. El grupo de este niño salió a la hora acostumbrada del turno vespertino, salieron los demás grupos, cumplió el conserje sus deberes, igual los profesores, y se fueron todos a sus casas.

El chamaco, lleno de tristeza y de remordimientos, había decidido no cuestionar su castigo.

Al pasar muchas horas de encierro, sin embargo, el infeliz se desesperó y empezó a sentir angustia porque no habían ido por él. El hambre ya estaba haciendo estragos en su estómago, y se vio en la necesidad de orinar y defecar en un rincón. Cuando oscureció ese viernes de invierno, el chamaco se encontraba ya al borde de una colapso nervioso. De estar sentado en un rincón, inmóvil, dio un salto de repente y le dio por correr en el estrecho espacio del cuartito siniestro que, para su mala suerte, no contaba con luz y ni con un ventanuco que viera al patio.

El encierro era terrible.

Llegó un momento en que, desequilibrado, se arrancó el pobre los cabellos a tirones y se clavó las uñas en la cara. En un nivel de locura superior, quiso saciar su hambre comiéndose los dedos de las manos, y siguió con la carne de sus brazos.

Los familiares iniciaron una búsqueda desesperada del estudiante de cuarto grado, y sólo pudieron preguntar a los condiscípulos, pero no al profesor, porque éste vivía en un poblado rural cercano a San Luis Río Colorado y nadie supo dar razón de él.

A ninguno de los angustiados padres y compañeros del desaparecido se le ocurrió ir a buscar a la escuela.

Al lunes siguiente, es decir a las casi 30 horas de encierro, el profesor de cuarto grado tomó la llave del candado del sotanito y, en compañía de casi cuarenta personas, descendió al subterráneo, donde fue testigo él y fueron testigos todos, del cuadro más espantoso de sangre, locura y muerte.

Vaga hoy el fantasma del niño por toda la escuela, tratando en vano, dicen, de enmendar los supuestos errores que dieron pie a su castigo y, con infinitos remordimientos, es el fantasma más triste de que se tenga memoria.

Esto sucedió en la primaria Leona Vicario, en Mexicali, Baja California.