El horror nuestro de cada día (CI)

EL AJUSTICIADO DE LA VEINTE DE ABAJO


El horror nuestro de cada día (CI)

La Crónica de Chihuahua
Abril de 2011, 22:15 pm

Por Froilán Meza Rivera

Dicen que soy como un imán que atrae a las cosas del más allá. Quienes me conocen aseguran que soy una enciclopedia de experiencias de ésas que llaman paranormales, de fantasmas, casas embrujadas y objetos que se mueven por ellos mismos. Hoy les relataré sólo el más nuevo de estos sucesos que me tienen ya marcado para toda la vida y que, créanlo o no, me atormentan.

Caminaba yo por la calle Miguel Olea, o sea la llamada Veinte de Abajo, venía del supermercado La Fuente, pasadas las 12 de la noche, porque había ido a comprar algunas cosas que necesitábamos en la casa.

Allí en la mera esquina con Allende, me topé casi con un individuo que, en la esquina contraria a donde yo iba, se encontraba en cuclillas, agazapado pero volteando hacia mí. De entrada, se me hizo por lo menos curioso, si no extraño, que a esas horas hubiera alguien ahí afuera, pero yo mismo andaba en la calle, así que me dije: “¿Qué de extraño hay, pues?” y quise proseguir mi camino.

El tipo tenía una mirada que me pareció siniestra, vengativa, y me dio miedo, así que no esperé a que me buscara bronca o me lanzara algún reto de loco que no pudiera yo enfrentar. Tengo ya una larga experiencia en pleitos con loquitos en la calle, de los que salgo siempre raspado, como aquella ocasión en que, tratando de salvar a una chamaquita de que la golpeara un vagabundo descalzo y greñudo de ojos rojos, a mí me tocó un cuchillazo del que me quedó una cicatriz como de cesárea.

Evadí aquella mirada pero no pude evitar que se me erizara la espina dorsal, lo que para mí es señal de que me han clavado una fuerte mirada. Como no queriendo, le devolví la mirada al tipo que seguía entre sentado y en cuclillas, y la nueva intensidad de su maldad me alejó de ahí. De todas maneras tenía yo que doblar la esquina, así que me libré de la incomodidad de los ojos de aquél que yo etiqueté como loco.

Sin que hubiera durado más de un minuto, di la vuelta por la Privada de Allende y regresé a la intersección donde estaba el individuo de los ojos de loco furioso, pero ya no lo encontré.

Inquieto, sabedor de que yo soy receptáculo de venganzas y de apariciones del tipo sobrenatural, me fui inquieto, y decidí no pasar ya nunca por ahí tan de noche y a pie. Pero como me quedó la espina clavada, ¡ahí voy! Regresé la siguiente noche, sin siquiera con pretexto de comprar mandado.

Y como el instinto no me falla, ahí estaba el mismo sujeto, todavía en la misma posición, en el exacto lugar de la vez anterior, siguiendo cada uno de mis movimientos con una mirada que echaba desde abajo y que le deformaba los ojos.

Le brillaban de humedad los ojos, y con la boca contraída con labios abiertos en una expresión de dolor, no era ya odio lo que me transmitía, sino dolor. Sentí que sus sentimientos dominantes eran relativos a la venganza y la justicia, y con esa impresión me fui a tratar de dormir.

Mi amigo el dueño de la tiendita de ahí cerca me confirmó que se trataba, en efecto, de un nuevo fantasma, de cuyas apariciones ya le habían dado noticia las amas de casa, sus clientas más comunicativas del barrio.

Me dijo don León Bertoldo, el tendero: “Es el vecino que ejecutaron hace unos meses aquí cerca de la esquina, que no le han hecho justicia, y como dicen que dejó cuentas pendientes, y que su asesinato fue una venganza...”