El horror nuestro de cada día (C)

EL DIABLO EN EL OCASO


El horror nuestro de cada día (C)

La Crónica de Chihuahua
Abril de 2011, 17:43 pm

Por Froilán Meza Rivera

Parral, Chih.— Es fama que aquí se aparecen los espectros fantasmales de dos bandidos que fueron sacrificados por sus cómplices para convertirlos en guardianes de un supuesto tesoro. Se te presentan de repente y ofrecen hacerte rico, muy rico, y te muestran una riqueza desbordada en varios cofres relucientes de monedas de oro y plata. Pero te exigen, al mismo tiempo, con ojos penetrantes y voz gruesa e imperativa, que destruyas el altar de la “cuevita del peregrino”. Sólo entonces te convertirán en el poseedor de la fortuna que, según te dicen, te sacará de la miseria y te elevará a las cumbres más altas de la sociedad.

Al parecer, nadie les ha hecho caso a esos enviados del infierno, porque el altarcito se encuentra de pie todavía e intacto.

Es éste un paraje pedregoso con una pared rocosa al frente, con una pendiente que sería difícil de escalar a no ser porque las vacas han labrado con sus patas una veredita zigzagueante que remonta la pequeña elevación. Así que cualquier caminante humano que siga tal caminito, puede llegar sin mucho esfuerzo a la famosa cueva en el cantil. En las peñas coloradas que se encuentran a la salida de Parral hacia Santa Bárbara, todavía dentro del fundo legal de la comuna, existe una pequeña cueva que puede albergar a una persona parada y que se hunde unos pocos metros: diez, a lo más, entre la roca. Manos piadosas colocaron ahí hace muchos años, una especie de altar con una cruz de madera empotrada entre unas rocas que fueron unidas con mezcla. Hay ahí restos de las veladoras que ocasionalmente llevan los caminantes y que dejan encendidas hasta que se consumen solitas.

Es precisamente al pie de las peñas, en un punto donde se encajona el arroyito intermitente que corre al pie de las lomas y hace una curva hacia el sur, donde la gente evita pasar de noche, incluso cuando están a punto de caer las sombras del ocaso.

Quienes por acá se aventuran son las gentes de un ranchito cercano, los trabajadores que extraen piedra en una explotación aledaña a este terreno, y varios peregrinos que vienen expresamente a visitar la cuevita, catalogada por varias familias del Poniente de Parral como “lugar santo”. Y pasan los pastores de chivas y algunos cuidadores de vacas que pacen en estos prados.

En la voz de los fantasmas del tesoro, así como en las visiones que te provocan, dicen los lugareños, se manifiesta el mismo diablo, el demonio de la codicia que tienta a los mortales con un muestrario de todo lo más apetecible para quienes tienen metida la ambición en el alma. Dicen que a los tales espectros sólo los pueden ver las personas que siempre anteponen sus propios intereses por encima de los de los demás.

Se salvan de caer en los horrores de las apariciones infernales de este rincón, quienes en su vida hayan demostrado amor al prójimo y un espíritu generoso y desinteresado. Los demás... cuidado.