El horror nuestro de cada día (328)

AQUELLOS HOMBRES-OSOS DE LA SIERRA DE CHIHUAHUA


El horror nuestro de cada día (328)

La Crónica de Chihuahua
Abril de 2018, 17:58 pm

Por Froilán Meza Rivera

Espantosos rugidos en los que se reconocen acentos profundos de voz humana, se escuchan todavía en la sierra. Son gritos que hacen evocar, todavía entre los indígenas de Cusárare y alrededores, viejas leyendas de seres centenarios que se niegan a morir.

Dicen que se trata de bestias condenadas a desaparecer sin descendencia, y que los lamentos que desgarran los oídos por las noches y que mantienen a la gente en el amparo de sus cabañas, se entienden como gritos de dolor y de soledad.

Dicen que de los osos que merodeaban hace muchos años por las montañas en la región de la cascada Cusárare, uno de ellos se aventuró hasta las rancherías, acechó a las personas durante varios días. Y que escogió de entre la raza humana a una mujer, y se la llevó.

“Pero no la raptó para comérsela, sino que la hizo su mujer, y ella tuvo hijos del oso, y éstos eran mitad oso, mitad hombre”. La leyenda circula entre los habitantes de Cusárare desde hace tres generaciones.

Los hijos del oso, unos hombretones peludos que caminaban en dos patas y que tenían la fuerza de una fiera, cara rechoncha apenas reconocible como humana y tremendos dientes, fueron vistos en las cercanías de los numerosos ranchitos, merodeando a su vez para conseguir mujer, al modo de su padre.

Pero los lugareños, “entre ellos mi abuelo Ramón”, ya estaban advertidos, y consiguieron rifles y parque con las guardias rurales, para acabar con esa plaga en la que veían un peligro grave para la especie humana.

Cuenta Juanita Osorno que su abuelo y los otros hombres en estas rancherías organizaban partidas de caza para encontrar y matar a las bestias.

Nunca tuvieron ellos queja alguna acerca de que los mitad oso-mitad hombre hubieran hecho daño al ganado, o a los cultivos. No. El mayor temor de los mayores estaba en la certeza de que las bestias de nuevo cuño se sabían parecidas a los humanos, y que al no encontrar manera de aparearse con las osas, buscarían mujeres entre las tribus humanas.

“Por eso les tenían miedo, y se organizaron para defenderse de los ataques de los hombres oso, que sabían que eran tres y que eran machos”.

Contaban los mayores que una vez fue una india al río, a lavar ropa, y que muy sigilosamente se le acercó por atrás, entre los relices del cerro, una figura negra que, al verse descubierta, emitió unos gruñidos de bestia, y que se le escuchó también una especie de quejidos que querían ser palabras. “Era la mujer del oso, con el cuerpo desnudo y ennegrecido, llena de barro y suciedad en su cabellera que ahora le arrastraba”.

Era la mujer en todo una bestia, menos en sus ojos, que brillaban con inteligencia y con resignación.

¿A qué estuvo sometida esa mujer durante tantos años? ¿Se convirtió en una bestia sin razón? ¿Conservó la conciencia de su humanidad? El acercamiento a la india en el río pudo ser una prueba de que algo en ella quedaba de humano, interpretaron los lugareños.

Ha de haber muerto en sus ochenta, la esposa del oso, por las cuentas que sacaron las gentes de la edad que tenía cuando fue raptada y la fecha en que fue vista por última vez por ojos humanos.

Los hijos mitad oso-mitad hombres, en realidad, nunca fueron matados por las partidas de cazadores, y tampoco se cumplió nunca el temor de que merodeasen y se llevasen alguna mujer.

Con los años, los temores se desvanecieron, con la seguridad de que ya hubieran muerto los seres temidos. La historia se convirtió ya en una leyenda, que los indígenas cuentan con detalle. Hay quienes no conceden un gramo de verdad a los relatos de los indígenas sobre los hombres oso.

Pero si sólo es una leyenda vieja, ¿qué son entonces esos espantosos rugidos en los que se reconocen acentos profundos de voz humana y que se escuchan todavía en la sierra?