El horror nuestro de cada día (303)

LOS ENCADENADOS DE POLVO EN EL FLORIDO


El horror nuestro de cada día (303)

La Crónica de Chihuahua
Junio de 2017, 16:52 pm

Por Froilán Meza Rivera

Río Florido.- Batallaban aquellos mocitos trepados a una higuera en el centro del pueblo, en propiedad ajena a la que tenían acceso por fuera de la barda, hacia donde sobresalían varias ramas del preciado árbol, cuando mi primo cayó por accidente adentro de la finca. El compañero de travesuras quedó por fuera sin saber cómo había caído Esteban, así que esperó un rato que consideró prudente, y trepó el muro de adobes para asomarse.

Lo que vio del otro lado lo dejó más confuso, porque se había quebrado la rama donde estuvo trepado Esteban, y la rama quedó en el suelo, más no pudo distinguir la figura de mi primo. Saltó al interior, y fue entonces que vio el hoyo en el suelo. No se quiso arriesgar a caer en la trampa en que supuso que estaba su amigo, así que se acostó y sólo dejó la cabeza para asomarse. Mi primo estaba desmayado y no le iba a responder, así que buscó por dónde descender sin peligro y, en un exceso de audacia, trajo una escalera de aquel patio ajeno. Bajó, y lo que encontró fue a Estebancillo en la orilla de una amplia habitación subterránea olorosa a humedad y a viejo.

“Oye, Esteban, oye, despierta, mira dónde estamos”.

“¿Eh? ¿Qué? ¿Dónde estoy? ¿Qué pasó?”

“Te caíste del árbol y te metiste en esta cueva, o lo que sea... ven, vamos a ver qué hay más adentro”.

Mi pariente se incorporó y se fue con su amigo al interior del sótano. Accionaron sus encendedores, y así, con aquellas débiles llamitas, se aventuraron hacia el fondo.
La imaginación los transportó con facilidad, y de repente ya estaban en la otra orilla de una habitación rectangular con muros hechos de piedras grandes del río, techada con gruesas vigas de madera que soportaban dos capas de tabletas de encino que eran las que sostuvieron la tierra de encima durante por lo menos 250 años. El piso era zoclo de piedra caliza. La construcción era bastante maciza.

“¿Viste? Allá hay unos fantasmas”.

De las ruinas de la vieja Hacienda del Río Florido, hoy Villa Coronado, surgieron aquellas tres figuras fantasmales, tres hombres vestidos con gruesos ropones color marrón que se desmoronaron —los hombres y sus vestimentas— con sólo tocarlos. Los huesos esperaron sólo a que les diera el aire, o a que los tocaran los vivos con sus miradas y sus dedos cálidos. Tal vez sólo deseaban sentir en su cercanía los corazones latientes, para hacerse polvo.

Esos tres cuerpos vestidos de monjes, encadenados, fueron descubiertos hace ya más de 20 años por quienes eran entonces dos adolescentes: mi primo Esteban Meza y un amigo suyo del que no tengo el nombre.

Tres hombres con trajes negros estaban sentados en un banco de piedra, en fila lateral, uno al lado del otro, tres de ellos...

“¡Vámonos! ¡Yo no aguanto, vámonos ya”.

A mi pariente le sudó la nuca y una corriente de sangre caliente le recorrió de los pies a la cabeza, y después en sentido inverso, y sintió que se le erizaron los cabellos de la cabeza y todos los vellitos de brazos y piernas. En un instante sintió frío, en el verano pleno y cálido.
El amigo de mi primo se acercó, solo, y echó su lucecilla sobre el rostro descarnado de aquellos infelices que se habían momificado parcialmente.

“Vamos a traer al padrecito”, dijo Esteban, quien temía condenarse por perturbar el reposo de los difuntos, ya convencido de que eran muertos muy viejos, dejados ahí con algún propósito misterioso.

Regresaron los mozos por la puerta del frente, pasaron por el portón principal de la casona y llegaron en compañía del párroco y del dueño. Volvieron a entrar al sótano, ahora en número de cuatro, pero inmediatamente después de que el sacerdote tocara al primero de los supuestos monjes, éste se desvaneció en medio de una breve nubecita de polvo que se asentó en la piedra, y con ello se desencadenó la pulverización de los otros dos.

Vestigios apenas reconocibles: fragmentos de huesos, retazos de piel endurecida, y fibras sueltas del textil de los hábitos, fue todo lo que quedó para la posteridad. Eso, y las cadenas que sujetaron sus pies.

¿Quiénes fueron, y por qué los habían encadenado?