El horror nuestro de cada día (299)

SATÁNICOS ASESINOS EN COLONIA ANÁHUAC. EL SÓTANO SECRETO


El horror nuestro de cada día (299)

La Crónica de Chihuahua
Mayo de 2017, 17:00 pm

Por Froilán Meza Rivera

Anáhuac, Chihuahua.- Un día empezaron a aparecer cadáveres de animales de pelo y plumaje negros, que se sumaron a los gritos espeluznantes, a las luces de hogueras, a los aullidos y los lúgubres cánticos de tonos graves que retumbaban cotidianamente en el estómago de los vecinos.

Doña Catalina, madre de uno de los obreros de Celulosa, revisó un día el patio de la casa enseguida de la suya, y se encontró con un espectáculo que compartió de inmediato con sus vecinos. Estupefactos, los hombres y mujeres estaban de repente en medio de aquel escenario en el que sucedían, dos noches por mes, los misteriosos ruidos y fenómenos de la casa abandonada.

Vieron el pentagrama encapsulado en un círculo, los tridentes, un dibujo del demonio con cuernos hecho a gis, y aquel gallo sin cabeza sacrificado y echado su cadáver a un rincón.

El sótano, que era algo anormal en las llamadas “casitas de la compañía”, fue todo un descubrimiento, porque ninguna de aquellas viviendas que hasta antes de la quiebra de Celulosa se destinaban a los obreros, contaba con nada parecido.

El grupo de curiosos bajó al sótano cuya puerta quedaba oculta detrás de una falsa pared y, armados de dos linternas de mano, bajaron la empinada escalera.

Nunca fueron testigos, ninguno lo fue jamás, de algo como aquello: de las vigas del sótano secreto colgaban los cuerpos de tres jóvenes vestidos con negras túnicas, que murieron ahorcados.

Doña Catalina, quien quedó a un punto de sufrir un infarto, tropezó con otro cuerpo, que estaba tendido en el piso de tierra. Aquel cuarto joven estaba vivo, a diferencia de sus compañeros.

“Son satánicos”, fue la consigna que el aire esparció en la estrechez del infierno grande en el pueblo chico que es Anáhuac, apenas se hubieron ido la ambulancia y las camionetas del forense rumbo a la cabecera municipal.

“Hicieron un pacto para morir en honor del maligno”, decían las voces.

“El otro muchacho se rajó y quedó vivo, pero ya está condenado”, repetían.

Dámaso Buendía, el cuarto de los “satánicos”, el sobreviviente de un pacto de sangre de la cofradía de los adoradores de Satanás, quedó marcado, en efecto, a raíz de la tragedia, y dicen los habitantes del pueblo que él no duró mucho aquí, que se tuvo que ir a los Estados Unidos.

Una popular versión ponía a este muchacho en una grave situación, porque decían que él nunca se iba a poder zafar de la fuerza del pacto. Y aunque nadie lo volvió a ver en la calle, se sabía de todas maneras que él pasaba las noches y los días en la casa paterna, eternamente atormentado.

“Dice mi comadre que a Dámaso se le aparecen sus compañeros todo el día, que como se rajó, anda todo asustado y que no lo dejan en paz los otros satánicos”, relataba un vecino.

“Ven, ven a la casa a completar el pacto”, dicen que le exigían los fantasmas de los ahorcados.

Y el padre de uno de los jóvenes sacrificados, gritaba en la cantina, ahogado de alcohol y de dolor, que él mismo iba a matar a Dámaso con sus propias manos, “porque a mí nadie me convencerá de que él no fue el que mató a los otros tres”.

“Él es el asesino de mi hijo”.

El suceso fue real, y las crónicas y comentarios al respecto duraron semanas en los periódicos, hasta que amainó el interés y quedó sólo como una leyenda urbana en Anáhuac y en Cuauhtémoc. Hoy todavía.