El horror nuestro de cada día (CLXCV)

UNOS NIÑOS HABÍA EN LA CASA


El horror nuestro de cada día (CLXCV)

La Crónica de Chihuahua
Julio de 2014, 22:13 pm

Por Froilán Meza Rivera

Estelita Ortiz, quien ahora es abuela y espera que le llegue la bisabuelidad en corto, relata que cuando era una niña, de unos 7 años más o menos, llegó a su casa un día el fantasma de una chiquilla un poco menor que ella.

“Ora verá, pues estaba yo una noche durmiendo en mi cuarto, y no sé por qué me desperté de repente y me puse a mirar el reloj de pared que nos había colocado mi madre a mi hermana y a mí para que no tuviéramos pretexto para no levantarnos para la escuela. El reloj marcaba la 1:30 de la mañana pasadita”.

Estelita todavía se llena de terror al contar esta historia.

“Me dio por ver a mi izquierda y fue cuando vi a una niña como de 6 años. No miré que tuviera nada raro, salvo que nada tenía que hacer ella a esa hora en mi cuarto… ¡en plena madrugada! Vestía un conjuntito rosa… yo la distinguía porque había luna llena, creo, o si no, a punto de llenarse, pero de todas maneras entraba mucha luz porque, siendo verano, toda la estancia se bañaba de luminosidad de plata… la niña tenía el cabello rubio y ondulado, y unos lindos ojos azules”.

En ese momento, Estelita sacó valor de su infinita curiosidad y se grabó todos los detalles.

“Ella me miraba fijamente, se le notaba triste, y en lo que a mí me pareció un gesto de agresión, me extendió su mano y me hizo señas como para que fuera con ella, para que yo me le aproximara, pero me asusté, y casi paralizada del terror, le tendí mi mano para que ella la tomara, y cuando estuve a punto de tocarla, me arrepentí”.

Dice Estelita que en ese tiempo no había televisión en Parral, apenas y sus padres las llevaban de vez en cuando al cine, pero nunca a ver películas de terror. “Yo sí recuerdo las historias de espantos y de aparecidos de la mina La Prieta, que eran unos relatos que nos hacían casi orinarnos del susto pero que nos gustaban mucho. Nunca nos contaban nada mis padres, sino mi abuelito materno que era medio pícaro; él sí nos dejaba todas asustadas a mi hermana y a mí junto con mis primitas que venían por las tardes a que hiciéramos la tarea para salir a jugar después a casa de ellas, a la vuelta del callejón”.

…“A la niña casi la toqué, pero cuando iba a alcanzarle los deditos de su mano, me detuve, cerré mis ojos, y cuando los volví a abrir ella seguía ahí, pero ya no era igual. Ahora era una muñeca de porcelana con el mismo vestidito rosa y su moño en la cabeza, y seguía estando triste, con ojos de muñeca triste”.

La niña-muñeca desapareció al siguiente parpadeo de Estelita.

Pero aquella figura ya fue inolvidable, e incluso regresó en diferentes etapas de la vida de la niña.

“Ya cuando yo estaba más grandecita, estábamos en una ocasión en la casa de mi abuela, la esposa de mi abuelito el de las historias de miedo –quien ya para entonces había fallecido de enfermedad de los pulmones—, y ahí las mujeres mayores empezaron a hablar de esa casa donde yo vivía. Decía mi abuelita que su mamá le contaba que en un tiempo, toda la manzana era en tiempos de aguas una laguna donde el río hacía un recodo y donde algunas personas se ahogaron. Que después, esa parte del recodo fue rellenada con tierra y escombro, y que encima están los cimientos de mi casa paterna, pero que primero hicieron ahí una pista de baile o algo así, hasta que por último construyeron casas… yo hablo de esto de oídas, pero para que mi bisabuela lo contara como algo viejo, pues esto se ha de remontar por lo menos a principios del siglo Diecinueve”.

“Mi mamá y una tía dicen que ellas recuerdan que de chicas escuchaban a unos niños jugar y reírse, pero que nunca los veían (ambas crecieron en esa casa, que luego le compró mi papá a un hermano de mi mamá que la heredó).”

Cuando Estelita cumplió 19 años, ya estaba prometida en matrimonio, era tiempo de preparativos jubilosos, y un día en que se metió a su cuarto a probarse unos accesorios y a preparar algo para su ajuar, ella se encontró con la muñeca de nuevo.

“Estaba entre los paquetes que me trajeron mis tías de Chihuahua con las cosas de la fiesta. Parecía un regalo porque sólo le faltaba un moño, pero yo la reconocí de inmediato, y me puse histérica, le hablé a mi madre, y me traje al cuarto también a mi hermana y a una prima que estaban en la sala. Les reclamé por lo que yo pensé era una broma, pero ninguna de ellas, y después mis tías igual, nadie admitió haber traído esa muñeca a la casa”.

La explicación nunca llegó, y la muñeca, con su vestidito rosa y su moño, con su expresión triste y su cabello rubio, fue relegada a un rincón oscuro del que nunca nadie la rescató.

“Yo ahora vivo en otro lugar y la casa fue demolida porque era muy vieja, pero nunca olvidé a la niña y a la muñeca que era como ella”.