El horror nuestro de cada día (CLXCIII)

EL ACCIDENTE FANTASMA


El horror nuestro de cada día (CLXCIII)

La Crónica de Chihuahua
Julio de 2014, 23:03 pm

Por Froilán Meza Rivera

Hay algo propio de la media noche que impone respeto, miedo y a veces hasta terror en la gente. Incluso los espíritus más fuertes se tambalean ante el impacto de las cosas sobrenaturales que nos depara la media noche.

Es la hora del maligno, dicen.

A veces, a bordo de una máquina poderosa, el insignificante mortal se siente dios, y cree que puede conjurar el mal. Se hace ilusiones acerca de que el mal no lo puede tocar, pero se equivoca.

Ésta es una experiencia que me transformó y me convirtió en uno de los ejemplares más humildes de ser humano.

Iba yo conduciendo por la autopista, apenas pasadas las doce de la noche. Una sombra apareció de repente, y yo alcancé a percibirla con esa visión algo borrosa y como propia de las películas de suspenso. Es la visión periférica, que le llaman, o ver con el rabillo de los ojos. El caso es que era una sombra larga, densa y recta. Se movió del punto ciego a la izquierda hacia el centro en un suspiro, y de pronto ya estaba directamente frente al cofre del automóvil. Mi primera reacción fue girar con brusquedad el volante, primero a la derecha y después a la izquierda, pero no logré evitar el obstáculo. Con un crujido de metal, la parte delantera del auto se impactó contra la sombra.

Con las manos engarfiadas contra el volante, tardé unos segundos en reaccionar. Cuando lo hice, repasé en un segundo los daños, en un inventario mental del estado de mi propio cuerpo y de mi vehículo. No sentí dolor o laceración alguna, y solamente la bolsa de aire hinchada comprobó que la colisión había sido real. Tembloroso, solté el cinturón de seguridad y abrí la puerta. Afuera del coche, la noche era oscura. Eché un vistazo al paisaje, y me di cuenta de que estaba en un paraje apartado, pero además hice un cálculo pronto del trayecto que debía recorrer para llegar hasta mi casa.

Era un bosque que bordeaba el camino, eran los pinos altos y de frondas oscuras y espesas. No se escuchaba otro sonido más que el fuelle agitado de mi sistema respiratorio. Con un poco de miedo rodeé el costado del auto para revisar los daños y descubrir a la víctima del accidente, que en un relámpago de lucidez supe que tenía que haber sido fatal, de acuerdo a lo fuerte del golpe.

Pero no había nada frente al coche. Incluso, forzando un poco la vista en esa noche sin luna, el cofre aparecía intacto, sin golpes ni manchas de sangre ni de nada.

Si no estuviera completamente solo, pensé, investigaría un poco más. Sin embargo, hacía frío, pasaba de la medianoche, y algo acerca de la medianoche aterroriza a los humanos solitarios. No había nada ni nadie frente al vehículo. Subí de nuevo al poderoso Mustang, quité de en medio como pude la hinchada bolsa de aire, encendí el motor y reemprendí el camino a casa.

Esa noche no pude dormir. O, si dormí, mi sueño estuvo perturbado por pesadillas. El accidente me intrigaba. La bolsa de aire se desplegó, como lo debe hacer cuando el auto pega contra algo sólido... y sin embargo, no había golpeado nada.

El misterio me atormenta todavía, todos los días de mi vida.