El horror nuestro de cada día (CLXXXIII)

ESPECTRO EN EL TALLER DE DIBUJO


El horror nuestro de cada día (CLXXXIII)

La Crónica de Chihuahua
Junio de 2014, 22:21 pm

Por Froilán Meza Rivera

El profe Miguel Casiano, según decía una amiga mía alumna suya quien me contó la historia, batalló mucho para dejar su tierra, la Mixteca oaxqueña, y salir al mundo sin dinero y sin familiares en la ciudad. Pues algo ha de haber conseguido el joven estudiante Casiano, tal vez una beca, que pudo cursar la preparatoria en Oaxaca y hasta se inscribió en la Facultad de Arquitectura. Recién llegado a la Universidad, se dio cuenta de que, para hacer tareas, debía acudir por las tardes al edificio 121 de Arquitectura, donde muchos otros como él, quienes no tenían restiradores para hacer planos en sus casas, pues se quedaban hasta tarde aprovechando los que había en la escuela.

Lo malo era que sólo podían trabajar ahí hasta que se los permitiera la luz del sol, porque no había instalación eléctrica en aquel entonces, aunque parece que en la actualidad ya se modernizó ese taller.

Cuenta Casiano que una tarde se quedaron él y otros amigos a hacer una tarea en los restiradores de Arquitectura, y escucharon que alguien chiflaba (aclara que allá en Arquitectura existía como una tradición, que si te quedabas hasta tarde trabajando en los restiradores, los intendentes entraban en los edificios y chiflaban, y entonces tú les tenías que contestar también con un silbido para que supieran que estabas trabajando y no te apagaran las luces de afuera o te dejaran encerrado en el edificio).

Los muchachos esa vez respondieron chiflando y escucharon que alguien subía las escaleras y que llegaba hasta la entrada del salón en donde ellos estaban. Pero cuando salieron a ver quién era, nadie había ahí, ni la sombra de una persona.

Y así les sucedió otras dos veces.

Siguieron trabajando, y cuando se iban a ir, las muchachas pidieron a los hombres que si por favor subían al baño con ellas (el baño de mujeres estaba en la planta alta, y como tampoco había luz allá, pues temían que les saliera alguien que pudiera estar escondido).

Pues sí, claro que las acompañaron.

El caso es que subieron todos en bola, y los chavos entraron antes al baño para cerciorarse de que no hubiera ningún acechador.

Bromearon ellos con el miedo de las muchachas:

“¡Buuú! Grrrr... ¡Aquí viene el violador asesino de doncellas!”.

“¡Auuuuuuú! ¡El hombre lobo te va a comer!”

Rieron todos, ellas y ellos, pero de todas maneras abrieron las puertas de los dos baños y vieron que no había nadie.

Pero cuando las muchachos salieron para que las chavas entraran, escucharon todos que alguien salía de uno de los baños y azotaba la puerta... lo que sucedió justamente después de que revisaron...

Presas del miedo, todos los del grupo se bajaron corriendo al salón, recogieron atropelladamente sus cosas, y cuando salieron del salón escucharon claramente el sonido que hizo uno de los restiradores, tal y como si alguien lo hubiera movido con las manos. Era el ruido que hacen las patas de madera contra el suelo.

¿Que cómo le hicieron? Pues estos amigos siguieron haciendo tareas de planos y dibujos en bola, nunca iban solos y, muy importante, ya nunca dejaron que se les oscureciera, para lo que se apuraban y se concentraban en el trabajo, sin distracciones.

Ahí mismo en Arquitectura, otro maestro, del que Liseth no recuerda su nombre, pero sí que les daba la materia de Ilustración, entraba a las 6 de la tarde y salía a las 8 y media o 9 de la noche. Como a este profe siempre le había tocado dar clases en la tarde, relató que un día estaba dando clases... “Ya era de noche y estaban conmigo tres alumnos, y como el salón de diseño queda en frente de los baños de las mujeres...” (Sí, lector, se trata del mismo baño de la otra historia) ... “vimos todos la sombra de una persona que salía del baño y escuchamos cómo bajaba las escaleras, pero cuando nos asomamos para ver quién era, ¿qué creen? No había nadie”.