El horror nuestro de cada día (CLXXVIII)

MISTERIOSA MUJER DE FANTASMAL BELLEZA


El horror nuestro de cada día (CLXXVIII)

La Crónica de Chihuahua
Mayo de 2014, 23:26 pm

Por Froilán Meza Rivera

El susto tremendo que me llevé, fue por andar de curioso, quién me lo manda. Más bien fue una serie de sustos, uno detrás del otro. Estaba yo en contraesquina de la antigua casona construida hace más de cien años, hoy Museo de los Yaquis, e instalé ahí el tripié para montar mi cámara con la loca y peregrina idea de fotografiar a la famosa mujer india que tiene fama de aparecerse por la calle, y de quien dicen que pasa por el museo.

“¡Tas pendejo, compadre! ¿Qué chingados vas a lograr una toma? ¿A poco crees en fantasmas?”, me dijo mi compadrito del alma, Ernesto Rodríguez, corresponsal de varias radiodifusoras locales y nacionales.

Yo, de todas maneras, ahí me coloqué, con la cámara ya lista nomás para apretar el obturador. Esa noche era fría, y entraba el viento del norte, pero además había caído una espesa neblina amarillenta formada por el polvo que levantaban los carros y la humedad del ambiente.

Ahí me estuve horas esperando, igual que la ocasión en que me quedé hecho una piedra esperando que llegaran los colibríes a las flores de un bosquecillo de colorines en otra región del mundo. ¿Qué me motivaba a estar ahí? La simple pero gloriosa oportunidad de presenciar yo mismo, y de registrar en una fotografía, la figura misteriosa de la mujer cuarentona que describe la gente, de cara ovalada, que según los que la han visto, es, o era, una belleza indígena sin igual por su pelo negro trenzado y medio cubierto por un rebozo.

Larga era la espera, la neblina aumentaba y el frío ya me calaba en mis huesos cincuentones.

De repente, sin embargo, vi un bulto negro que saltó de un viejo árbol, cercano al canal de riego Porfirio Díaz, que divide al pueblo en los barrios yaquis y mestizo mexicano.

Pero en eso me distraje con un aleteo que me llegó del otro lado. Saldría, no lo sé, del árbol cercano a la antigua noria, una lechuza que cruzó la calle en busca de comida o huyendo d algo. Las lechuzas, según la gente, anuncia la muerte, y ésta voló sobre mi cabeza, y me tuve que agachar, asustado ya con gran susto, para evitar sus garras. Y luego, un gato negro de ojos brillantes, se acomodó sobre el muro de adobe como esperando algo de comida o tal vez, curioseando sobre mi trabajo, pero lo que me asombró fue que maulló varias veces, de manera muy lastimera, como con miedo, y me vino un sobrecogimiento porque me acordé que dicen que los gatos son emisarios de las brujas.

El bulto negro, que por dos veces perdí de vista, se transformó en una figura humana, que no caminaba sino flotaba arriba del suelo. Yo la observé con temor, ya que lo desconocido siempre me causa temor. La figura era un fantasma, por fin, y desapareció de camino al museo, en cuya esquina simplemente se desvaneció, como se desvanece el humo con el viento.

¡Y yo, pendejo, nunca me acordé de oprimir el obturador para plasmar aquella imagen en una fotografía que me hubiera dado gloria y renombre! ¡Pendejo, mil veces pendejo!