El horror nuestro de cada día (277)

UN AUTÓMATA ASESINO SERIAL


El horror nuestro de cada día (277)

La Crónica de Chihuahua
Febrero de 2016, 20:00 pm

Por Froilán Meza Rivera

No se le ocurrió a Carlos Manuel —porque no había ningún motivo para ello— que aquella ola de misteriosos atropellos de personas que ocurrían durante las noches, a razón de uno diario, podría estar ligada a una curiosa experiencia que él mismo había tenido unas semanas atrás. Pero después, al conocer algunos detalles de aquellos crímenes arteros, se le prendió un foquito muy adentro en la cabeza. Y recordó.

Aquel primer día, Carlos Manuel Arzate Chávez, mecánico de profesión, volteó la vista hacia su izquierda mientras esperaba en el semáforo en rojo, intrigado por un rechinido que le molestó y que provenía de una camioneta de modelo atrasado, una pick up International como del sesenta y cinco. De entrada se imaginó que el rechinido podría ser producido por el limpiador de lluvia del cristal delantero, pero se dio cuenta de que el vehículo a su lado no contaba con ese necesarísimo implemento, aunque llovía.

Conocedor experto de todo tipo de sonidos, ruidos, cloqueos, rasgueos, rechinidos, etcétera, de los automóviles, no pudo sin embargo, detectar “a oído de buen cubero”, el origen del misterioso y rítmico golpeteo que le pareció como ruido del eje descentrado de un pequeño motor.

La sensación de intriga finalizó en esa ocasión cuando se puso la luz verde y Carlos Manuel perdió de vista a la International en la siguiente cuadra.

A pesar de que el mecánico olvidó ese incidente, durante varios días al despertar traía el ruidillo aquel metido en la cabeza, como si una fuerza misteriosa rondara su mente. Al levantarse, sin embargo, volvía a olvidar aquello.

En una ocasión, cuando menos lo esperaba, como un relámpago, se acordó de otro detalle olvidado de aquel primer día en el semáforo: detrás de los vidrios mugrosos de la vieja pick up, a Carlos Manuel le había chocado el aspecto del conductor, porque no movía ningún músculo y porque llevaba unos enormes lentes parecidos a los gogles que se usan para el buceo.

“Un autómata, un robot”, se dijo a sí mismo el mecánico, en sorpresiva revelación.

A partir de ese momento, a Carlos Manuel Arzate Chávez, se le metió la obsesión por buscar la International modelo del sesenta y cinco y a su rarísimo conductor.

Empleó el mecánico casi 10 horas diarias toda una semana, manejando su carro por cada rincón de la ciudad y maldiciéndose por su propia ineptitud cada mañana, al enterarse por la prensa de que había habido un nuevo atropello y una nueva víctima durante la noche anterior.

Y llegó un día de suerte, cuando a lo lejos en una avenida solitaria, avistó Arzate “la camioneta diabólica”, como la llamaba él, y la persiguió durante un cuarto de hora hasta que se estacionó.

Bajó Carlos Manuel de su vehículo y se acercó con toda precaución a la International y al inspeccionarla descubrió una serie de manchas en el tumbaburros y en la defensa, manchas rojas de sangre reseca mezcladas con una nueva capa de sangre fresca y de restos de cabellos y de piel de un cráneo de una persona recién atropellada.

Asomándose, vio que, en efecto, el conductor no era humano, sino una especie de máquina con semejanza a la figura humana. Al abrir la puerta del lado del conductor, el rítmico rechinido característico que salía de aquel autómata se intensificó hasta un volumen ensordecedor.

Y, como si estuviera programada para destruirse, aquella máquina soltó chispas y se incendió entre flamas de gran intensidad que derritieron todo su mecanismo.

Aunque Carlos Manuel Arzate Chávez llevó a la policía al lugar y les dio su versión de que la máquina había sido la ejecutora de los atropellos homicidas, nadie se tomó la simple molestia siquiera de examinar los restos de sangre y de tejido que sobrevivieron al fuego. Lo tomaron como un loco, pero lo más curioso fue que ese día preciso terminó la masacre en las calles de la ciudad.