El horror nuestro de cada día (268)

EL TRAILERO FANTASMA


El horror nuestro de cada día (268)

La Crónica de Chihuahua
Enero de 2016, 23:02 pm

Por Froilán Meza Rivera

Fue en 1978, cuando yo trabajaba para una compañía que se dedicaba a la venta de explosivos y equipo de minería, cuando me asignaron la ruta del Pacífico (Baja California, Sonora y Sinaloa), por lo que ya se podrán imaginar que más bien me la pasaba viajando por carretera.

Para hacer mi recorrido me asignaron una pick up Datsun.

Entre la ciudad de Los Mochis y Navojoa se encuentra Estación Carrillo, donde en ese tiempo había un retén de la Policía Judicial y el Ejército. En una ocasión en que salí tarde de Navojoa hacia Los Mochis, ahí en Estación Carrillo me encontré envuelto en una muy densa niebla, de ésas que te tapan toda la visibilidad casi en frente de tus narices.

Para mi mala suerte, me empezó a fallar el alternador de la camioneta, siendo ya tarde en la noche, y sin conocer bien la carretera, decidí mejor salirme del camino para pasar la noche a resguardo y sin tener que lidiar con una falla más grande. Pero no encontraba a dónde salirme, y mi temor más grande era que desde algún otro vehículo no me pudieran ver por la niebla, y fuera a suceder un accidente.

Mi angustia creció porque de repente ya no pude distinguir nada, ni sabía tampoco si me encontraba del lado correcto de la cinta asfáltica, o si estaba invadiendo el carril izquierdo (hay que tomar en cuenta que en ese tiempo no era una autopista, sino dos carriles simples).

Estaba yo en ese predicamento, cuando por suerte alcancé a ver las luces traseras de un tráiler, y entonces con toda la calma del mundo, traté de acercármele sin pegarme de plano, para seguirlo y que me sirviera de guía. Creo que cuando el chofer notó mis débiles luces, encendió todos los focos de la caja del tráiler, que para mi contento parecía arbolito de Navidad.

Veía yo las luces de la caja del camión más adelante, y lo que hice fue dejar sólo mis luces preventivas, porque por el problema del alternador, cuando trataba de prender la luz de los faros, me empezaba a fallar el motor por falta de corriente. No sé cuánto tiempo pasó desde que mi benefactor me empezó a guiar a través de la densa niebla y hasta que empecé a divisar las luces de la ciudad de Los Mochis.

El camión siguió guiándome hasta que salimos de la niebla. Ya en Los Mochis, él empezó a acelerar y yo traté de alcanzarlo para agradecerle todo lo que había hecho por mí, e incluso para invitarlo a cenar, pero se me perdió y ya no lo alcancé.

Al poco rato vi que había adelante uno de esos restaurantes que siempre están rodeados de camioneros y sus armatostes, por lo que pensé que mi “hado madrino” podría estar ahí. Me acerqué tratando de reconocer la caja del camión, pero para mi mala suerte todas se veían iguales, así que decidí entrar y preguntar, y así lo hice.

Mi sorpresa fue mayúscula cuando conté mi experiencia, y con eso llamé de inmediato la atención de todos los presentes, quienes mostraron mucho interés y hasta me pidieron que la relatara otra vez. Cuando terminé el relato, uno de esos traileros corpulentos y rudos me contó a su vez otra historia que me puso chinita la piel. Resulta que a ese mismo camión de mi experiencia lo conocen los camioneros como “el tráiler fantasma”. Cuentan que ya hacía muchos años, un compañero de ellos en ese mismo tramo perdió la vida en un accidente por culpa de la mala visibilidad en la niebla, y que desde entonces, siempre que algún viajero se encuentra en problemas y en peligro, él aparece para guiarlo a través de la niebla espesa.

Hasta este momento le vivo agradecido a ese trailero anónimo que me sacó del peligro, y muchas veces he contado esta historia a mis hijos, porque pienso que al hacerlo, no dejaré que muera el recuerdo de ese buen espíritu, y creo que si no hubiera sido por él, no estaría yo ahora aquí relatando esta historia.