El horror nuestro de cada día (266)

EL PATAS DE CHIVO, TAN MENTADO


El horror nuestro de cada día (266)

La Crónica de Chihuahua
Diciembre de 2015, 23:33 pm

Por Froilán Meza Rivera

Cuando la persecución de que lo hacía objeto aquel individuo misterioso que caminaba a la par que él y que se detenía cuando él dejaba de caminar, se hizo insoportable, mi bisabuelo se dirigió a enfrentarlo.

“¿Qué chingados quieres, cabrón?”

“¿Qué freg...?” –Iba a repetir, pero no pudo terminar la frase.

El padre de mi abuelita, mi bisabuelo paterno, quedó mudo de la sorpresa, cuando distinguió detalles de aquella silueta humana que lo había seguido desde que salió de la panadería. Y es que además del ropaje negro y de una capa que ondeaba sobre la espalda de su perseguidor, mi bisabuelo alcanzó a ver las “piernas” del individuo. Gracias a que la luz de la luna era suficiente, vio horrorizado que aquella cosa tenía, en lugar de dos piernas como toda la gente, una pierna normal y otra de gallo.

Él de inmediato pensó que eso tenía que ver con algo demoníaco y empezó a correr.

El personaje de esta historia, nuestro bisabuelo, quien trabajaba en una panadería y salía ya muy tarde, esa vez se desocupó a eso de las 12 y media de la noche. En esa ocasión se tuvo que ir solo hasta su casa, porque aunque sus compañeros de la guardia de noche en la panadería solían acompañarlo casi hasta el barrio, él había salido más tarde que todos.

Se fue por otro rumbo, buscando que hubiera más faroles en las calles, aunque le fue peor porque los encontró casi todos apagados, así que iba en penumbras con apenas una luna que se dibujaba saliendo por entre las altas casonas. Trataba de caminar al paso normal, se iba dando ánimo y hacía esfuerzos por ahuyentar el miedo de ir por calles por las que normalmente no transitaba de noche.

De pronto, en una esquina vio cruzarse frente a él a una extraña figura cubierta toda de negro.

Apenas algún farol daba luz.

Se le hizo a él muy extraño que aquella persona se hubiera quedado parada en la esquina. Pensó que muy bien pudiera ser un ladrón que esperaba atacarlo a su paso. Nuestro bisabuelo se pasó a la calle de enfrente para evitarle, y apuró su caminata, pero para su sorpresa, esa persona, cosa o lo que fuera, apareció más adelante cuando él ya contaba con que lo había dejado atrás.

Con el miedo impulsándole los pasos, se apuró y corría ya con la intención de perder al tipo sospechoso, pero nuevamente aquél lo esperaba ya en la próxima esquina.

Armándose de un valor que amenazaba con traicionarlo, el bisabuelo se volteó hacia él y fue entonces cuando le gritó “¿Qué chingados quieres, cabrón?” y ya le repetía: “¿Qué freg..?”, pero se quedó estupefacto al distinguir con los rayos de la luna los detalles de las formas de aquel ser diabólico.

La cara no se la pudo ver, pero sí los pies, y lo que vio no le gustó.

Para suerte de mi antepasado, su casa ya estaba a la vuelta de la esquina.

Cuando el bisabuelo le contó todo asustado a su esposa, ésta apenas sí le creía. Ella pensó en un principio que el marido se había imaginado todo, hasta que, con la insistencia del hombre, le tuvo que creer.

“Pos ha de haber sido el ‘patas de chivo’, tan mentado de que se aparece por las calles del rumbo del mercado, y tú casi por allá andabas, Leoncio”, dijo la madre de mi abuelita, quien se acordó de una de las leyendas con que se asustaba y se escarmentaba a los trasnochadores a principios del siglo Veinte.