El horror nuestro de cada día (262)

¿QUIÉN FUE EL ESPANTADIABLOS?


El horror nuestro de cada día (262)

La Crónica de Chihuahua
Diciembre de 2015, 22:30 pm

Por Froilán Meza Rivera

Don Gorgonio, envuelto en una capa de terciopelo que le llega más abajo de las rodillas, se dispone a cumplir con su tarea, y empieza la faena. Se acerca a la cama del poseído, empuña sólidamente la espada y, abanicándola, forma la señal de la cruz frente a su pecho.

Se detiene unos momentos y huele a su “paciente”, tal vez buscando alguna traza minúscula de hedor que pueda delatar al maligno. Comienza a buscar sobre la cama, sus ojos escudriñan cada pliegue de la ropa, y se fija en las manchas de pintura sobre el latón pañoso de la cabecera. La vista se le desvía hacia un punto donde la visión se distorsiona, como si flotara ahí un lente de aumento, o una esfera de vapor.

“Se está materializando”, piensa entonces el “espantadiablos”.

El exorcista se pone pálido, sus ojos echan lumbre y parecen saltar de las órbitas: para el observador, ésta es la señal de que Gorgonio ha encontrado que el enemigo malo está ahí.

Comienza entonces el combate desigual de aquel hombrecillo de dulces formas y de hablar amable, todo apariencias, contra algún poderoso demonio de la corte infernal, en posesión del cuerpo de algún mortal.

Don Gorgonio es de oficio zapatero, me explican, es hombre muy bueno y ferviente católico aunque haga cosas como éstas, que la Iglesia reserva a sacerdotes autorizados por los obispos.

El combate ha comenzado. Gorgonio tira estocadas formidables hacia todos lados con su espadón, se mueve con extraordinaria rapidez pese a sus años, como si él mismo estuviera poseído de otro espíritu.

Jadeante, con ronca voz entrecortada por la fatiga y la emoción, le grita al diablo: “Vete, Satanás, que esta alma no te la llevas”, y dicen que completa una rima: “Si sigues con tu tesón, de mis estocadas quedas”.

Entre gritos y mandobles, el exorcizador se detiene por momentos a tomar aliento para luego, con bríos nuevos, continuar la contienda.

Y sigue así, hasta que considera que Lucifer, o algún demonio menor en posesión del infeliz al que asiste, ya se retiró de este cuerpo.

“No temas, el enemigo huyó derrotado y ya te va a dejar en paz”, le susurra entonces don Gorgonio al hombre en la cama.

Sólo que a veces, el asunto no resulta fácil. Cuentan de una ocasión en que Gorgonio pasó un trago amargo. Dicen que lo llamaron para que fuera a una vivienda del barrio de Conejos, para sacarle el demonio a alguien. Pero nadie había avisado al enfermo, quien resultó ser un minero rudo y fortachón, y éste aunque estaba grave, no había perdido el conocimiento.

El “espantadiablos”, como llamaban también al zapatero, inició su ritual, sacó la espada y la blandió delante del poseso. Estocadas por aquí, estocadas por allá, gritos para conminar al malo a que se fuera, total, que cayó un florero de la recámara, y luego se vino abajo la tinaja del agua, con gran estrépito.

El enfermo salió entonces de su letargo, y al ver la figura de Gorgonio, enfundado en su singular capa de terciopelo negro, con su barba descuidada, su sombrero de espadachín con una pluma grande y negra como de avestruz, se asustó mucho, y reaccionó dando golpes a su protector.

Dicen que fue ésa la única vez en que el “espantadiablos” se sintió derrotado por el enemigo malo.