El horror nuestro de cada día (261)

LOS FRAILES QUE NO DESCANSAN EN PAZ


El horror nuestro de cada día (261)

La Crónica de Chihuahua
Diciembre de 2015, 22:32 pm

Por Froilán Meza Rivera

Cuenta don Salvador Prieto Quinter, fallecido cronista del Parral de la primera mitad del siglo Veinte, que en la casa de las Arzapalo hay ruidos misteriosos que emanan de los húmedos y tenebrosos subterráneos. De acuerdo a la conseja popular, se trata de las almas de los frailes que están ahí enterrados.

La casa Arzapalo es la última de las grandes mansiones del otro lado de la Plaza de San Juan de Dios. Imponente es su construcción, una de las más antiguas y casi fundadoras del mineral del Parral. Dice el cronista que, contigua al vetusto caserón, lleno de leyendas y duendes, de ruidos y de entierros semejante a un castillo medieval, está la casa de la familia Esperón. Esta otra mansión, según la gente del rumbo, no se queda atrás en materia de manifestaciones sobrenaturales, porque es pública la historia de un pobre peón que encontraron emparedado, vigilante y guardián de un tesoro que, dicen, aún no ha sido encontrado.

Como decía, la casa de las Arzapalo, que tiene salida al río, es de antigua construcción, es un edificio lleno de melancolía aunque no sombrío, que contaba con amplio patio con muchas plantas y árboles frutales, así como dos corredores. Una genuina casa colonial digna del rumbo, pues.

Esta mansión tiene sus ruidos misteriosos y tiene sus duendes; dicen que en ella hay un entierro muy grande de dinero. “Mi tío abuelo don Jesús Arzapalo, criollo vasco, fue un hombre muy rico”, contaba don Salvador Prieto, tal vez para explicar los rumores y las historias que se han tejido alrededor del fabuloso tesoro.

La casa Arzapalo colinda con el desaparecido Colegio de los Jesuitas, que tenía un antiguo convento espacioso y lúgubre con varios salones enormes y algunos cuartitos que fueron celdas.

Dicen que de sus tenebrosos subterráneos, sembrados de antigua y hermosa sillería de coros, de gruesas y bien labradas tablas de altares y de pedazos apolillados de ornamentos sacerdotales, se elevan, de cuando en cuando, en noches oscuras y tranquilas, misteriosos cánticos litúrgicos y maitines. Dicen que se trata de las almas de los frailes ahí sepultados, que cual fantasmas intangibles pululan por lo que fue el vasto recinto de su penitencia y oración.

Para los parralenses más conservadores, esos cánticos y los ruidos que pueblan el lugar, no son otra cosa más que una protesta porque el convento fue expropiado y convertido en el Teatro Hidalgo, único en la ciudad, el que arriba del foro, en una tira de tela blanca a grandes caracteres de color café oscuro, ostentó un letrero que decía: “El respeto al derecho ajeno es la paz”.

Como sea, los frailes no descansan en paz, y todavía en estas fechas del siglo nuevo, en noches de luna sin viento, dicen que unas sombras emergen de esos sótanos derruidos, y que se pasean entre la mansión contigua y la plaza de San Juan de Dios. Las viejitas beatas, dicen, nunca dejan de santiguarse ni de pedir en oración por el descanso de aquellas almas descarriadas.