El horror nuestro de cada día (251)

FANTASMA PÁLIDO COMO CENIZA BLANCUZCA


El horror nuestro de cada día (251)

La Crónica de Chihuahua
Noviembre de 2015, 22:17 pm

Por Froilán Meza Rivera

Era noche de veras, ya entrada la madrugada, yo no podía dormir. De tenerla clavada en el techo, mi vista viajó hacia la ventana de la recámara.

Fue cuando vi algo.

Me levanté y me asomé afuera... era una misteriosa neblina de color naranja... con ojos... ¡una neblina con ojos!

No se puede decir que sea yo supersticioso, ya que me he caracterizado por tener una actitud crítica con respecto a las creencias que me exigen que olvide que tengo intelecto.

Sin embargo, hay cosas que nunca me he explicado con la razón.

Tenía yo 11 años y ya había presenciado tres eventos en los que llegaron fantasmas en mi casa. La vez esa de la niebla fue en un mes de noviembre hace ya varias décadas, porque recuerdo que la gente ya contaba los días para la Navidad.

Estaba mortalmente asustado, con el corazón queriendo salírseme del pecho, pero permanecí muy seriecito, sin hacer el más leve ruido. Era atemorizante porque “aquello” me miraba. Lo que hice, a más de estarme serio, fue bajarme al piso y permanecer ahí abajo, sin hacer más contacto visual con el fenómeno.

Parpadeé, y en el lugar de la neblina había ya otro fantasma, que se me anunció con un chasquido eléctrico y un resplandor. Que nadie diga que aquello era sólo producto de mi imaginación, porque eso fue lo primero que yo mismo pensé, y me estuve pellizque y pellizque para salir del engaño, si hubiera sido tal. Pero no, estaba yo bien despierto, y sin sueño además.

El nuevo fantasma era una persona. Vestía pasada de moda, con ropa de principios del siglo Veinte, diría yo. Toda esta “persona” estaba como teñida por un tinte pálido como de ceniza blancuzca, igual la vestimenta que la misma piel, y cargaba en su mano derecha algo que identifiqué sin duda como una hacha.

Nomás miraba el espectro hacia el lado opuesto de la habitación pero no se movía, y a mí me parecieron esos instantes como si hubieran transcurrido años, de tanta desesperación y angustia que me inundó.

Recuerdo que era un viernes 13, igual que ayer, y recordé después también, que las otras veces en que se me aparecieron “cosas”, “presencias” y “personas”, eran también los mismos días, es decir, viernes 13, que ya para mí tiene un sentido horrendo y macabro.

Dos años después de eso, a fines del 2007, desperté y fui testigo de que había en el pasillo de la casa, “algo” o “alguien” envuelto en una como sotana de rojo oscuro, y que caminaba hacia el pie de mi cama, una vez que entró en la habitación. Puso una mano encima de la mesita de centro, como si estuviera recogiendo algo, o poniendo algo ahí, y se desvaneció.

Era viernes 13 también.