El horror nuestro de cada día (247)

DEGÜELLO DE ANIMALES DOMÉSTICOS


El horror nuestro de cada día (247)

La Crónica de Chihuahua
Noviembre de 2015, 22:30 pm

Por Froilán Meza Rivera

Llenos de sangre y apestando a azufre y a alcohol, aquellos parranderos entraron ruidosamente a la cantina, y comenzaron a relatar su hazaña a la “tía Terry”, con gran orgullo, todavía con la respiración y el corazón agitados por el esfuerzo.

Como si fuera un trofeo de guerra, mostraron sus ropas llenas de sangre emplastada con pelos como de cochino. Y uno de ellos levantó su brazo derecho, donde la “bestia” le había hecho un tajo con sus colmillos asquerosos, llena de baba todavía la herida.

En el encierro del localito hediondo y con el aire espesado por el humo de los cigarrillos y por los humores de los cuerpos, los ojos les brillaban a los hombres bajo la luz amarillenta de los focos de 40 watts.

Al poco rato, movidos por los gritos y aspavientos de los cazadores, salieron de la taberna varias personas a las que los orgullosos “vencedores del diablo” condujeron hacia el lugar exacto de la masacre. Les decían que “allá, detrás de aquella pila de aserrín”, era donde habían arrojado el cuerpo de la bestia. Allá habían ido ellos a perseguir a este demonio para matarlo.

Pero allá, en aquella hora de la noche alumbrada con la luz de plata de una flamante luna llena, la escena perturbadora que vieron iba a resultar inolvidable para todos.
***
Aquello había empezado hacía unas semanas, cuando doña Teresa Amador, la “tía Terry” como le decían, abrió en 1977 una cantina en el pueblo, que era más bien pantalla para un prostíbulo. Dicen que nomás llegando el burdel a El Largo, comenzaron a suceder cosas harto extrañas, como el degüello de gallinas e incluso de gallineros completos en las casitas de las orillas.

Las personas siguieron varios regueros de sangre que se interrumpían todos en medio de algún camino, inexplicablemente, como si el zorrillo, el coyote o la fiera que estuviera realizando tanta mortandad, levantara el vuelo como pájaro, así nomás.

“Es obra del diablo”, dijeron las comadres en la tienda.

“Para mí, que son brujas que agarran forma de lobo para saciar su sed de sangre, y que luego huyen por el aire como lechuzas”, dijo don Benigno Pallares, contagiado de los temas que leía en las historietas ilustradas que llegaban al pueblo.

Y luego, los perros.

Decenas de perros aparecían degollados también, instantes después de que hubieran aullado un aullido de profundo miedo perruno.

Una noche, los borrachos decidieron perseguir al fantasma del diablo, que ya decían que se aparecía por una de las calles que daban al aserradero. Salieron en su busca sin más armas que una reata y un cuchillo de monte.

Caminaban, y de repente les saltó de entre los matorrales un animal raro al que siguieron y apedrearon. En la noche que quedó inusualmente silenciosa sin ruidos ni música en el aire, sólo se oían los gritos de los hombres y los chillidos del animal. Lo pudieron lazar por fin y, después de luchar contra una especie de cerdo crecido al doble o al triple de lo normal, lo dejaron tirado al pie de un cerro de aserrín, para correr a la taberna a contar la hazaña.

Pero cuando la masa de borrachos regresó junto con los autonombrados “vencedores del maligno”, aquella bestia se levantó sobre sus cuatro patas y todos vieron entonces cómo le salieron unas alas negras, y cómo su figura se humanizó, y cómo, en medio de la expectación general, se perdió en los aires.

Decía le gente, en rumores que terminaron por extenderse y que causaron la ruina del negocio de la “tía Terry”, que aquella bestia del demonio era el guardián del prostíbulo clandestino disfrazado de cantina.

Cuando esa taberna cerró y su dueña se fue del pueblo, cesaron también las apariciones y los degüellos de animales domésticos.