El horror nuestro de cada día (CLXIX)

DE NOCHE SE DESTAPABA EL INFRAMUNDO


El horror nuestro de cada día (CLXIX)

La Crónica de Chihuahua
Diciembre de 2013, 00:04 am

Por: Froilán Meza Rivera

Atravesar el pasillo y luego el patio para llegar al baño, era toparse con el diablo, y era enfrentar a una legión de fantasmas y espíritus malignos, de los cuales el más inofensivo te podría matar del susto.

De día, ni quién se acordara de los terrores nocturnos en esa casona blanca de la calle Trece, casi esquina con De la Llave. Todo era normal con la luz del sol. Jugábamos nosotros en el patio, tirados en el fresco cemento, con nuestros carritos y con los soldados verdes de plástico, y con las troquitas de madera que nos traía mi tío José Antonio de la sierra, con rueditas y todo.

Mi madre lavaba ropa y la tendía en el patio también, todo de lo más normal y cada quien a lo suyo.

Incluso, mi papá tenía herramientas y equipo de carpintería en un cuartito en una esquina del patio.

Pero de noche, era como si la casa toda se sumergiera en un océano del inframundo, y como si se abrieran puertas secretas por las que se colaban los seres del más allá.

Se me ocurrió salir al patio rumbo al baño, una noche de invierno, porque sentí que mi vejiga se reventaba de llena, pero el ansia de la necesidad desapareció como por encanto, cuando me topé con la silueta que se me cruzó a medio metro y que desapareció en el lavadero.

Ese encuentro me dejó paralizado por un rato, porque no me esperaba yo nada así, y sólo pude correr de regreso a la seguridad de mi recámara cuando reaccioné.

Mis propias apreciaciones se juntaron con las de mis hermanos y hermanas, y con las de mis papás, y todos coincidimos en que la casa estaba embrujada, o por lo menos habitada por espíritus de gente muerta.

¿Me creerías si te digo que era tanto el miedo que teníamos mis hermanitos y yo de ir en la noche al baño, que preferíamos tener unas botellitas en las que orinábamos?

Había un persistente aletear de un animal muy grande. Mis hermanitos y yo asociábamos el sonido con las alas del diablo, aunque mi mamá siempre nos dijo que eran lechuzas que cazaban ratones que, por cierto, eran una plaga en casa.

El aleteo, como siempre lo recuerdo, provenía de abajo de un tejado de marco de madera cubierto con láminas acanaladas viejas.

Mi mamá se asustó mucho una noche en que divisó, cerca del baño, la figura de un indio con penacho de plumas.

Además, en el baño se escuchaban ruidos metálicos, que se dejaban de oír sólo cuando abríamos la puerta, o cuando nos asomábamos por abajo de las tablas de la entrada.

El infierno nocturno, el tormento en que vivíamos en esa vieja casa blanca de la calle Trece casi esquina con De la Llave, duró como diez años, y francamente, no me explico cómo ninguno de nosotros se volvió loco.