El horror nuestro de cada día (243)

“TODO O NADA”


El horror nuestro de cada día (243)

La Crónica de Chihuahua
Octubre de 2015, 22:38 pm

Por Froilán Meza Rivera

Villa López, Chihuahua.- “Todo o nada”, le dijo a don José el fantasma de un soldado que se le apareció en la cueva, y no dijo más, pero el viejo entendió que esa sentencia era inapelable, y que si aceptaba llevarse el tesoro con él, debería llevárselo todo.

O si no —como él sabía que era lo común en tantas y tantas historias de entierros y tesoros con espíritus guardianes—, pues ahí mismo caería muerto, en caso de que decidiera cargar sólo con una parte.

Entonces él dejo todo ahí y se salió, al tiempo que desaparecía el soldado.

Don José Luján, mi bisabuelito, era un viejito que dicen que fue muy pobre y que vivía en un ranchito que tenía al pie de la sierra de las Adargas. Resulta que el anciano tenía también una casa, la casa grande de su familia en la cabecera municipal, pero al envejecer y quedarse solo cuando los hijos buscaron vida aparte, decidió mejor irse al rancho a trajinar en las labores del campo.

Un día, estaba él juntando zacate de escobilla, que es un tipo de yerba que sirve para hacer escobas de barrer. El viejito iba pasando por enfrente de unas peñas y vio que había ahí una abertura en la roca que no había notado nunca.

“¡Ah, carajo!”, exclamó asombrado, porque ésa que parecía una entrada de cueva, no estaba ahí antes. Con la abra se formaba una covacha que daba hacia abajo.

No tardó en llegar a la dicha entrada, y se metió y bajó con un palo prendido como antorcha para alumbrarse, resbalándose para avanzar. Adentro, llegó al fondo de la cueva, y encontró mucho dinero: oro, coronas de oro y joyas, y cubiertos de plata, en fin, muchas cosas de valor.

Y pensó él que aquello le bastaría y sobraría para pasar sus últimos días, y aun para que sus hijos y nietos, pasaran sus días y sus años sin hambres ni necesidades.

Juntó mi bisabuelo todo lo que pudo en un costal que llevaba, con la intención firme de regresar una, dos, todas las veces que fuera menester para llevarse todo aquello a su ranchito.

Se acordó entonces de que por estos rumbos de las sierritas de López, y hasta por Coronado y la sierra de Peñoles, anduvo robando a los caminantes y a las carretas, un bandido gringo, quien contrataba a sus ayudantes entre los militares desempleados y los vagos de la peor ralea que encontraba en las calles de Jiménez. Y se acordó también, porque se lo habían contado sus mayores, que todo lo que iba robando el gringo lo metía a unas cuevas que nunca se supo dónde eran.

El gringo se hizo de muchos bandidos subordinados suyos a lo largo de su carrera, y los ponía a cuidar sus tesoros, y cuando necesitaba movilizarse, los asesinaba ahí mismo a la entrada de la cueva, para que su ánima siguiera vigilando.

El ánima del soldado-guardián se le apareció entonces a mi bisabuelo y le dijo eso de “todo o nada” a manera de advertencia.

Bueno, pues don José Luján prefirió llevar todo. Salió de aquella cueva y se fue pronto al ranchito por varios costales, y regresó esperanzado con tanta riqueza, pero aunque llegó a las peñas, nunca pudo encontrar la abertura que había visto y por la que se había introducido a la cueva del tesoro.

Y mi antepasado murió pobre.