El horror nuestro de cada día (242)

EL FANTASMA QUE MIRA DE FRENTE


El horror nuestro de cada día (242)

La Crónica de Chihuahua
Octubre de 2015, 23:00 pm

Por Froilán Meza Rivera

Por ahí, en el camino viejo que lleva a Sacramento, hay una casona muy vieja, es de adobe con pretiles y marcos de cantera, y tiene el encanto de lo antiguo cuando lo antiguo envejece de manera digna. Está rodeada de una alta barda tapizada casi en su totalidad con verde hiedra y sombreada por numerosos y esbeltos álamos blancos, moreras y sauces. Tiene un portón de hierro forjado al que, por fortuna, nunca se les ha ocurrido a mis familiares pintarlo, y que luce así su herrumbre natural, además de que rechina deliciosamente al abrirlo y cerrarlo.

En un tiempo la casa estuvo en muy malas condiciones, según cuentan, pero desde hace ya como tres generaciones que viven aquí unos parientes míos que la arreglaron y la dejaron bastante habitable.

Desde que era yo niño, la casa ha ejercido sobre mí una atracción agridulce, porque a pesar de que he pasado ahí veranos inolvidables en los que junto con mis primos y mis hermanos la hemos tomado de base para excursiones al río y a los cerros cercanos, al mismo tiempo han sucedido aquí cosas que nos han llenado de espanto.

En esta casa siempre han sucedido cosas raras, y se han visto muchos aparecidos. La gente dice que es porque vivieron en ella en un tiempo las familias de los Muñoz y los Terrazas, los antiguos dueños de las haciendas de la Quinta Carolina y la de Encinillas. Estas familias del reciente feudalismo local han estado rodeadas de mucho misterio, y en su seno han sucedido, según relatan los lugareños, espantosos asesinatos y venganzas sangrientas de todo tipo.

Por eso fue que a mis parientes les costó muy barata la finca en las afueras de la ciudad, porque siempre tuvo mala fama por aparecerse dentro de ella muchos espectros y porque nunca han faltado los ruidos, los murmullos y todo tipo de sucesos atribuibles al más allá.

Por ejemplo, hay un joven que siempre se muestra con cierta frecuencia. Dicen que un día una señora que trabajaba ahí y que estaba en la cocina, vio pasar a esta “persona” por el comedor. Describió ella a un joven, alto, de ojos zarcos, camisa blanca de lino con mangas de encaje y pliegues a la antigua, zapatos bajos de hebilla y pantalón abombado en la entrepierna, pero que luego luego desapareció sin decir nada.

Preguntó la cocinera con las gentes de la casa, y resultó que ninguna había visto entrar a nadie más que las que ya estaban adentro. El desconocido, sin embargo, era idéntico en su aspecto, a la aparición que habían presenciado ya en varias ocasiones los moradores.

Y varias veces más lo vieron pasar por el comedor de la casa. Y más ahora, ya recientemente, la gente dice que se aparece un joven muy parecido a ése, pero en camisa de cuadros negros y rojos, pantalón de mezclilla y un morral como saco de mecate.

A este segundo hombre lo han visto, también, en el comedor, pero se le puede observar desde afuera, como lo hizo una vez mi tío abuelo don Pedro Balderrama.

Un día que fui a “la finca”, como la llamamos en la parte urbana de la familia, andábamos unos primos y yo algo retirados de la casa, y vimos pasar al “muchacho moderno” (así conocíamos al segundo espectro, para diferenciarlo del de aspecto más antiguo), y después mis parientes dijeron que lo acababan de ver en el comedor. Y siempre hace lo mismo el fantasma: se espera tantito en la puerta y cruza todo el comedor y desaparece.

Pero el que en lo personal más me ha impresionado, siempre, es el fantasma de los ojos zarcos, porque te mira de frente, y con su mirada de profunda tristeza se te introduce hasta el corazón, y comparte así contigo su antigua y nunca resuelta vida de desdichas, que ahora se le ha eternizado.