El horror nuestro de cada día (241)

LA NOVIA, UN ESPANTO HORROROSO


El horror nuestro de cada día (241)

La Crónica de Chihuahua
Octubre de 2015, 22:22 pm

Por Froilán Meza Rivera

Te has de acordar de Rosendo, el fotógrafo, el que se tomó el oficio tan en serio, que hasta puso un estudio, en el que le va muy bien con todo tipo de retratos y eventos sociales.

Una vez se citó él en el Palacio de Gobierno (que es el lugar de moda) con una pareja que venía echando tiros, como se dice. Ella con su vestido blanco, velo de tul, ramo, zapatillas y todo el ajuar, y él enfundado en elegantísimo frac, creo que hasta con guantes.

Llegaron todos, se acomodaron en el pasillo norte, que en invierno recibe mejor luz en horas de la tarde.

Y Rosendo, que les avienta sus clics, y que acomódense acá, y que levante la barbilla un poco, y que ahora tómela usted de la cintura, y siéntense en la escalinata... tan buen dominio tiene el tipo del oficio, que cada foto es una obra de arte.

Esa vez, la novia era muy bella, de cara regordeta con bastante gracia en los ojos grandes cafés, labios carnosos y cabello castaño claro recogido en una cestilla en la nuca.

Rosendo escogió 36 tomas de las ciento y tantas que tomó, y las procesó en su computadora. Una vez hecha la selección, dio la orden a la impresora, habiendo separado previamente ocho fotos para un formato grande que irían con marco de madera y vidrio sin brillo. Una vez impresas, Rosendo revisa todo, lo clasifica, monta algunas en cartón labrado y, por supuesto, aparta las grandes que irían en madera y cristal.

En un gran sobre membretado con el emblema de su estudio, el Rosen va y entrega con orgullo su trabajo, ese mismo día en la tarde.

Llega a la casa de la novia, donde ésta y el novio lo reciben en la sala, ansiosos por admirar las imágenes que van a inmortalizar el día más importante de sus vidas. Abre ella el sobre, saca el retrato más grande...

La novia pegó un grito tremendo, un chillido ensordecedor e interminable que puso a los hombres los cabellos de punta, para caer en seguida fulminada por alguna mala impresión, y no se desplomó en la alfombra porque Rosendo alcanzó a tomarla de los hombros.

La recuestan en el sofá, le hablan angustiados ambos hombres, le abanican para que tome aire fresco. Vuelve ella en sí, pero sus ojos están abiertos en desmesura, y se nota que tiene miedo.

Coge entonces el novio la foto de gran formato y marco de madera, y después de ver la imagen, la retira instintivamente, como protegiéndose de algo maligno. Es entonces cuando el buen Rosendo revisa el material, una foto tras otra las treinta y seis, y entiende entonces la reacción de la muchacha.

Las imágenes muestran, inexplicablemente y en todas las tomas, a la novia con el mismo vestido blanco esponjado, el vaporoso velo de tul, el ramo de flores blancas artificiales, las zapatillas de perla reluciente, y todo su elegante ajuar, pero convertida su cara en una máscara cadavérica, con restos de carne podrida colgándole de los cachetes.

Un esperpento irreconocible y sin ojos.

Salió de ahí Rosendo con sus fotos, que conserva en lo más hondo de su caja fuerte, y no las enseña a nadie más que a sus amigos más íntimos, y si bien continúa él en el negocio de las fotos de eventos sociales, ya nunca más se le han transformado las novias en la “novia del más allá”, como bautizó a aquel fenómeno de horror.