El horror nuestro de cada día (224)

EL DESCABEZADO DEL BAJÍO


El horror nuestro de cada día (224)

La Crónica de Chihuahua
Septiembre de 2015, 23:19 pm

Por Froilán Meza Rivera

Cuauhtémoc.- Hace muchos años, Lucy del Castillo tenía 12 de edad, y venía un día con una tía suya, cuñada de su papá, en medio del campo, entre La Ciénega y El Bajío.

Lo que Lucy alcanzó a ver con todo detalle aquella tarde de primavera fue, asegura hoy, un indio sin cabeza, y este evento presenciado hace más de cuarenta años, se convirtió en una leyenda regional que, como todas las leyendas, tiene varias versiones, o tantas como relatores hay.

“Yo te lo estoy platicando ahorita, y todavía se me pone chinita de la piel, como si lo estuviera viviendo”. Vaya, pues, de primera mano, la leyenda del indio descabezado de la Ciénega de Castillo.

Habíamos ido a dejar lonche a mi tío, y yo acompañé a mi tía por tener tiempo, ya que eran vacaciones y no tenía yo grandes cosas que hacer. Fuimos de Ciénega de Castillo al sitio conocido como El Bajío, o El Ranchito, que está a un kilómetro más o menos de distancia.

Dejamos la comida y un jarro con atole fresco a Benjamín, hermano de mi padre quien se afanaba en sembrar sirviéndose de un caballo percherón para labrar la tierra. Ya cuando veníamos de regreso, todavía veíamos a lo lejos a mi tío que estaba sembrando. Subíamos una loma, y como mi tía se sentía cansada yo creo que por el embarazo que traía y por el bochorno de la tarde, me pidió que descansáramos en la sombra de un táscate.

Cuando paramos la marcha, mi tía Ernestina estaba de frente hacia El Bajío, y que me dice luego luego: “Lucy, oye, ¿y aquél que viene subiendo del arroyo? ¿Quién es?”

Era una figura vestida de blanco, que la teníamos a unos 70 metros de nosotras. Ernestina temió que el desconocido pudiera tener algún interés en perjudicar a su marido, y me dijo que viera si el tipo aquel agarraba hacia la labor.

Pero no. El hombre, que veíamos vestido de blanco, con ropas blancas muy holgadas y con algo como una túnica que lo envolvía, llegó directamente a las tapias de las que era fama en todo el municipio, que había ahí oculto un gran tesoro de monedas de plata cuadradas.

“Ahora sí me está dando miedo, Lucy, tú que ves bien, dime ¿es algún conocido”. Ernestina ya sabía que nadie de estos ranchos se vestiría de aquella manera, ni los sacerdotes que de cuando en cuando mandaban de la cabecera municipal, ni los tarahumaras locales.

“Oiga, tía, ¡no tiene cabeza!” -Chillé con una vocecita que apenas me salió de la garganta. “¡Y ya brincó la tapia!”

“Ay, Dios, ahora sí va a llegar a donde está Benjamín”. Volvió a temer la tía embarazada.

Pero no, de la tapia que tenía fama de que de ahí salían aparecidos y de que había una piedra labrada con las instrucciones para llegar al tesoro, de ahí ya no salió el sin cabeza. Iba vestido con calzón blanco de indio —o una de aquellas calzas españolas— y llevaba camisa y algo que bien pudo ser una túnica blanca o una capa.

Y definitivamente no llevaba cabeza alguna sobre el hombro, yo lo juro por ésta, porque yo siempre he sido de vista de águila, por mi ascendencia apache, y el señor no tenía cabeza por arriba de la camisa.

Lo que a mí me llenó de pavor y que a mi tía Ernestina le afectó hasta el punto de que casi perdió al bebé por la crisis de nervios que le pegó, fue que el descabezado nos empezó a hacer señas. Como si nos llamara para que fuéramos con él.

“Trocha (así me decían también), ¿a poco no tiene cabeza?”

En eso, como que se dio la vuelta y se perdió metiéndose entre unos arbustos que había en las tapias.

Mi tía no sé a quién le platicó este suceso sobrenatural, que a las pocas semanas, llegaron al rancho unos dizque espiritistas de Ciudad Juárez y directamente preguntaron por mi mamá, a quien sólo le avisaron, los muy prepotentes, que me iban a dormir para que cayera yo en trance y les diera el punto exacto del tesoro.

“A mi niña nadie le va a hacer nada de eso, ni le van a hacer brujerías, así que si llegaron por el camino, o si llegaron volando en escoba, se me van ahorita mismo por donde vinieron”, les dijo mi mami muy enojada, que hasta los dedos les tronó, y ya ni dijeron nada y se fueron para nunca volver.