El horror nuestro de cada día (222)

EL LINCHAMIENTO DE LA BESTIA


El horror nuestro de cada día (222)

La Crónica de Chihuahua
Agosto de 2015, 23:36 pm

Por Froilán Meza Rivera

“¡Lo están matando! ¡Lo están matando!”, gritó aterrada la profesora Carmelita, de la escuela que se encontraba a pocos pasos del lugar de la masacre, y lo que hizo fue tapar el paso a los niños que ya salían alborotados a ver el espectáculo.

Antonio Madrid, hermano del difunto de Santa Elena, le dio la primera cuchillada en el cuello a la “bestia”. Le siguió Enrique Carrasco, con un navajazo terrible que le sorrajó en plena sien con gran fuerza, y saña tal, que hasta se le quebró la hoja de acero.

Calixto Valenzuela, “El Viejo”, vino desde Vado de Piedra nomás a participar en el linchamiento, y al garrote que trajo ex profeso, dicen que le dio buen uso haciéndole golpear la espalda, la cabeza, los hombros y los brazos del caído.

Pero ¿quién fue la “bestia” y qué hizo para merecer el tipo de odio que convirtió a sencillos campesinos y a pacíficos padres de familia en desalmados carniceros?

En el año de 1923, llegó a Ojinaga un hombre al que las crónicas describen como “de aspecto grotesco”. Algo le verían al caminante que no les gustó, el caso es que tan pronto llegó y lo conocieron, en el pueblo hicieron un vacío a su alrededor.

Pero un día de mal hado, este individuo, que se nombraba Trinidad Alvarado, se aprontó en la comunidad de Santa Elena, y llegó al rancho de Natividad Madrid a pedirle trabajo, pero éste se lo negó muy cortésmente diciéndole que no había recursos para contratarle. Ahí en el ranchito vivían Natividad, su esposa y sus dos hijos.

Ante la negativa, masculló el sujeto algo que no se entendió, pero sus ojos se llenaron de fuego e hizo una mueca que torció su expresión cuando se quedó mirando al dueño de la propiedad.

Se alejó el tal Trinidad Alvarado con sus greñas sucias y erizadas, con el hedor que despedía su cuerpo por la falta de aseo, y mientras se iba de ahí, volteó varias veces a ver a quien le había negado el trabajo.

La noche de ese día llegó. Dicen en Santa Elena que esa noche aullaron los perros en un coro desafinado y con gran dolor, como si ya hubieran estado lamentando alguna pérdida. En uno de los patios del pobladito, varias personas que estaban trajinando alrededor de una fogata con un guiso de carne de cerdo para una fiesta, sintieron una algarabía que se acercaba hacia ellos desde el arroyo, y vieron que sobre sus cabezas pasó una enorme e interminable desbandada de aves acuáticas, que no vuelan de noche.

“Algo las habrá asustado”, dijo el viejo Matías, preocupado, y dejó de mordisquear un chicharrón, para mirar en la oscuridad en busca de alguna señal de desgracia.

Y en la casa de Natividad Madrid, una sombra cruzó el umbral de la puerta del frente. Armado con un hacha que blandía como loco, la “bestia” comenzó a repartir golpes a todos los moradores del rancho. Con resplandores de metal y con ruido de hueso quebrado, el hacha cortaba el aire y se incrustaba y salía del otro lado de los cuerpos que iba destrozando hasta que se imaginó el asesino que no quedaba nadie con vida.

A la mañana siguiente, llamó la atención de un vecino el hacha ensangrentada que fue abandonada cerca de la puerta, y al mirar adentro, se horrorizó como se horrorizaron todos en Santa Elena, primero, y en todo el municipio, al conocerse masacre tan espantosa.

Pero había quedado una sobreviviente del horror, y era una niña pequeña que estaba hospedada con los Madrid porque sus padres la habían enviado a pasar las vacaciones. Esta niñita se salvó al haberse ocultado debajo de una máquina de coser.

Se incendió la comarca. Fueron organizadas expediciones armadas para dar con el culpable, al que siguieron la pista del lado norte de la frontera. Los “Rangers” de Texas se ofrecieron a ayudar y se incorporaron a la persecución. Duró cinco días la cacería, y el multihomicida fue descubierto por los “Rangers” en unos relices del lado estadounidense, donde lo acosaron y lo prendieron, para entregarlo en seguida a las autoridades en el lado mexicano.

Aseguran en Ojinaga que el linchamiento de la “bestia” se perpetró con la complicidad de ciertas autoridades, y en efecto así fue... ¿de qué otra forma pudo haber sido, si no?

En el lugar, después de que los policías fingieron intervenir y se llevaron aquella masa informe y sanguinolenta que recordaba a un ser humano, sólo quedaron las manchas de la sangre que se batió con la tierra, y una cruz que alguien puso ahí después, como para expiar alguna culpa.