El horror nuestro de cada día (217)

MURMULLOS EN EL PUEBLO FANTASMA


El horror nuestro de cada día (217)

La Crónica de Chihuahua
Agosto de 2015, 23:43 pm

Por Froilán Meza Rivera

Orita como ve usted al pueblo, todo lleno de vida, todo actividades de minería y de comercio, tuvo que haberlo visto hace unos cinco años, cuando estaba convertido en un pueblo fantasmal, sin habitantes.

Es que San Antonio quedó despoblado cuando cerró la mina por más de cuatro años, y esto fue en el 2000, si no me equivoco.

Los que veníamos a algo, entrábamos a fuerza, se lo juro, porque hasta de día le daba a uno escalofríos nomás de pasar por estas calles. Yo digo que simplemente la mente no puede creer que, donde apenas hacía poco jugaban los niños en el parque, o donde señoras lavaban ropa y la tendían, y donde la gente compraba en la tienda, o que se escuchaba el ruido de la maquinaria de la mina llenando como fondo todos los huecos de las conversaciones a todas horas, estuviera entonces sólo el silencio.

Yo digo que el silencio es muy fuerte.

Cuando pasaba por el San Antonio fantasma, le juro que hasta ni quería hablar en voz alta, por temor de que me respondiera algún demonio, o lo peor, que me respondiera el silencio. La quietud es buena, es sana, pero cuando es forzada, da miedo.

Como hijo de ejidatario, yo venía a pastar las chivas y pasaba y llegaba al pueblo, pero por nada del mundo se me hubiera ocurrido entrar a ninguna de las casas, bueno, una vez sí me quedé a dormir en una que tenía la puerta abierta, y sólo porque se vino una fuerte tormenta que me desbalagó los animalitos y que por poco no me desbarrancó a mí en el Arroyo de la Cueva, atrasito de los “jales”.

Pues esa noche fue la primera vez que escuché las canicas.

Me tendí en una cobija que llevaba en el caballo, y trataba de dormir, ya por la media noche, y que me viene a los oídos un sonido (yo hubiera querido taparme las orejas para no escuchar nada), algo muy leve como cuando cae algo sobre el cemento. Pero si cayó algo sobre el piso de la casita, ha de haber rebotado, porque el ruidito se repetía y se repetía.

Distinguí entonces que el sonido era igual al que hace una canica cuando la dejas caer y rebota. Y ese ruido estuvo ahí durante un tiempo que se me hizo interminable, para desgracia de los nervios que ya traía destrozados. En la mañana no me quise ver la cara porque la sabía descompuesta.

Así que me propuse en adelante que evitaría a toda costa llegar a San Antonio el Grande.

Sin embargo, algunas veces me vi obligado a entrar y transitar por esas calles desoladas, a pie o a caballo. Y siempre al pasar por aquella misma casa, me asaltaba el ruidito misterioso de las canicas botando, botando hasta que se les acababa la inercia. Y volvían a botar: les contaba yo diez botes por vez, y la botadera era interminable, pues apenas terminaba, volvían las desgraciadas canicas a botar.

Como fénix que se rehizo a partir de sus cenizas, San Antonio renació después de haber quedado completamente despoblado y en categoría de pueblo fantasma. Su salvación fue la reapertura de la mina, donde se emplean hoy casi todos los adultos de la población. En la extracción de material de zinc y plomo trabajan actualmente alrededor de cuatrocientas personas, de las cuales unas cincuenta viven en la localidad, y diariamente el transporte trae a los restantes 260 de Santa Eulalia, Santo Domingo y hasta de la ciudad de Chihuahua.

Las casas, las calles, la escuela, los templos, oficinas, todo en San Antonio el Grande permaneció abandonado por completo durante cuatro años y seis meses, en lo que duró cerrada la mina, pero a partir de que ésta reabrió hace poco más de dos años, se desvanecieron los fantasmas... ¿O acaso será que solamente hablamos nosotros más alto que ellos y por eso no los escuchamos, siendo que ellos están siempre presentes?