El horror nuestro de cada día (215)

ASESINAS AGUAS TRAICIONERAS


El horror nuestro de cada día (215)

La Crónica de Chihuahua
Agosto de 2015, 22:17 pm

Por Froilán Meza Rivera

Hay unas aguas traicioneras acá, en el río Conchos, a la altura del pueblo de Julimes, con tan mala fama, que apenas y sólo ocasionalmente llega algún despistado a bañarse a este punto. El lugar se localiza en el primer paso, abajo exactamente de donde están las albercas de aguas termales.

Y no es que haya habido muchos muertos, pero en tiempos de aguas fuertes, las crecientes forman varios remolinos porque la corriente topa entonces con unas rocas que la devuelven. En septiembre de 1978, según recuerdan los lugareños, muchas personas quedaron incomunicadas, del lado de Julimes, con el resto de la región, y al tercer día, hubo quienes se aventuraron a abordar frágiles lanchas, desesperados por conseguir y llevar víveres a las familias.

En la mayoría de los casos, aunque con dificultades, estos lancheros llegaban al otro lado del vado principal a salvo, aunque se quedaran en este lado en tanto fletaban alguna embarcación más resistente.

Ese año hubo tres ahogados, uno que quiso pasar nadando y que se lo llevó la fuerza del agua y cuyo cadáver apareció como a los quince días unos treinta kilómetros corriente abajo. Y otro más, cuya lancha no resistió y se fue a estrellar contra un pico de cascajo del vado que había quedado destrozado.

Así era cada año antes de que construyeran el puente elevado que hoy en día salva las aguas por muy crecidas y torrentosas que vengan.

El tercero de los ahogados ese año funesto, pereció entre las aguas en la zona de remolinos a la altura del paso de las albercas termales, esto es, a menos de tres kilómetros al poniente del vado. Intentó pasar las aguas bravas un muchacho de diecisiete años, temerario como él solo, y a lomo de su caballo. Sus amigos, quienes cabalgaban con él, decidieron que mejor no irían a un baile en la Cordillera ese sábado, se arrepintieron de inmediato, al ver que en efecto, no había paso al otro lado del río. Pero el valiente les gritó que se quitaran (“¡sacatones!”), que le abrieran paso, que allá iba...

Y allá fue el valiente, e hizo saltar a su cabalgadura por encima de una enorme raíz de álamo que sobresalía en la orilla, y voló. Cayó sobre las aguas embravecidas y se sumergió un segundo, para sobresalir en seguida. Desde la silla, él jalaba la rienda del corcel y lo conducía en una larga diagonal hacia una playa al otro lado.

“Vente, bonito, ale, ale, vamos pa’ delante”, le decía él para tranquilizar al animal.

Ya iba ganando distancia, cuando de repente el caballo empezó a dar vueltas sobre su eje, evidentemente atrapado en un remolino. En adelante, lo único que se vio fue que el muchacho y el caballo fueron tragados por una vorágine que no los perdonó.

Estos cuerpos nunca fueron recuperados.

Dicen que a partir de esa muerte, los remolinos amenazan con tragarse animal o persona que pase por aquí, incluso con aguas someras.

Y dicen que, en noches tranquilas, en medio del silencio más profundo, se escucha la voz del muchacho: “Vente, bonito, ale, ale, vamos pa’ delante”, y las gentes que están en la orilla oyen por último un relincho muy breve, seguido de un gorgoreo que se apaga poco a poco.