El horror nuestro de cada día (211)

¿UN LISTONCITO QUE SE MUEVE CON EL AIRE?


El horror nuestro de cada día (211)

La Crónica de Chihuahua
Marzo de 2015, 00:11 am

Por Froilán Meza Rivera

Los fantasmas son los ecos de las cosas, dicen. Sucedió en mi barrio, un día cuando la rechola de vagos que éramos en la adolescencia, decidió que tres de nosotros nos fuéramos a dormir en “la casa embrujada” de la calle Geranios.

Si ya de por sí, la colonia Campesina era, hace 25 años, un lodazal lleno de casas en tiempo de aguas, y un terregal lleno de casas en tiempo de secas, sin contar que pasear por las noches en aquellas calles era, por decir lo menos, poco recomendable...

Así que en mala hora nos apuntamos para pasar la noche entre fantasmas.

“Oye, Jimmy, ¿qué es eso que se ve ahí?” —Estábamos sentados en un colchón polvoriento y orinado que había dentro de la casa, y habíamos decidido no fumar, según nosotros, para no ahuyentar a los fantasmas. Baltasar (“El Balta”) me señaló una sombra que se destacaba a contraluz encima de la puerta.

Sin frío, tiritábamos. Confieso que estábamos cagados del miedo, hablábamos a susurros, recordando sin mencionarlas, todas las historias de aparecidos que nos habían contado acerca de esta vivienda abandonada desde que teníamos memoria.

“No es nada, Balta, es un listoncito que se mueve con el aire”, dije yo a mi compañero, para tranquilizarlo y tranquilizarme a mí, porque el movimiento de aquel jirón también me pareció muy inquietante.

Era aquélla una de esas noches de las que dicen las gentes que no hay manera de saber si las veletas de las iglesias están oxidadas o engrasadas. El viento no soplaba tanto, pero de repente nos pareció que “se habían soltado los demonios”, como decía don Aguilito, el señor que vendía gorditas en la esquina de mi casa, de tanto que empezó a soplar. Se colaban las corrientes por cada rendija, y de cada rendija salían unos como lamentos que nos pusieron los nervios crispados.

Intentaba yo escuchar en el eco del viento, a los fantasmas de la casa. Deseaba distinguir, por encima de los sonidos del viento, los lamentos verdaderos que decían que se escuchaban en las piezas derruidas del inmueble. Pero arreciaba el viento, y afuera se apagó la luminaria del alumbrado público, y de hecho se apagaron todas las luces de las casas después de que se escuchara el estruendo de un transformador de la red de energía eléctrica, cerca de ahí.

Nos llenamos la cabeza con los aullidos del viento, porque incluso en la madrugada, cuando sentíamos arena en los párpados pesados de tanto no dormir, y cuando seguramente la falta de sueño no nos permitía razonar bien, seguíamos escuchando los lamentos.

Aturdidos y atontados, el terror nos llegó de a poquito, pero cuando nos dimos cuenta de que el aire ya no soplaba y sin embargo persistían los aullidos, eran ya las cuatro de la mañana,

A esa hora salimos atropellándonos y resbalando entre el escombro y la basura de la casa embrujada, para nunca volver jamás, ni siquiera a recoger la linterna que se nos quedó encima del colchón y que nunca usamos.