El horror nuestro de cada día (206)

LA MALDICIÓN DEL CERRO DEL DURAZNO


El horror nuestro de cada día (206)

La Crónica de Chihuahua
Noviembre de 2014, 21:55 pm

Por Froilán Meza Rivera

De alguna manera, en este paraje de la sierra, al pie del Cerro del Durazno, llamado así porque tiene una peña redondeada que se encuentra partida por la mitad, el caminante escucha rumores inquietantes que en sus oídos semejan palabras. Algunas noches, esos rumores se vuelven muy claros, y se siente el ambiente cargado de violencia y de muerte, cuando resuena la orden dada por algún fantasmal verdugo: “¡Apunten! ¡Fuego!”, y las descargas de un pelotón de fusilamiento son tan reales, que las sientes retumbar en tu pecho.

“Yo pasé por esto”, le platicó hace muchos años don Remedios Salazar, “Don Mero”, como lo conocían en Tomochi, a mi abuelo materno, don Ernesto. “Y le juro, le juro por ésta, que hasta las lágrimas se me salieron, como si hubiera estado yo en aquel tiempo”.

En esta sección municipal de Guerrero, la gente cuenta varias versiones de esta historia, que ya es leyenda popular, pero nadie es capaz de dar detalle.
Dicen algunos que los hechos que dieron origen a esta leyenda sucedieron durante la Revolución.

Pero otros aseguran que fue mucho antes, y que se trata de las represalias que tomó el gobierno de Porfirio Díaz en contra de los rebeldes que se levantaron en armas en 1891 aquí en Tomochi. El episodio es histórico, y culminó cuando el ejército federal realizó la aniquilación total del pueblo.

Como sea, pero al pie del mencionado cerro, en el aire se sienten los pasos y se pueden escuchar las palabras, y todo presagia la tragedia inminente, de que van a fusilar a niños, jóvenes y mayores. No hay un relator en el lugar, pero se sabe que los han encarcelado injustamente.

“Le juro que los sonidos lo rodean a uno, y que se escuchan los gritos y lamentos de tanta juventud que va a ser sacrificada”. Así relataba su experiencia don Mero. Es como si a los testigos modernos de este horror les proyectaran una película, con la diferencia de que las escenas no son gráficas, sino que se sienten con el corazón y con la imaginación.

La masa de inocentes ve cortada su vida al amanecer. El nuevo día se nota triste, ya no importa nada, la muerte impuso su presencia implacable. “Huele a muerte al pie del Durazno, y el alma se le encoge a uno, y te invade una tristeza muy honda, como si los pobrecitos sacrificados fueran de tu familia”, decía Remedios Salazar.

Y continuaba mi abuelo el relato de lo que él no vivió en experiencia propia: Mientras los bárbaros ejecutores asesinan sin escrúpulo alguno y rematan sin piedad a sus víctimas, la carnicería no puede concluir, porque al final queda un solo jovencito, cuya fortaleza no le deja morir. Uno de los asesinos se acerca, le da el tiro de gracia, pero a lo lejos se escuchan los gritos desgarrados de su madre, quien se aproxima y a quien los bárbaros perdonan la vida por alguna misteriosa razón.

Al pie del Cerro del Durazno, y sobre la misma carretera en Tomochi, se aparecen además unos duendecillos que ponchan llantas a los vehículos, y que se comen el lonche de los camioneros y transportistas que se detienen en esta población.

En Tomochi se preguntan si estos duendes no serán las almas de aquellas criaturas inocentes que un día fueron fusiladas, y les llaman “los duendes tristes”, y la gente aquí les deja hacer todo lo que les venga en gana, tal vez como compensación a las circunstancias de su muerte.