El horror nuestro de cada día (204)

RUIDITO COMO DE ALAS DE MURCIÉLAGO


El horror nuestro de cada día (204)

La Crónica de Chihuahua
Septiembre de 2014, 23:51 pm

Por Froilán Meza Rivera

Aquí voy... ¡ay, caray! Otra vez el ruidito ése como de alas de murciélago.

El ruido se amplificaba al subir por la escalera del sótano. Era un “flap-flap” y un roce de garras contra la pared, con un gruñido ronco como de fiera al acecho.

¿Es posible que vaya yo a entrar en pánico precisamente ahora, cuando necesito mantener la cabeza fría y obrar con la mayor serenidad?

¿Desde cuándo me aterrorizan los ruidos? Yo sé bien que los fantasmas no existen y que las cosas que no conoces o que no te explicas, producen en las mentes débiles toda clase de figuraciones...

Así que voy a bajar lentamente, voy a encender la lamparita y a cambiar el fusible que se ha de haber botado por alguna sobrecarga de electricidad.

Ay, ya me estoy imaginando cosas, ¿de dónde saco que hay un animal atrapado en el sótano?

A ver, ¿por qué no prende este menjurje? Las pilas se ven buenas, ha de ser un mal contacto. Mmmh... ¡Otra vez ese ruido! Al mismo tiempo se presentó un martilleo sobre el suelo, algo rítmico, indudablemente producido por manos humanas, pero ¿de quién? P’s es que yo vivo solo.

¿A poco me voy a rajar? Ni madres, aquí voy. Ah, ya encendió la lámpara, pero ¿por qué se apaga? Tal vez con un golpecito. Ah, ya está. Aquí voy.

El martilleo no acaba.

La luz de mi lamparita no llega hasta el fondo de la escalera, es muy débil, claro, si la compré para llevarla en el carro, hubiera traído una más potente, pero para qué, si nunca se va la luz en este sector.

Ahí están otra vez las alas de murciélago gigante. El sonido es más claro aquí en la escalera, aunque me doy cuenta de que eso está al fondo. No puedo evitar el pánico, ya me tiemblan las piernas y apenas puedo dar pasos. ¡Épale! Aquí casi me caigo, ya perdí la pinche lamparita, allá va al piso, menos mal que sigue prendida y me alumbra el camino.

Veo la sombra de algo que se mueve delante de la luz, entre la escalera y la pared del frente, unas alas de un aletear rápido e irregular que desaparece pronto.

Desciendo despacito, agarrado del barandal. Me acuerdo de las versiones que manejan los vecinos acerca de esta casa y su pasado. Que dizque aquí se murió un viejito desangrado después de que sus asaltantes lo dejaron cosido a puñaladas, tirado en la alfombra. Que el pobre hombre sufrió durante muchas horas de agonía, tal vez unas cinco antes de exhalar su último aliento.

¡Y esa otra historia, la del niñito fantasma que se aparece lleno de sangre y pidiendo dulces y comida, que dicen ha de haber muerto de hambre y de necesidad. Dicen que habitaba el niño un cuartito de la vecindad antes de que se construyera la casa donde vivo, y que su mamá lo maltrataba y le pegaba para que no llorara. Que siempre andaba hambriento y que lo encadenaban de una piernita a la cama mientras que la madre regresaba de trabajar. Lo que se cuenta es que una vez la señora se fue de parranda tres días, y que terminó en la cárcel, así que para cuando regresó a la casa, el niño ya estaba tieso y con su piernita llena de sangre del esfuerzo que hizo para liberarse de la cadena. Hay quienes le agregan el ingrediente de horror de que al infeliz lo habían empezado a devorar las ratas...

Y para acabarla de fregar, que me tuerzo un pie y quedo atorado entre dos barandales, con una pata colgando. ¡Pero qué zonzo! Entre mi imaginación y mi zoncera ya me ando volviendo loco y hasta matándome solo.

Como puedo, saco la pierna del atolladero y termino de bajar los escalones, tomo la lamparita y dirijo el haz de luz en semicírculo hacia las paredes. Lleno de temor busco la caja de los fusibles y quito el fundido y lo reemplazo por uno bueno, que siempre hay.

Ahora lo que me urge es ver, a la luz, qué origen tienen el ruido de martilleo y las alas de murciélago rozando contra la pared con las garras de fiera.

¡Y se hace la luz! Todo recomienza a funcionar, el motorcito de la cisterna, el compresor del sistema de calefacción y, sorprendentemente, del ventanuco que da al jardín, está colgando la cortina y, con el viento que entra por el hueco de un cristal roto, la tela sube y baja rítmicamente como el ala de un ave. El rasgueo de garras contra la pared es un pedazo de vidrio que se quedó pegado a la cortina, y que efectivamente, pega y roza la madera del marco.

¿Y el martilleo?

Espero en silencio hasta que se me revela el último misterio: lo que percibí como el sonido de un martillo pegando contra algo, es la vibración de la tubería del agua, que produce el misterioso sonido cada vez que cambia la presión del líquido, lo que hace vibrar los tubos y sus soportes.

¡Menudo susto! Nomás falta que se me aparezcan el niño y el viejito en mi regreso a la sala.