El horror nuestro de cada día (199)

INQUIETANTE FENÓMENO SOBRENATURAL


El horror nuestro de cada día (199)

La Crónica de Chihuahua
Agosto de 2014, 23:25 pm

Por Froilán Meza Rivera

“¡Aquí estoy yo, estaba estudiando pero se me fue la luz!”, dije, grité nervioso, a quien hubiera llegado al cuarto de estudio que llamábamos biblioteca. Pensé que era mi hermano que venía por algún material para sus clases de la mañana siguiente. Nadie me respondió, pero se volvieron a escuchar ruidos como si alguien rebuscara entre los papeles del escritorio y en las cajas que usábamos como archiveros.

“¿Quién anda ahí?”, insistí, al tiempo que me levantaba y reintentaba con el interruptor, pero ni la luz regresaba, ni nadie me respondía.

El foco del cuarto se encendió después solo, de súbito, igual que se había apagado antes.
Y comprobé que en la biblioteca no había nadie más que yo.

Me inquieté y sentí un cierto temor hacia lo que había experimentado en cuestión de ruidos. A los trece años era yo muy sugestionable, y aunque siempre se me inculcó a no creer en fantasmas ni supercherías, no pude evitar que los ruidos me atormentaran y me acosaran horas y días después. Traté de olvidar el incidente, y por cierto durante muchos días, el fenómeno no se repitió.

Era una casa extraña, ésa donde vivimos en la infancia. Había demasiadas habitaciones, demasiado espacio para cinco personas que éramos con mi hermana, mi hermano menor y mis dos padres y yo. Y digo extraña, porque además de que era el colmo del desperdicio de espacio, los cuartos y los patios estaban muy mal distribuidos. La casa formaba una letra H con el patio trasero y el jardín, y eran dos hileras de cuartos con un pasillo en medio. Estaban la sala, el comedor y la cocina, después el patio para el que se abrían tres puertas, y un baño completo con regadera, en seguida el cuartito de la lavadora, un tejabancito que mi madre usaba para el lavadero a mano, y luego otro medio baño sólo con excusado. En la siguiente hilera estaban las recámaras, que eran tres, otra salita que usábamos para ver televisión, y por último el saloncito que llamábamos biblioteca, con salida al patio.

Hubo otro día en que los ruidos se repitieron, pero me di cuenta de que la interrupción de la luz no había sido casual la vez anterior, porque en esta ocasión sucedió igual. Era temporada de exámenes en la secundaria, y eran los finales del primer grado, así que me dediqué a torturarme con Español y Biología. Estaba yo dispuesto a retirarme a mi cuarto hasta que hubiera terminado, pero a eso de las doce y media, que se va la luz como dije.

E iniciaron de nuevo los sonidos de papel estrujado. Eran indudablemente un par de manos jugando con papel. Esta vez recordé que en el cajón del escritorio había una lamparita de mano, así que resistí el miedo y la tomé. Al encenderla, lo que presencié me dejó helado, porque todos los papeles de encima del escritorio, y unas libretas, lápices y marcadores, giraban en una espiral hasta el cielo raso, mientras que varias hojas estaban siendo estrujadas en el suelo.

No pude irme de ahí porque la puerta que daba al pasillo se había cerrado con un fuerte rechinido que hizo que mi corazón se desbocara.

De pronto, escuché otros sonidos diferentes, como si un cuerpo humano estuviera rebotando en los muebles y en las paredes, y en ese preciso instante se desplomó en el suelo la espiral de objetos que despegó del escritorio.

En seguida, también, la puerta del pasillo se abrió con otro rechinido fuerte y profundo que pareció provenir desde el subsuelo, como el quejido de algún monstruo atrapado en la tierra.

Ahí cesó todo ruido y actividad.

Algo sucedió con el fenómeno fantasmal, que ya nunca después regresó, ni tampoco atormentó a nadie más que a mí aquellas dos noches en que pregunté en vano si había llegado alguien a la biblioteca.