El horror nuestro de cada día (CXLIX)

PERSECUCION DIABÓLICA


El horror nuestro de cada día (CXLIX)

La Crónica de Chihuahua
Agosto de 2012, 20:34 pm

Por Froilán Meza Rivera

“Aquello” que la perseguía no era, por cierto, nada humano, aunque se le vieran piernas y brazos y cabeza.

No era humano, se sabía, se sentía, Lorena estuvo segura de ello, y no sólo porque la “cosa” esbelta, de un blanco anormal, grisáceo y mortecino, iba desnuda. Ella sentía con todos los vellos de su piel y con el calor que le quemaba la cara, y con la cabellera que se le levantaba electrizada, que el peligro que la acosaba no era el de daño ninguno que le pudiera infligir un violador o un asesino... era verdaderamente algo que traspasaba los límites de la maldad puramente humana.
Y allá iba corriendo en pos de la mujercita, “aquello”, la “cosa”.

Ella siempre supo, pero lo olvidó por descuido, que no debía frecuentar las inmediaciones de la casa endiablada, y resultó que Lorena fue a dar ahí, precisamente ahí, a la media noche, sin un alma en las calles. Sola e indefensa. La recomendación de no ir a esa casa ni de pasearse por el rumbo, era obligatoria, y a ella su patrona se lo dijo siempre, y todos insistían en ello, tanto, que se llegó a convertir en una de esas prohibiciones implícitas.
Hace como treinta años que sucedió el horripilante episodio que dejó a Lorena trastornada y “tocada” para siempre, pero ella nunca lo olvidó, y es imposible hacerla salir sin compañía en las noches, y al rumbo de la Panamericana, ni de día, ni acompañada. Será tal vez por eso que la mujer, ahora de casi cincuenta años, se mudó a los Estados Unidos, lejos de todo lo que la perturbó aquella noche.

Trabajaban Elia Lorena y su hermana Mirna, mayor que ella casi dos años, como sirvientas en una casa grande, en la Panamericana. Como costumbre su padre las traía a casa cada noche en su pick up, para que las muchachas no tuvieran que quedarse a dormir allá. La casa paterna estaba, y sigue estando, en la ondulante calle La Cantera, atrás del arroyo de los Perros, sector que en la actualidad quedó como céntrico pero que hace 30 años era una de las orillas de la ciudad.

Esa tarde, el padre de las muchachas se quedó tirado a medio camino con su troquita averiada de algo eléctrico, y no la pudo echar a andar por más que le movió a las entrañas de cables y conexiones y reguladores. Elia Lorena y Mirna se limitaban a esperar porque ni una llamada llegó del patriarca, y casi eran las 11 de la noche cuando tomaron la decisión de salir a conseguir un taxi, en vista de que el hombre no las recogería.

En las calles solitarias del rumbo, ni taxis ni carros de ninguna especie se veían ya a esas horas, y después de que caminaron como 20 minutos, sin pensarlo, Mirna la mayor decidió que se adelantaría hacia las avenidas más transitadas. “Tú me esperas aquí y yo regreso con el taxi, tú ya andas muy cansada”, ordenó, y la otra no pudo decir pío. Cuando regresó a recoger a Lorena, ella ya no estaba donde la dejó, y Mirna pidió al conductor que la buscaran en las otras calles. Dieron varias vueltas en el rumbo, y al fin vieron a la muchacha que se acercaba corriendo hacia el taxi, y tanto Mirna como el chofer pudieron ver a la “cosa” que venía detrás de ella.

Sin aliento y sin color en el rostro, Elia Lorena emitía unos como sollozos agonizantes que llenaron de terror a los presentes al asociarlos ellos con la “sombra blanca” que supieron que la persiguió hasta ahí.

Al día siguiente, cuando pudo articular palabra, Elia Lorena relató a sus preocupados parientes que cuando ella se quedó sola, pronto cayó en la cuenta de que estaba precisamente a un lado de la famosa casa endiablada de la Panamericana. Dijo que su primera reacción fue de miedo, y que empezó a alejarse de la casa, caminando hacia atrás, para no perder detalle por si era atacada —su mayor temor—.

Al retroceder, la mujercita miró hacia todos lados, y justo detrás suyo apareció la “cosa”, a la que sintió con un estremecimiento de toda la piel que le enfrió la cabeza. “Medio voltié, y veo a un lado mío una especie de hombre aparentemente desnudo, sin cabello en la cabeza ni vello en el cuerpo, el cuerpo le brillaba, pero alrededor, como si se le desprendiera un resplandor... sus ojos, grandes, muy brillosos y negros como de cosa muerta, flaco, descalzo”.

Ahí hubiera terminado todo si se hubiera tratado de un fantasma, de un muerto viviente común y corriente, de un espectro, de un alma en pena normal. Pero no. La “cosa” la persiguió, corrió ágilmente con músculos poderosos en sus piernas de blanco mortecino, y ella echó a correr, literalmente despavorida, varias cuadras, y la “cosa” la toca, la alcanza, y ella acelera y le saca ventaja, y “aquello” seguía persiguiéndola incansable.

Fueron minutos de una tortura mental y física y anímica tremenda que llevó a esta muchacha cinco cuadras arriba de donde la había dejado su hermana.

Elia Lorena cumplirá 50 años este 2006, y los treinta o algo de años que ya transcurrieron, de hecho nunca pasaron por ella, porque todavía ayer en la noche, de visita en la casa paterna de la Cantera, la mujer sufrió la misma pesadilla que la ha acosado durante todas las noches de su vida desde entonces.

La “cosa” que no era un muerto ni un hombre, todavía la persigue por las calles de la colonia Panamericana, en una tormentosa cacería que nunca termina.