El horror nuestro de cada día (CXXXV)

EL FANTASMA DE MI MADRE MUERTA


El horror nuestro de cada día (CXXXV)

La Crónica de Chihuahua
Enero de 2012, 20:52 pm

“Así habló, y yo quise abrazar
el fantasma de mi madre muerta.
Tres veces quise retener su imagen
y tres veces escapó entre mis manos,
como una sombra, como un sueño”.
Homero. La Odisea, Canto XI

Por Froilán Meza Rivera

Miguel Ángel persiguió la sombra de su madre, de quien sólo veía con claridad el chal escarlata, el inconfundible chal escarlata que ella usó siempre sobre su cabeza y sus hombros. La silueta dobló la esquina y la prenda volaba con el viento, hasta que desapareció en la penumbra de las casas en la noche.

Era su madre muerta, mi abuelita Cristina.

Mi padre guardó por muchos años el dolor de haber perdido a su mamá, porque ellos dos fueron muy unidos. Es que mi abuelo simplemente desapareció un día sin avisar que no regresaba, y dejaron de verlo para siempre. Y después mis tías se casaron jóvenes y dejaron a mi abuela y a mi papá viviendo solos en la casa.

Era 1966, y Miguel Angel tenía poco de haberse casado, con apenas un par de hijos pequeños. Vivía en la colonia Industrial de aquellos tiempos, cuando la bonanza del ferrocarril con sus salarios seguros salpicaba a todo el vecindario. A Miguel le gustaba irse a la cantina a echarse sus cervezas, al fin y al cabo, decía, “tenía bastantes merecimientos”.

En 1966 mi papá todavía le lloraba a mi abuela, y esa noche —le contó después a mi mamá— estaba especialmente triste haciendo memoria de todo lo buena que había sido doña Cristina con él, y de todo el bien que la viejita había esparcido en la familia.

“No sé por qué, pero esa noche ni la cerveza tenía sabor, y la botanita que habían repartido, de camarones secos y cacahuatitos enchilados, pues como si no me hubieran dado nada, ahí estaba yo, todo pensativo y melancólico”, relataba el ferrocarrilero.

Vino a sacarlo de sus pensamientos Fidel Amaro, su amigo de toda la vida a quien no veía desde hacía por lo menos cuatro años.

“¿Cómo estás, Miguelón? ¿Qué dices? Ya ni la friegas, cómo le haces eso a la señora..?”

“¿Qué pásó, Fidelón? Cuánto tiempo sin verte, cabrón, primero salúdame y luego me regañas, ¿por qué llegas reclamándome?”
Fidel Amaro estaba recién llegado del otro lado, a donde se había ido de bracero.

—Oye, tu mamá está allá afuera, y con tanto frío... me dijo que te está esperando, ¿cómo fue que la dejaste esperándote, y tú aquí muy a gusto con tu cervezota?

—¿Dónde está? ¿de qué lado? —le preguntó mi padre, entre desconcertado y seguro de que su madre había vuelto, al fin y al cabo eso fue lo que muchas veces pidió al cielo.

—Ahí nomás, a la vuelta.

—¿A la vuelta? ¿por donde está el puesto de gorditas?

Pasaba de la media noche, en aquel Chihuahua sin restricciones de horario de alcoholes.

—Sí, hombre, y trae su chal, apúrate que se ha de estar helando... y ya sabes dónde vivo, a ver si platicamos en cuanto tengas una chancita.
Cruzó mi papá la calle, y al acercarse al puesto de la esquina, que ya estaba cerrado, para su sorpresa ahí estaba su madre. Era el chal sobre los hombros de su mamá, a quien sólo veía en sombras, pero la prenda era inconfundible. Dobló la esquina la figura de su madre muerta, el chal volando al viento, y Miguel Angel la persiguió, y cuantas veces logró acercársele, otras tantas la imagen escapó de su alcance, hasta que llegó a su propia casa.
Miguel Angel entró sudando y presa de la excitación, directo a la recámara. “Estelita, ¿por qué me haces esto? ¿crees que es gracioso? ¿por qué quieres engañarme con el chal de mi madre?”

—Miguelito, ¿pues de qué hablas, si yo aquí me he estado acostada, tratando de dormir a los niños?

El esposo extendió sus manos y cogió entre las suyas las de su mujer, pero eran manos tibias.

—Olvídalo, Estela, me confundí.

A la mañana siguiente, el Miguelón y el Fidelón se juntaron en la cantina, y el maquinista le preguntó al bracero que si él conocía a su mamá.

“Pero cómo no voy a conocer a doña Cristina, ¿por qué me lo preguntas?”

“Éste es su retrato, ¿la reconoces?”

“Sí, pues anoche la vi aquí afuera, y me encargó que te dijera que te estaba esperando, ¿por qué me lo preguntas?”

“Es que mi madre tiene tres años de muerta”.