El horror nuestro de cada día (CXXVIII)

LA INSOPORTABLE QUINTA GAMEROS


El horror nuestro de cada día (CXXVIII)

La Crónica de Chihuahua
Septiembre de 2011, 21:18 pm

Todos quienes han pernoctado en la Quinta Gameros, hoy museo universitario, saben de primera mano que ahí espantan, porque nunca faltan los ruidos. Es una cosa sabida lo de los ruidos, es hasta algo natural, propio de la Quinta, como una herencia que le han dejado los años y las sucesivas ocupaciones y vocaciones que le han encontrado al edificio quienes de él se adueñaron en diferentes épocas.

Hay un ruido natural, que es el que producen las tablas del piso de machimbre, sobre todo durante las noches de verano, cuando se contrae la madera que en el día se distiende por el calor. Es un sonido al que todos los veladores están acostumbrados, y nunca le prestan atención, como sí lo hacen, en cambio, los nuevos empleados del museo. Pero otra cosa son los sonidos que “algo” o “alguien” arranca del piano y de otros instrumentos musicales que se han exhibido ahí. Cuenta Ravid Peña, cuyo padre es trabajador de la Universidad y quien hace pocos años cumplía turnos como velador en diferentes instalaciones universitarias, en sustitución de quienes salían de vacaciones, que a él le tocó estar presente en uno de estos “conciertos fantasmas”.

“Yo ya sabía de los ruidos de la madera, que me parecen normales, pero de ninguna manera estaba preparado para lo que me esperaba por experimentar esa noche”, relató más tarde. Resulta que en esa ocasión, durante|el segundo recorrido general por las instalaciones, le pareció percibir, muy lejana, una vibración y, al acercarse a una de las salas, la vibración se fue definiendo como un rasgueo de cuerdas, “como si alguien estuviera tocando un arpa”.
Lo que lo hizo bajar corriendo despavorido y lanzarse a toda carrera a refugiarse en el cobertizo del patio que se usaba como bodega hace mucho, fue que las teclas del piano se empezaron a mover solas y a producir una vigorosa melodía.

La Quinta Gameros es acaso la más hermosa de las grandes mansiones que edificó en Chihuahua la casta de ricos comerciantes, mineros y ganaderos del siglo XIX y principios del Veinte. Su construcción inició en 1907 y terminó en noviembre de 1910, cuando estalló la Revolución Mexicana y el señor Gameros, su propietario, se vio obligado a abandonar el estado. En 1913, Francisco Villa ocupó la ciudad, y la Quinta Gameros fue intervenida por las autoridades revolucionarias. En ella se alojó por un par de meses Venustiano Carranza.
La casa tuvo funciones de prisión y de cuartel general de Villa, y hasta como hospital.

Dicen, dicen que hay fantasmas que pueblan las estancias de la planta alta, y que hay infinidad de historias que no se han contado.

Uno de los guardias vio, con sus ojos, una cierta sombra que tapaba la luz de los tragaluces, por lo que subió de inmediato al segundo piso, en donde se topó con una hermosa muchacha que andaba descalza, vestida con seda de colores verde y rosa. Le dijo el hombre: “Señorita, me va usted a disculpar, pero al público no se le permite entrar al segundo piso. ¿Cómo llegó hasta aquí?”

Dicen que la joven sonrió antes de decir: “Entré por la otra puerta, que siempre está abierta. Disculpe usted, ando descalza porque tengo mucho calor, y mis zapatos están en los jardines. Me voy para que no lo vayan a regañar”.

Norma Luz González, Fanny Alejandra Martínez y Lorena Aralí Pérez Macías, quienes recopilaron varias narraciones populares en “Leyendas urbanas de la ciudad de Chihuahua del último siglo”, continúan así esta historia:

“Ella caminó hacia un lado de la puerta y el guardia hacia el otro. Cuando él bajó, le avisó a su compañero que andaba una persona en el segundo nivel. Su compañero sacó la llave para abrir la puerta y subió junto a él, pero ya no encontraron a la muchacha. Se preguntaron cuál sería la puerta por la que entró, si ellos usaron su llave para entrar y salir, y nunca antes habían dejado abierta alguna puerta. El guardia recordó que la muchacha había dicho que andaba descalza y que sus zapatos estaban en los jardines, así que fue a buscarla; al no encontrarla en los jardines subió nuevamente, pero sus compañeros que estaban en la puerta principal no la habían visto salir. Aun cuando registraron la casa entera, no la volvieron a ver jamás”.

“Después de dos años restauraron el segundo piso, se llevaron varias cosas y sólo quedó una capita de polvo sobre el piso. Cuando los guardias volvieron a las ocho de la mañana se dirigieron al segundo nivel y vieron las pisadas de una mujer, las cuales no tenían salida a ninguna puerta, al menos no apreciada por simples mortales”.

Las investigadoras universitarias consignan que, con el paso de los años, los guardias de la mansión han llegado a ver con familiaridad los pasos de la mujer descalza.