El horror nuestro de cada día (CXXIV)

LA SOMBRA DEL PECADO DE ZULEMA


El horror nuestro de cada día (CXXIV)

La Crónica de Chihuahua
Agosto de 2011, 21:44 pm

Por Froilán Meza Rivera

“En el sueño, veo a una muchacha con un hombre mayor en mi sala, no sé por qué, pero yo sé que se llama Zulema, y ella me pide ayuda, y su nombre se me queda grabado”... El sueño se convierte en pesadilla para Mónica, quien se despierta agitada, gritando el nombre de la mujer.

Pero ¿quién era Zulema, y cómo llegó a las vidas de estas personas?
Esta es una historia de la vida real, ocurrida en varios días sucesivos a fines de noviembre de este todavía año 2005.

La noche se arrastraba lentamente en casa de Mónica, igual que las sombras en la sala. Pasaban esas sombras, y se movían como cosas vivas en el aposento, y en la casa de enseguida las veían también, los unos pensaban en los otros, y los vecinos en los de acá.

“¿Por qué te andas asomando?”, reclamó Mónica a su hermana, contraparte suya en la casa gemela separada de la propia sólo por un pasillo con una vidriera. La hermana le confiesa que pensó que esas siluetas de gente en el pasillo eran de ellos, de Mónica y sus dos hijos. “No, no somos nosotros, porque las sombras las vemos desde acá”.

El juego de siluetas misteriosas todavía intrigó a las dos familias durante varios días, y Zulema cuenta que en una ocasión, las presencias fueron tan reales, que ella corrió por el pasillo desde su recámara a la sala, y donde debió haberse encontrado con esas personas, sólo la estancia desierta.

“Corro a la sala y no hay nada, ¡qué espanto!”

“¿Por qué te andas asomando?”, gritaba, en espera de que le respondiera una voz familiar.

“No, aquí pensamos que era Alexis, o Alain, que iban por el pasillo”, dijo su hermana a Mónica, todavía esperando que las sombras respondieran a nombre de sus dos sobrinos. Los tercos espectros seguían moviéndose como cosas vivas. Las sombras indefinidas deslizaban sus figuras protohumanas por las paredes, por los cristales en que se embarraban, en la sala, en el pasillo que era su reino, y eran dos, siempre dos. Y ni el menor asomo de ruido turbaba el miedo primigenio y mudo que sentían las familias secuestradas por esos fantasmas.

Una noche, de esas en que llegó una ola de viento helado del norte, Mónica dormía con el sueño inquieto de quien siente el frío que se cuela por las rendijas de la habitación. La visión la asaltó en el sueño, y las sombras se le representaron muy claras. Pudo ver entonces que se trataba de una muchacha joven y de un hombre mayor. En el sueño, Mónica sintió que aquellos dos seres estaban conectados en un pecado innombrable, de naturaleza terrible, porque la joven mujer suplicaba a la durmiente por ayuda: “Ayúdame, estoy embarazada, ayúdame, por favor, Moni”. El hombre, que a Moni le pareció que manaba un olor a perversión, estaba irreconocible con una máscara feroz que ocultaba su rostro.

De alguna manera, Mónica se hizo partícipe del pecado de Zulema, y sintió que ese pecado se materializaba en una opresión dentro del pecho, como si le estuviera creciendo un enorme y doloroso tumor.

“¡Zuleeeeeeema!”

Con los gritos de la madre, llegaron los dos hijos adolescentes a su recámara, y la trataron de consolar: “Ya, mamá, ya pasó, fue nomás un sueño, ya tranquilízate, mira, aquí hay agua, tranquilízate, mamá”.

Mónica relató a sus hijos el sueño reciente, y lo relacionó con las sombras que habían estado acosando a la familia durante casi una semana. Se abrazaban los tres, esa madrugada, cuando el timbre de la puerta les electrizó los cabellos.

Alexis, el mayor de los hijos, con 14 años macizos, se arriesgó a abrir la puerta y se encontró con “una señora” que le preguntó por... Zulema.

¿Está Zulema?

“¡Aquí no vive ninguna Zulema!”, explotó el muchacho y, en el clímax de una crisis nerviosa, azotó la puerta frente a la mujer que aguardaba una respuesta. Alexis regresó a la recámara de la madre, que estaba contigua a la sala, y cuando reaccionaron a lo que estaba pasando, pensaron que a lo mejor la mujer aquélla era la respuesta al misterio de Zulema y las sombras. Corriendo, buscaron a la mujer, pero ya no había nadie.

La abuela de los muchachos recordó a la mañana siguiente, que ella siempre tuvo muy presente, desde muchos años antes, el nombre de la mujer embarazada del sueño de su hija. Aunque nunca conoció a nadie que se llamara de esa forma, a esta casa, que fue la morada original de la familia, el cartero trajo alguna vez correspondencia para una tal Zulema.

¿Dirección equivocada? Tal vez no.