El horror nuestro de cada día (CXXIII)

SECUESTRO: HORROR DE LA VIDA REAL


El horror nuestro de cada día (CXXIII)

La Crónica de Chihuahua
Julio de 2011, 01:29 am

Por Froilán Meza Rivera

“No te preocupes”, le decían, “nada te va a pasar, te va a ir muy bien con nosotros”. Trataban de tranquilizarla para que no armara un escándalo, pero ¿tiene tranquilidad un condenado a muerte? ¿Está tranquilo alguien que sabe que va hacia un final doloroso? Así se sentía ella.

Las inquietudes de la jovencita aumentaron cuando sorprendió a dos de los hombres gesticulando al tiempo que señalaban a la raptada. Le pareció a Consuelo que la iban a matar, y su imaginación se desbocó con la evocación de sangrientos rituales a los que seguramente, pensaba, se entregaban aquellos desalmados con sus víctimas.

Consuelo Ortega Cruz fue robada por una banda de maleantes cuando apenas cumplía su mayoría de edad —hace 30 años—, y logró escapar de sus captores después de una odisea en el desierto de Sonora, cuando la trasladaban por la fuerza en el viaje que hacían a Tijuana.

El hecho la dejó marcada y desde que tuvo hijas, las cuidó como a la niña de sus ojos, como quien dice.

Contaba ella apenas con 18 años de edad, y decidió un día ir a Guaymas, Sonora, a buscar a unos parientes. Nada se lo impedía. Estaba prácticamente sola en la vida. El viaje lo hizo de trampa en el tren carguero, con todas las molestias y todos los riesgos que ello implica, y que muy bien conocen los hombres maduros que alguna vez hicieron ese tipo de viajes en su juventud: privaciones, molestias, fríos, hambre inevitable, peligro de caer de los vagones, peligro de fracturarse algún hueso en los saltos para pasar de un carro a otro, o de caer y romperse la cabeza. Peligros, en fin, que se multiplican por la condición de mujer —y de mujer joven y muy bonita, por añadidura—.

Y así fue. Las altas probabilidades de que algo le pasara se cumplieron en su persona, cuando cinco sujetos se apoderaron de ella y la subieron por la fuerza a una camioneta cerrada que tomó la carretera y puso rumbo a Tijuana. Callados y malhumorados, las dos mujeres y los tres hombres que la conducían a su destino incierto, custodiaban a la joven Consuelo y la mantenían en medio de ellos, prácticamente inmovilizada. “No te preocupes”, le decían, “nada te va a pasar, te va a ir muy bien con nosotros”.

“¿Tienes hambre?”, le preguntaron cuando aparecieron en el camino un caserío y un restaurancito, perdidos en el desierto en algún punto entre Hermosillo y Sonoyta. “Yo le eché una mirada al lugar, y pensé luego luego que ahí estaba mi oportunidad de escaparme, y decidí que me les escaparía como fuera. Cuando fui al baño me di cuenta de que había en seguida una puerta abierta, y la vi como mi escape.

“Una mujer me seguía a todos lados, y fue conmigo al baño, nunca me dejó sola. Pero cuando comimos, y dijeron que ya nos íbamos, de repente me levanté y les dije que iba al baño. Creo que los sorprendí, porque la mujer no me siguió, y luego luego me metí al baño y traté de abrir la puerta que estaba ahí, pero ya estaba cerrada”. Otra puerta estaba cerrada también, pero toqué y me abrió un niño que estaba solo. Le supliqué: “ayúdame”, y entre él y yo levantamos un riel que tenían de tranca en otra puerta que daba a la calle. Salí corriendo y después de correr un poco me metí a otra casa en donde me abrió una señora, y le pedí que me escondiera. Ya no supe si me buscaron o no, pero nunca me encontraron.

Años después, le nació su niña Rosalba, de un parto normal. La recuerda de chiquitita muy vaga, “tremenda”, le gustaban mucho los animales. Las dos hermanas han tenido perritos como mascotas, pero se les murieron. Ultimamente tenían una gata y dos gatitos.

Consuelo no dejaba salir solas a sus dos niñas: Rosalba, quien el 6 de marzo cumplió 25 años, y Norma Isabel, ahora de 23. Pero por uno de esos acontecimientos que sólo se explican como ironías de la vida, cuando las chicas comenzaron a moverse solas y a ir al centro sin la compañía de la madre, Rosalba Pizarro Ortega desapareció un día y no volvió a saber nada de ella por años.

Consuelo las cuidó mucho, a las niñas. Ellas no podían salir lejos a la calle solas, “siempre tuve mucho miedo porque a mí me robaron, y mire lo que me pasó, que desapareció mi hija”.

Rosalba Pizarro se cuenta entre las desaparecidas de Chihuahua, y sus restos mortales fueron encontrados en 2004 en las afueras de la ciudad, más de cuatro años después de haberse desvanecido en el centro.