El horror nuestro de cada día (XCIII)

RODEADA DE FANTASMAS


El horror nuestro de cada día (XCIII)

La Crónica de Chihuahua
Marzo de 2011, 23:02 pm

Froilán Meza Rivera

Buenaventura, Chih.— A los 26 años de edad me siguen acosando los fantasmas de mi infancia. Hay noches en que me despierto nerviosa y bañada en sudor, con el corazón agitado y pugnando por no asfixiarme porque en el sueño siento que unas manos negras y enormes, de gigante, me desgarran el vientre y aprietan mi garganta.

No diré mi nombre, pero soy originaria de Constitución, del municipio de Buenaventura, y todavía traigo arrastrando los miedos de la niñez.

Mi familia vivía en ese pueblo. Éramos mi mamá, mi papá, dos hermanos y yo, y nos apretábamos los cinco en un cuartito.

Tengo muy presente esa noche. ¿Cómo no recordarla? Tenía yo unos 6 o 7 años, cuando sucedió aquello. Cenamos, me acuerdo bien, unos frijolitos muy sabrosos con queso, que me gustaban y me siguen gustando mucho, guisados con manteca de puerco. Me dijo mi mami: “Ándale, m’ija, ahí tienes tus frijolitos maneados con harto quesito, como te gustan, a ver si no te los comes”. Y, por si fuera poco, hubo café con leche de una vaquita que tenía mi papá, muy lechera, que le había confiado un primo de él antes de irse a los Estados Unidos. Nuestro padre era muy pobre, sin tierra, pero bien que sacaba el “chivo” en las pizcas y alquilándose como peón de todo: en el desahije, en la fumigada de las huertas, en la pizca de la manzana, de la nuez... y en los riegos de primavera que terminaron consumiéndolo de artritis reumatoide, tan joven que murió antes de los cuarenta y cinco años. Y recuerdo que, por si fueran pocas las delicias con que nos obsequió en la mesa mi mami esa noche, nos había hecho también unas fragantes tortillas de harina, tan escandalosas de aroma como de sabor... ¿Cómo no acordarme, pues?

Cenamos y nos dormimos temprano. Era alrededor de la una de la madrugada, y en la cama que compartía yo con mamá y papá, estaba yo acostada hacia la orilla. Mis hermanos descansaban en una cama individual cerca de la ventana.

Estaba yo tan a gusto, pero de repente sentí una mano fría, fría, que se me metía por entre la ropa. Me dio tanto miedo porque supe que no era nada bueno, pues estaba llena de pelo. No dejaba de manosearme... ¿He de decir que llegué a pensar que alguien de mi familia quería abusar de mí?

Lo que hice para zafarme del martirio, fue levantarme en la cama y gritar, con un grito como nunca lo había gritado, tal, que mi mamá y mi papá despertaron de inmediato y prendieron la luz y me preguntaron que qué me estaba pasando. Creyeron ellos que había tenido yo una pesadilla, aunque les conté lo de la mano en las nalguitas. Pero de todas maneras, mi padre tomó un rifle calibre .25 que tenía a la mano, y salió a ver si había alguien afuera del jacal. En el patio colindante no encontró él a nadie, ni vio nada sospechoso, sólo los perros y la vaquita, que se habían inquietado con el barullo.

“Véngase, m’ija, pa en medio de entre nosotros”, me dijo papá, “pa que duerma tranquila”. Yo dormí un poco mejor, aunque a cada rato me llegaba la sensación de que la mano gigante rondaba el cuarto, y hasta creo que en una de ésas la vi flotar por encima de la cama.

La pesadilla regresó al rato. Por el respaldo de la cama me dieron un fuerte jalón de cabellos y volví a gritar. Mi papá, desesperado, me dijo: “¿Pos qué le pasa, m’ija? ¿qué, está embrujada o qué?”

Él buscó en el cuarto, debajo de las camas, en el patio, y de nuevo nada. Esa noche al ratito llegó mi abuela paterna, quien vivía cerquita, porque escuchó mis gritos, y le contamos lo que había pasado. Me dijo ella: “Vente acá conmigo para que te sientas más segura”, y me llevó a su casita y allá nos acostamos.

Todo en la misma noche. De repente, escuchamos soplar en la puerta un viento de esos que silban agudo y que a mí siempre me han dado miedo. ¿Era un espíritu acaso que venía por mí y que deseaba entrar a con mi abuelita?

Yo hoy todo aquello lo tengo tan presente, como si hubiera sido ayer, y aunque vivo en Chihuahua, mi patio nuevo lo siento como si fuera el mismo patio de la casita aquella del rancho... la oscuridad es la misma, sin embargo, y mis miedos están intactos, aunque la mano tenebrosa y peluda ya no regresó más que en sueños.

¿Algún día seré libre?