El horror nuestro de cada día (XXXIV)

CADA MEZQUITE ERA UN FANTASMA LEÑOSO


El horror nuestro de cada día (XXXIV)

La Crónica de Chihuahua
Enero de 2011, 22:14 pm

Por Froilán Meza Rivera

Ciudad Delicias.— Allá por los días de mi infancia, había un viejito, don Tomás, el del sombrero zacatecano, que nos contó una vez una historia de las que él nombraba “de espantos”.

Para la gente sencilla que éramos todavía en el Delicias de 1966, no había entonces el terror de ahora, ni las mal llamadas “leyendas urbanas”. Pero ¡qué sabroso el miedito que nos recorría la piel y la sangre, que nos erizaba los pelillos de la nuca y del brazo! ¡Qué sabrosito el miedo de cuando te tenías que regresar en lo oscuro a tu casa, y cada piedra con la que te tropezabas era un fantasma o un nahual que te salían al paso para destrozarte y torturar tu carne..!

Los sustos no estaban para menos, pero el tema nos encantaba.

El señor éste, don Tomás, no era de Zacatecas, por cierto, sino de San Luis Potosí, y esta historia que hoy desentierro de los recuerdos, creo que era de algún barrio de los de allá de su tierra.

Salieron pues un día el joven Tomás y sus amigos, valientes desafiadores de los peligros de la noche, con la misión de encontrarse con las ánimas del mezquital, y conforme se internaban en la trama laberíntica de aquel bosquecillo espinoso. Iban a la búsqueda de una de aquellas ánimas en especial, que llamaban “el muerto viviente”. El tal fantasma era fama que salía por entre uno de aquellos voluminosos arbustos crecidos como árboles, en aquel bosque virgen que nadie, ni en el pasado ni ahora mismo, se ha atrevido a cortar ni para leña ni para horquetas ni para vigas.

¡“Caminábamos, pero ¡ay, muchachos, qué miedo nos empezó a dar! Luna no había, y no me acuerdo si en el cielo se veían estrellas, ¿quién se anda fijando en las cosas de arriba, si lo que importaba era lo que nos rodeaba?”

Decía el viejito que para él, “cada mezquite era un fantasma leñoso que nos llenaba de pavura... al poco rato, nuestra alma recobró aliento y nos resolvimos a buscarlo, pero ¡nada! De repente, en medio de aquella espesura siniestra, falló nuestro espíritu y caímos al suelo, aletargados por el miedo. Ya que volvimos, recobramos nuevamente el aliento y gritamos: ¡Bendita Madre de la Soledad! Virgen santa, sálvanos!”

Aun sin haber visto nada, regresaron los muchachos espantados a sus casas, y por ocho días dejaron las aventuras, pero una tarde se integraron al barullo de una chusma que acudió a la luz del día al mismo mezquital, cuando se corrió el rumor de que había un hombre colgado en uno de los mezquites más altos. “Allá fuimos otra vez, llamados por la curiosidad. ¡Madre de la Soledad! Exclamamos al mismo tiempo; ¡que horror! Aquel cuerpo estaba negro, negro como la cáscara de los mezquites muy viejos, y con la lengua de fuera, todo encuerado y con unas rajadas profundas en la cabeza y los pies”.

Cuando supieron del caso con todos sus detalles, ya el señor cura del Templo del Encino, en un sermón, encargó a los fieles que por nada de esta vida transitaran por allí, o que si por alguna necesidad lo hacían, que pasaran rápido nombrando a la Virgen de la Soledad y haciendo la señal de la Cruz.

El joven Tomás y los suyos no se quitaban la tentación, y acicateados por el morbo, volvieron por aquel paraje como a los quince días, y se asombraron con la sorpresa de ver que el colgado seguía donde mismo. El muerto colgante no se descomponía, y ellos se quisieron morir ahí mismo, porque les dijo, con una voz grave y gutural: “¡Acusad a este mal hombre...!”

Asustados, regresaron a dar la noticia, y sólo los más atrevidos se ponían en camino para cerciorarse de aquel horrendo espectáculo. Volvían, sin excepción de hombre, casi extraviados gritando: “¡Vírgen de la Soledad!”

Dice la leyenda que el cuerpo del colgado permaneció muchos días, y hasta meses, sin entrar en descomposición y no se sabe cómo finalmente fue a dar a la puerta del Panteón de San Marcos, en donde con un miedo que no pudo controlar, le dio sepultura el camposantero.

Ésas sí eran historias de espantos.