El generoso legado de la Revolución Rusa

REPORTAJE ESPECIAL/ Conmemorar este centenario pasa por hacer un análisis metódico del pasado. Y eso se hace hoy en Rusia, donde la Revolución de Octubre es denominada Gran Revolución Rusa de Octubre


El generoso legado de la Revolución Rusa

La Crónica de Chihuahua
Noviembre de 2017, 20:45 pm

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Nydia Egremy

La gran Revolución Socialista de Octubre impactaría al mundo al sustituir las relaciones de dominio y subordinación que impone el capitalismo con un sistema de cooperación y ayuda mutua. A un siglo de esa gesta, su legado consiste en haber generado la esperanza de un mundo incluyente, ya que por primera vez en la historia de la sociedad clasista, la colectividad se colocó por encima del individuo.

La nunca antes vista organización de mujiks (campesinos), soldatys (soldados), truda (obreros) e intelectuales haría de la sublevación de 1917 la más trascendente revolución de la historia. Ese movimiento echó abajo un milenio de monarquía y 370 años de zarismo para instaurar un gobierno popular que buscó la transformación cualitativa de la sociedad, el tránsito del capitalismo al socialismo. Rusia dejaría de ser el Estado más atrasado de Europa para convertirse en el más progresista de su tiempo.

Conmemorar este centenario pasa por hacer un análisis metódico del pasado. Y eso se hace hoy en Rusia, donde la Revolución de Octubre es denominada Gran Revolución Rusa de Octubre; este nuevo concepto científico incluye el periodo entre 1917 y 1921, con la Revolución de febrero, la de Octubre y la creación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

Entre los nuevos ángulos del análisis, el embajador de la Federación Rusa en México, Edouard Malayan destaca: “querrámoslo o no, esa Revolución fue uno de los más grandes acontecimientos de la historia, pues bajo su influencia también comenzó a transformarse el sistema capitalista”.

La Rusia zarista

Al comenzar el siglo XX unos 100 millones de mujiks y obreros vivían en Rusia en condiciones casi medievales, mientras 20 millones de nobles, terratenientes, funcionarios, pequeños industriales y comerciantes poseían los medios de producción y disfrutaban de privilegios. Mientras la población urbana y rural reclamaba al gobierno su falta de desarrollo, el absolutismo zarista, apoyado en el clero y el ejército, perseguía y eliminaba a quienes protestaban por las hambrunas, la explotación y la inflación. Detrás de la inconformidad generalizada estaban el pueblo explotado y el ejército desmoralizado por su derrota ante Japón y la forzada participación en la Primera Guerra Mundial.

Tal efervescencia generaba protestas y exigía cambios políticos hasta que en 1905 estalló una revolución que estuvo antecedida por una masacre ordenada por el zar en San Petersburgo contra más de mil personas. Pese a las promesas, no hubo cambios. En los años siguientes emergieron nuevos actores políticos. Obreros, campesinos y soldados desertores se organizaron en consejos políticos (soviets) y los bolcheviques, liderados por Vladimir Uliánov (Lenin), postulaban en su programa “Paz, Pan y Tierra” una revolución socialista con base en las ideas del filósofo alemán Karl Marx. Los mencheviques, opuestos a esa propuesta, defendieron una revolución burguesa.

Así se gestó la primera revolución socialista de la historia en Rusia, el país más extenso del planeta. La exasperación se tradujo en tomas de fábricas, deserciones masivas en el frente bélico y vanguardias artísticas; entre febrero y marzo de 1917, los bolcheviques ganaron el apoyo de obreros y trabajadores urbanos. Ese comienzo de la revolución socialista culminó con la caída del zarismo cuando abdicó el desprestigiado Nicolás II y Gueorgui Lvov asumió un gobierno provisional. Pronto sería descalificado, pues intentó prolongar la participación rusa en la Primera Guerra Mundial; lo relevó Alexander Kerensky.

“En ese momento solo hacía falta una señal para que los pueblos se levantaran a sustituir el capitalismo por el socialismo”, escribió el historiador británico Eric Hobsbawn. En San Petersburgo, el 25 de octubre (según el calendario juliano vigente en la Rusia zarista, correspondiente al siete de noviembre en el calendario gregoriano), Lenin dirigió a la Guardia Roja bolchevique en el alzamiento contra el gobierno provisional.

Los bolcheviques tomaron los edificios de gobierno y un día después, a las 9:45 de la noche, Vladimir Antónov Avséyenko lanzó un disparo de salva desde el crucero Aurora dando la señal para tomar el Palacio de Invierno que caería a las dos de la madrugada. La Revolución consolidó su poder ejecutivo con el Consejo de Comisionados del Pueblo y el poder legislativo recayó en el Congreso de los Soviets.

Además de convertirse en la primera revolución con carácter socialista que rompía con el sistema sociopolítico anterior, también convulsionó la periferia europea y al mundo entero. Esto se debió a que por primera vez el capitalismo tenía un adversario ideológico fuerte: el socialismo ruso de tipo soviético.

Opuesto a ese proyecto humanista, el occidente capitalista convirtió al mundo en un campo de batalla ideológico cuando en 1919, en la Gran Cumbre de las Potencias Victoriosas de Versalles, el primer ministro francés George Clemenceau afirmó que “La Rusia revolucionaria es un grave peligro para la seguridad de todas las potencias”.

Esta declaración desató una gran ofensiva bélica intervencionista contra Rusia, que sufría la hambruna por el crudo invierno de 1920 y 1921. Para reactivar la economía, Lenin emprendió la Nueva Política Económica (NEP), que combinó acciones capitalistas –industria y pequeño comercio en manos privadas y socialistas– con la gran industria, transportes y banca en manos del Estado.

La URSS: de la utopía a la realidad

El mayor experimento político de la historia: la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS) nació el 29 de diciembre de 1922. Lo acunaban Rusia, Transcaucasia, Ucrania y Bielorrusia con la vocación de un Estado multinacional propuesto a construir el socialismo y desafiar el orden burgués interno.

Los soviets impulsaron la descentralización con repúblicas autónomas opuestas al centralismo zarista y se favoreció la convivencia de múltiples nacionalidades: rusos, armenios, adigueses, letones, bielorrusos, ucranianos, moldavos, uzbecos, tártaros y estonios, entre otros.

Por primera vez en la historia el mujik y el obrero decidieron en torno a su trabajo, vivienda y administración pública, mientras el nuevo Estado alfabetizaba a todos los segmentos de la población e industrializaba el país bajo planes quinquenales. Antes de la Segunda Guerra Mundial el nuevo Estado era ya la tercera potencia mundial y a costa de la muerte de 20 millones de rusos obtuvo para los Aliados la victoria en esa contienda.

Tras resistir exitosamente boicots y sabotajes del capitalismo corporativo desde su nacimiento y durante la Guerra Fría, el 25 de diciembre de 1991 se firmó el acta de defunción de la URSS. El desequilibrio entre la precaria economía soviética y el portentoso presupuesto bélico hizo crujir la estructura del Estado, sumado al lastre de una burocracia totalitaria y una gerontocracia reacia a a asumir nuevas visiones.

El punto de inflexión serían las reformas neocapitalistas de Mijail Gorbachov (Perestroika y Glasnost). Así se disolvía el experimento político que duró 74 años y terminó con el “bloque socialista”de 11 países en el Consejo Económico de Ayuda Mutua (Comecon) y el Pacto de Varsovia.

Rusia, heredera del socialismo

En agosto de 2017, un sondeo de la prensa rusa mostró que los rusos desean que se restituyan las ventajas socio-económicas de que gozaban bajo el Estado soviético. En 2016, al conmemorar 25 años de la caída de la URSS, la encuesta del centro ruso Levada reveló que al 60 por ciento de los rusos les gustaría volver a vivir bajo los parámetros de aquella época. Y es que, tras el desmantelamiento del Estado socialista, Rusia quedó prácticamente desvalida. Fue a partir de la presidencia de Vladimir Putin, en el año 2000, cuando la Federación de Rusia –heredera de la URSS– fortaleció su economía y reasumió su rol como actor internacional.

En 18 años creció la clase media, concluyeron los conflictos separatistas y se recuperó el control de los recursos energéticos. Además Rusia recuperó su rol de actor internacional y árbitro de conflictos internacionales (como se vio en el Acuerdo Nuclear entre Irán y Estados Unidos y su actuación en Siria). Hoy el presidente Putin tiene un índice de aprobación superior al 80 por ciento (solo requeriría del 66 por ciento para reelegirse). En 2014, la revista Time lo calificó como el hombre más influyente del mundo y el presidente de la Duma, Viacheslav Volodin, ha declarado: “Solo asocio el futuro de Rusia con su nombre”.

En esa Rusia aún chocan los seguidores de la revolución y del zarismo. El líder del Partido Comunista de Rusia (PCR), Guennadi Ziugánov, ha anunciado que más de 150 delegaciones extranjeras celebrarán el Centenario de la Revolución en San Petersburgo, donde todos los partidos de izquierda del planeta analizarán el futuro del socialismo. Hoy el PCR ha aumentado a sus militantes igual que el Komsomol (las juventudes comunistas) y captó el segundo lugar en votos.

Del otro lado están los ultraortodoxos, otro sector influyente. Tanto así que han impedido que se proyecte la cinta Matilda sobre la relación entre el último zar Nicolás II y la bailarina polaca Matilda Kshesínskaya del teatro Mariinski de San Petersburgo, entre 1892 y 1894. Los ortodoxos entregaron al Kremlin 100 mil firmas para pedir que el presidente impidiera esa proyección; igual hicieron representantes del patriarca Kiril de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Y la aún llamada Casa Imperial Rusa acusa a la cinta de blasfema, pues Nicolás II fue santificado en el año 2000.

Y tal como en otros tiempos acosó a la Revolución de Octubre y a la URSS, hoy Occidente atiza el repudio contra la Rusia emergente al acusarla de influir cibernéticamente en la elección del presidente de Estados Unidos. Hasta ahora no ha aportado pruebas al respecto. Es otro siglo, pero la confrontación contra el adversario independiente, nacionalista y antihegemónico es la misma.