El eterno encanto de la Plaza Merino

**Aquí enfrente instaló su casa en 1709 Juan Antonio Trasviña y Retes, uno de los fundadores de Chihuahua.


El eterno encanto de la Plaza Merino

La Crónica de Chihuahua
Diciembre de 2010, 14:13 pm

Por Froilán Meza Rivera

Chihuahua, Chih.- En la Plaza Merino, el encanto eterno del sabor a pueblo se renueva día con día, y con su más reciente remodelación, este lugar histórico que está ligado a la propia fundación de la capital del estado, se afianza en la preferencia de la gente.

“Señor, a ver si me ayuda para completar algo de almorzar”. Sus ojos te miran como desde lejos, lastimeros pero demandantes. Los cabellos de la mujer van en desorden y su persona acusa un descuido perenne, lo mismo que su ropa, mas no son harapos; no es ella una indigente sin casa. Ve la miserable moneda de dos pesos que le depositan en la mano, y no lo puede creer (“¿Y para qué me sirve este miseria?”, ha de haber pensado). Se aleja, pero reanuda su rutina imperdonable con el siguiente parroquiano, y con el siguiente, implacable en su recolección de moneditas insignificantes y despreciables.

En la Plaza Merino, el sabor a pueblo se transmuta en el aroma penetrante del aceite hirviendo que se desprende del cazo donde doran los taquitos de papa. Tacos dorados, abiertos, no enrollados, de puré de papa con repollo y tomate picados, con salsas roja y verde, alivian de momento el hambre crónica de los paseantes.

Señoras gordas arrastran pesadamente los pies varicosos y llevan colgando paquetes voluminosos e imposibles de lidiar sin la cajuela de un automóvil. Para su mayor martirio, traen con ellas a sus chilpayates. Moqueante y sorbiendo el exceso del líquido viscoso por la nariz, el chamaquito se las arregla para estar atento a todas las tentaciones que se atraviesan en el camino, y para pelear por ellas sin falta con la madre con todas las fuerzas de su gimoteante estilo y con la más efectiva de las pataletas.

Hoy, en la recientemente remodelada Plaza Merino, algunos boleros giraron sus puestos para tomar ventaja del ángulo de la sombra en esta época del año.

BREVE HISTORIA DEL SITIO

La historia de esta plaza se conecta directamente con la propia fundación de la ciudad. Aquí enfrente instaló su vivienda en 1709 el sargento mayor Juan Antonio Trasviña y Retes, uno de los fundadores del Real de Minas de San Francisco de Cuéllar, nombre original de la población. Por eso se le denominaba como Plaza de Trasviña. Otro nombre que tuvo fue Plazuela de los Uranga.

Aquí instalaron una horca en mayo de 1785, y se hicieron famosos aquellos macabros espectáculos públicos en la entonces conocida como la Plaza de la Horca. El gobierno ejecutaba a reos y a esclavos rebeldes, que eran previamente llevados por las calles principales en una especie de paseo de la humillación, precedidos de los heraldos que anunciaban el ahorcamiento.

Entre 1797 y 1810, funcionó aquí un mercado que se instalaba los días primero y de quincena de cada mes. Consumada la independencia nacional, el gobierno provincial decretó una nueva denominación para este sitio público, que pasó a ser nombrado Plaza de los Portales de Hidalgo, nombre que fue cambiado a partir de 1973 por el de Plaza Merino, en honor al coronel José Merino, jefe político del Distrito Iturbide, caído en la acción de guerra de Tabalaopa en combate de los sublevados porfiristas del Plan de la Noria.

LOTERÍA, LICUADOS Y “CHOCOMILES”

El hombre de los licuados y las aguas frescas, de los boletos de lotería y los raspaditos, se afana sin descanso todo el día en la administración del que es tal vez uno de los pocos negocios a los que no afectó tanto la crisis económica. “Martínez”, que así se ha de apellidar si nos atenemos al nombre de su refresquería, sigue anunciando orgullosamente a 13 pesos el precio del “chocomil”. Es ésta una bebida refrescante preparada con el polvo de chocolate, de preferencia de la marca Chocomilk, leche y uno o dos hielitos, licuado todo en una de esas clásicas licuadorcitas de vaso de aluminio con un bracito de aspas que se introduce al vaso.

Infaltables en su aplicada actividad de no hacer nada aparte de chacotear entre ellos y de tomar el sol como lagartos, los hombres de la llamada “tercera edad”, más alguno que otro colado de edad más reducida, son parte del paisaje.

“Oiga, ¿usted cree que ya los tengan inventariados entre los bienes de la plaza pública?”, preguntó desternillándose de la risa por su propio chiste, uno de ellos quien se apartó momentáneamente del grupo de patriarcas.
(Dic. 26, 2010)