El dólar o el rey se muere

Omar Carreón Abud


El dólar o el rey se muere

La Crónica de Chihuahua
Mayo de 2014, 20:44 pm

El dinero no es más que una mercancía. La esencia de ese fenómeno que durante muchos años intrigó y ocupó a algunas de las mentes más lúcidas de los siglos XVIII y XIX, fue descubierta –aunque les siga fastidiando a muchos- por Carlos Marx. El inolvidable e inigualable Prometeo de Tréveris, el más grande pensador de todas las épocas, expuso la historia y la lógica del cambio, primero, de una mercancía por otra, luego, de varias, hasta llegar a la necesaria aparición de una que se destacara del mundo de todas ellas y que pudiera hacer posibles los intercambios cada vez más veloces y abundantes: el equivalente universal, que acabó siendo, por sus características físicas, el oro; de ahí a un representante suyo, que se transformara en cualquier momento en el preciado metal, de ahí al papel moneda ya sólo quedaba un pequeño salto. El misterioso y poderoso papel moneda (y sus extravagantes formas modernas de plástico, de claves por la red o bitcoin), ese irresistible seductor de cualquier mercancía que se la lleva de las manos de su propietario, no es más que otra modesta mercancía, por más que se esfuerce no puede negar su origen humilde, su vulgar ADN de mercadería.

Ello implica necesariamente que los Estados, por muy temibles y ambiciosos que sean, no pueden, so pena de desquiciar el cambio nacional y mundial, fabricar papeles a la libre, colocarles sellos y efigies y echarlos a rodar por el mundo. Por rígida ley objetiva, más allá de la voluntad y los gustos de los seres humanos, todo dinero ha tenido y tiene que estar respaldado por oro o por mercancías. Las consecuencias de esas transgresiones quedan bellamente retratadas en “El huevo de la serpiente” de Ingmar Bergman, en el que aparece la crisis inflacionaria producida por la fabricación de dinero sin respaldo, por parte de la conocida como República de Weimar, en la que los billetes, los marcos se compraban por kilos y se utilizaban para empapelar paredes pues eran más baratos que los tapices.
Esta realidad, comprobada una y otra vez, no queda borrada por el hecho de que precisamente por la abundancia y velocidad que adquieren los cambios de mercancías, aumentados de manera inmensa por el crédito y más todavía por sus formas más recientes, la cantidad de dinero en circulación adquiere cierta independencia de las cantidades de oro almacenadas o, incluso, de las mercancías realmente producidas. El dólar, como moneda mundial que ha sido durante muchas décadas, hace tiempo que ya no tiene respaldo en oro almacenado ni mercancías producidas, lo fabrica el gobierno de Estados Unidos en moderna y eficiente maquinaria que imposibilita su falsificación.

Estados Unidos elabora, pues, sólo respondiendo por sí y ante sí, el dinero del mundo. Esa es la explicación, si no de la inflación mundial que se tiene más o menos controlada, sí de la abundancia de liquidez que satura a los bancos y que ya provocó (en buena parte) la más reciente crisis económica iniciada por la acción de instituciones financieras desesperadas por prestar dinero a quien ya no podía y no pudo pagar.

Estados Unidos fue el mayor beneficiario de la Segunda Guerra Mundial, perdió unos 220,000 militares y prácticamente ningún civil; la Unión Soviética, perdió 27 millones de habitantes (la cifra más aceptada hasta hace algún tiempo), pero, cálculos más recientes, elevan la mortandad hasta 37 millones de soviéticos de las diferentes nacionalidades. Precisamente por estos datos duros, por el sacrificio gigantesco, insólito, único hasta hora, del pueblo soviético que defendía a la Madre Patria y al socialismo que lo estaba arrancando de la pobreza, la derrota final de Adolfo Hitler y los ejércitos fascistas que llegaron a tener dos terceras partes de todas sus fuerzas volcadas en el frente del Este, se debió a la energía, a la resistencia y al heroísmo sin límite del pueblo soviético.

Estados Unidos aceptó abrir el Segundo Frente por el Oeste de Europa hasta el 6 de junio de 1944, a pesar de que Stalin lo estuvo exigiendo a sus “aliados” durante mucho tiempo, antes, EU estuvo involucrado en África, en Italia, en el Pacífico (y eso por el ataque a Pearl Harbor a fines de 1941 cuando ya la guerra llevaba más de dos años). La obra de Winston Churchill sobre la Segunda Guerra Mundial es muy ilustrativa al respecto, parece estar escrita solo para justificar el retardo, la resistencia, en fin, la negativa de los “aliados” para abrir el Segundo Frente que atacara a los nazis por lo que entonces era su retaguardia; esperaban acudir ya nada más a recoger los pedazos del experimento socialista y dejaron sola a la Unión Soviética, esa es la verdad y la explicación última de tantas víctimas.

El heroísmo aludido no es propaganda. Después de tres meses de asedio, la ciudad de Stalingrado (hoy Volgogrado), situada en la orilla, digamos, europea, del enorme río Volga, librando la batalla más sangrienta en toda la historia de la humanidad y dirigida personalmente y en campo por entregadísimos miembros del Partido Comunista, rompió en cerco de los nazis. Adolfo Hitler perdió los dientes en Stalingrado. La Werhmacht ya nunca recuperó ni su fuerza ni su moral y ya no obtuvo victorias significativas en el Frente del Este y, empujada por el Ejército Rojo, la retirada de los fascistas empezó a cobrar visos de una derrota total y definitiva, la caída del Tercer Reich era cuestión de tiempo.
Ahora bien, póngase atención a estas fechas y se dimensionara la perfidia: 1) Stalingrado: el Jefe del 6º Ejército Alemán se rinde el 31 de enero de 1943, 2) El desembarco en Normandía: los “aliados” (que todavía esperaron que las fuerzas nazis en el Oeste de Europa disminuyeran movilizándose para apoyar a los soldados que huían del Este acosados por el Ejército Rojo), se llevó a cabo el 6 de junio de 1944; y, 3) Los acuerdos de Bretton Woods, en los que se reconfiguró la economía del mundo a favor de Estado Unidos y sus aliados ya sin comillas, el 1 de julio de 1944, menos de un mes después de la apertura del Segundo Frente.

En el Hotel Mount Washington, en Bretton Woods, una población relativamente pequeña del estado norteamericano de New Hampshire, ya no en Teherán y menos en Moscú, se reunieron los jefes de las economías más poderosas del mundo, bajo el mando de los Estados Unidos. Ahí discutieron, entre otros temas de su urgente interés, la forma de controlar la economía del mundo en los años por venir, actuar antes de que se consolidara el poderío de la Unión Soviética y el socialismo que ya se veía venir en Europa, antes también, de una muy posible llegada de una revolución en China dirigida por Partido Comunista. En el aquelarre de Bretton Woods, se acordó que en adelante sería el dólar y sólo el dólar la moneda mundial y que no necesitaba respaldo en oro; se acababa oficialmente el patrón oro. ¿Por qué? Porque lo ordenaba la economía más poderosa el mundo, la más beneficiada económicamente por la Segunda Guerra Mundial. Bretton Woods, fue en el terreno económico, lo que en el terreno militar fue el desembarco en Normandía, la movida imperialista para impedir el avance del socialismo. Pero los tiempos están cambiando rápidamente, el rey se muere. De eso me ocuparé en la próxima entrega. Suplico a los interesados, en caso de que los haya, tengan un poco de paciencia.