El conocimiento como mercancía

Por Abel Pérez Zamorano


El conocimiento como mercancía

La Crónica de Chihuahua
Abril de 2017, 09:30 am

(El autor es un chihuahuense nacido en Guazapares, es Doctor en Desarrollo Económico por la London School of Economics, miembro del Sistema Nacional de Investigadores y profesor-investigador en la División de Ciencias Económico-administrativas de la Universidad Autónoma Chapingo.)

A final de cuentas, aunque sea realizada por individuos y parezca solo obra personal, toda actividad humana es, en el fondo, social; el hombre mismo es un ser social; desde su origen surgió en colectividad, por necesidad incluso de elemental sobrevivencia.

La formación de las capacidades de cada persona, desde la de hablar, distintiva de la especie humana, es resultado de la acción de toda la colectividad.

Como definía Aristóteles, el hombre es formado en y por la polis; cada persona es lo que sus relaciones son; por ello, el simple concepto de un hombre aislado de la sociedad es en sí mismo una contradictio in adjecto; su conducta económica como consumidor, su moral, religión, costumbres, idioma, apreciaciones estéticas y preferencias, todo está socialmente determinado.

Nadie se forma a sí mismo en solitario, por su puro e individual esfuerzo, aunque en la realidad se presente así el fenómeno.

Sin embargo, la ideología dominante, basada en el egoísmo y en el más profundo individualismo, y que todo lo convierte en mercancía, hiperboliza el esfuerzo individual para dar la impresión de que cada persona se forja sola y que todas sus capacidades las debe únicamente a su esfuerzo individual, a su inteligencia y disciplina. Esta idea no es casual, y mucho menos inocua.

Al pretender justificar la tesis de que cada quién es demiurgo de sí mismo, hace al individuo dueño absoluto de sus conocimientos y habilidades, y así, concebidos éstos como propiedad privada, se justifica su transformación en mercancía, pues cada quien vende lo que es suyo.

El sistema educativo está diseñado para obrar este prodigio en la mente de niños y jóvenes, que los lleva a rechazar o a minusvalorar el carácter social de su educación.

Siempre creemos que nuestros progresos son solo nuestros y, a lo sumo, obra del apoyo familiar, y eso es muy cierto, pues sin un esfuerzo personal tesonero nadie podría educarse. Pero esa es solo la mitad de la verdad, pues se deja de lado la aportación social en el proceso educativo, y, ése es precisamente el quid de la cuestión: escamotear a la sociedad su mérito y, por tanto, su derecho a ser retribuida por el individuo por ella educado, y otorgar a este último el poder “legítimo” de lucrar con “sus” conocimientos, aun a costa de la propia sociedad que lo educó. Intencionalmente se desestima el hecho de que la sociedad provee todos los recursos para que las escuelas existan: desde los edificios mismos hasta libros, laboratorios y computadoras; los profesores y trabajadores, parte de la sociedad directamente involucrada en el proceso, son remunerados con impuestos pagados por el pueblo, es decir, con el producto del trabajo social.

La experiencia y la sabiduría acumuladas por la humanidad en el transcurso de su historia son resultado del esfuerzo de investigación, de reflexión y de la práctica social desde el origen mismo del hombre: todo eso nos es ofrecido ahora como fruto maduro en la educación.

Ciertamente, todo profesionista necesita emplearse para obtener su sustento, y ha de buscar una colocación; el problema es que el sistema educativo enseña a convertir ésa, que es una necesidad legítima, en un derecho absoluto y egoísta, aislado de toda consideración social.

Se educa a los estudiantes en el espíritu de que su realización personal consiste única y exclusivamente en su capacidad para vender su fuerza de trabajo en las mejores condiciones y obtener de lo aprendido el máximo provecho personal.

Se evita cuidadosamente inculcarles la solidaridad social, el patriotismo y otros valores superiores al dinero, y para realizar esta función de reproducción ideológica se forma a los profesores “idóneos”, como suele decirse hoy en día.

Y así, una vez convertido en mercancía por medio de estos malabares lógicos, el conocimiento deviene, como todo en la actual sociedad, en un lucrativo negocio, pero no tanto para quienes han estudiado con mucho esfuerzo, durante años; a ellos se les paga las más de las veces miserablemente: los verdaderos beneficiados son quienes los emplean para utilizar su saber.

En este contexto, por ejemplo, se ha convertido en lucrativo negocio vender conocimiento en las escuelas particulares, cuya matrícula sigue creciendo aceleradamente, en lo que constituye una progresiva y silenciosa privatización de la enseñanza.

El conocimiento se imparte orientado señaladamente a favor de empresas, bufetes profesionales, consultoras, etcétera, para elevar su eficiencia, competitividad y ganancias, mas no en beneficio de la sociedad.

Llegados a este punto, es importante destacar que el móvil de los profesionistas, así formados por las escuelas, no nace de sus propias cabezas o del simple egoísmo individual, que algunos quieren ver como algo innato en el hombre, ni es tampoco, en lo fundamental, de origen puramente ideológico.

En realidad tiene su base en las relaciones económicas predominantes, basadas en el monopolio de los medios de producción, en la competencia y la maximización de la ganancia, circunstancias objetivas que generan una feroz lucha por la existencia, como la descrita por Darwin en el mundo animal, todo lo cual, en vez de promover la cooperación y la solidaridad social, impele a los seres humanos a una confrontación de todos contra todos, donde solo el más fuerte podrá tener éxito.

Pues bien, como consecuencia de estas relaciones económicas y de su correspondiente ideología, muchos profesionistas, de todas las carreras, así formados por el sistema educativo, egresan con la idea fija de usar su conocimiento en exclusivo provecho personal, a costa de quienes menos saben (algunas profesiones destacan en esta visión y en su práctica).

En las disciplinas técnicas, por ejemplo, un hallazgo o innovación es fuente potencial de una patente que lo vuelve mercancía al convertirlo en propiedad privada de su autor, exclusiva por definición.

Consecuentemente, como lo dicta el imperativo de la competencia, que rige sobre toda la sociedad, el propósito no es compartir lo creado para buscar genuinamente cómo hacer más libre y feliz a la sociedad.

La ciencia y los científicos se han convertido así en propiedad de las grandes empresas, para innovar en todos los ámbitos del conocimiento y la tecnología en busca de más utilidades. Destaca en este uso de la ciencia su aplicación a fines militares, para diseñar mecanismos cada vez más mortíferos y tecnologías más efectivas para matar.

En fin, el interés común precisa de un cambio urgente en las relaciones económicas y sociales que hacen del conocimiento una mercancía; en lo inmediato exige sustituir los principios de individualismo y acendrado egoísmo con que se educa a los jóvenes, estableciendo en su lugar el fomento de la sensibilidad social y de un genuino espíritu patriótico, para formar profesionistas conscientes de que su conocimiento es valioso para su felicidad y éxito personal, sí, pero también necesario para el bienestar común.

Se requiere de una nueva relación social que garantice a cada persona todas las posibilidades de éxito y bienestar, pero sin someter a la sociedad al poder de individuos; una relación que restituya a la sociedad el control y pleno disfrute de su creación: el conocimiento.