El gran capital y la justicia social

Por Omar Carreón Abud


El gran capital y la justicia social

La Crónica de Chihuahua
Enero de 2014, 14:38 pm

Tal como lo descubrió Carlos Marx hace ya casi 150 años, los progresos científicos, técnicos y de procedimientos en la producción, bajo el régimen capitalista, se convierten en una cadena más en el cuello de los obreros y aumentan a niveles escandalosos su esclavitud asalariada.

La máquina y las novísimas formas de moverla con gran potencia, a gran velocidad y con precisión sobrehumana, las nuevas formas de organizar la fábrica, el taller o la tienda, no serían un alivio, una descarga de trabajo extenuante, ni en rigor, ni en duración, habrían de ser un nuevo aditamento monstruoso para hacer el trabajo más difícil y cansado, una obligada tortura.

La máquina tornó al obrero un apéndice de ella, ya no más el hombre trabajaría a su ritmo, sino al de ella, ya no dominaría el trabajo vivo al trabajo muerto, sino el trabajo muerto, como salido de la tumba, se le impondría al vivo, pero no sólo en lo referente a la intensidad, también habría de imponérsele porque hizo al trabajo vivo menos creativo, le quitó la totalidad de los manipulaciones para tener un objeto terminado y las confinó a sólo una fragmento de ellas, a veces mínimo y transformó el trabajo en rutinario y monótono y, por lo mismo, en actividad extenuante y embrutecedora (“Rehaced la unidad del hombre y lo haréis cuan feliz puede ser”, escribió Rousseau).

La fragmentación de la actividad laboral en la que el obrero ya no produce una mercancía completa sino sólo una parte insignificante de ella, convierte al trabajador en fácilmente eliminable porque es muy fácilmente sustituible, el empleado ya es mucho más vulnerable a los designios del patrón, que es quien, en última instancia, está atrás de la máquina, pues el hecho de que, bajo el capitalismo, las relaciones entre los hombres aparezcan como relaciones entre cosas, no quita ni un ápice el hecho craso y permanente de que se trata de relaciones entre individuos que viven y se desarrollan en sociedad. Los efectos devastadores de la máquina y la nueva organización del trabajo no se quedaron enterrados en el siglo XIX, ni sólo aparecen en la magna obra de Carlos Marx, en El Capital, están vivos hoy y pululan a nuestro alrededor.

El gran capital del mundo, que todavía tiene varias de sus importantes sedes en los Estados Unidos, así lo demuestra con un poco que nos acerquemos a su realidad. Tomemos Wal-Mart, por ejemplo, negocio gigantesco que es la empresa privada que tiene más empleados que ninguna (1.3 millones en Estados Unidos y poco menos de un millón en el resto del mundo, es decir, 2.3 millones).

Esta poderosa cadena de tiendas de ventas al menudeo (que incluye Sam’s), empezó como un solo establecimiento en Rogers, Arkansas, en 1962 y su fundador se llamó Sam Moore Walton (la cadena se llama Wal por las tres primeras letras del apellido del señor y, Mart por algunas de las que componen “market”, mercado en español). Wal-Mart empezó pagando a sus empleados, unos 63 centavos la hora, pero, precisamente en el año de su fundación, el salario mínimo federal fue fijado en 1.15 dólares la hora para todas las empresas que tuvieran más de 50 empleados; el artista de la ganancia, Don Samuel, con el fin de evadir el aumento, argumentó a la autoridad que sus empleados pertenecían a diferentes tiendas, pero el argumento fue rechazado y el empresario multado.

Pues bien, Don Samuel no se amilanó, la política de bajos salarios de Wal-Mart no sólo no se acabó, sino que con los años cobró más fuerza y amplitud: en las grandes tiendas minoristas de Estados Unidos, el costo de la nómina ocupa entre el 8 y el 12 por ciento de las ventas; no obstante, Wal-Mart instruye a sus gerentes a mantenerla entre el 5.5 y el 8 por ciento de las ventas y el directivo que no cumple con la norma se va a la calle.

Los niveles salariales de Wal-Mart (la empresa afirma que paga 12.67 dólares la hora, pero se sabe que se las ingenia para pagar varios dólares menos) impactan negativamente a los salarios de las zonas en donde se establecen las tiendas e impactan también, de la misma manera negativa, a los precios de venta de los proveedores.

No es sólo el caso de los trabajadores de las enormes tiendas minoristas como Wal-Mart, en una situación muy parecida están los empleados de las cadenas de comida rápida (fast food), al grado de que, poco antes de que terminara el año, ya estaban convocando a movilizaciones en cerca de 100 ciudades de Estados Unidos.

Luchan, según se supo, por un aumento del salario mínimo a 15 dólares la hora (es más de lo que ganan muchos mexicanos en un día, pero allá el costo de la vida es mucho más alto, no debe pensarse, por tanto, que esa gente vive en el lujo y que lo que la impulsa es la ambición).

En Chicago, en donde ganan 8.25 por hora, ya salieron a la calle los trabajadores de los acreditados restaurantes de fast food y almacenes minoristas, McDonalds, Wendy’s, Walgreens, Macy’s y Sears. Una empleada de McDonalds en Chicago gana 8.25 dólares la hora y, para mantener a su pequeña hija, tiene un segundo trabajo en Red Lobster (otro restaurante parecido) y todavía tiene que acudir a los establecimientos de ayuda alimentaria gratuita; seguramente no salió de compras de navidad y su hijita se quedó esperando sus regalos. ¿Andan mal las ganancias de los sacrificados patrones? Juzgue usted, tengo el dato de Wal-Mart: ganó 11 mil 591 millones de dólares sólo entre febrero y octubre pasados, un aumento de 1.7 por ciento más que en el mismo período del año 2012. Increíble. ¿Cómo han podido llegar a ser tan explotados, tan vulnerables, tan débiles individualmente los trabajadores que contribuyen a hacer realidad tan inmensa riqueza? Por los avances de la organización del trabajo y la maquinaria. Ahora, las tiendas minoristas ya no son lo que fueron. El empleado que recibía, revisaba y aprobaba la mercancía, que la clasificaba y guardaba, que la mostraba y la recomendaba al comprador, que era un conocedor, un pequeño experto (como todavía sucede en algunas tiendas de casimires, por ejemplo), ya es cosa del pasado. Ahora, la insólita división del trabajo ha convertido al empleado en un cargador o en un simple vigilante de la tienda, hasta quienes tienen la responsabilidad de cobrar, ya no necesitan conocer ni las cuatro operaciones ya que con el moderno código de barras se sabe hasta el cambio que se debe entregar al cliente. ¿Y los fast food (que deberán fenecer cuando el hombre retorne al gusto por la buena cocina)? Esos ya no requieren de un chef ni un mesero atento y que aconseje y atienda al parroquiano, ahora la cadena productiva tiene aparatos y manuales de procedimientos y “pague primero y coma después”, lo que le sirvan.

Los trabajadores son más mecánicos, más rutinarios, más esclavos, ¡más prescindibles!

Así se han hecho posibles los abusos brutales de los Sam Walton y sus herederos y los otros “dadores de trabajo”. Y después de muchos años de relativo bienestar de la clase obrera norteamericana, la crisis de sobreproducción (de mercancías y de ganancias) en el mundo, el hecho de que al capital se le está corriendo el maquillaje, la vida, pues, está empujando a los trabajadores de las retailers y fast food a que intenten organizarse para exigir que se les quede un poco más de la ganancia que producen y, por tanto, una vida un poco mejor para sus hijos. Ahora se vienen a la cabeza las palabras que escribió Boccaccio en “El casamiento imprevisto”: “La pobreza les abrió los ojos que la fortuna y la prosperidad les habían mantenido cerrados”.

No me queda sino desearles a esos modestos trabajadores todo el éxito del mundo. Morelia, Mich., a 1 de enero de 2014