Democracia, para quienes tienen dinero

Por Abel Pérez Zamorano


Democracia, para quienes tienen dinero

La Crónica de Chihuahua
Marzo de 2015, 08:21 am

(El autor es un chihuahuense nacido en Témoris, Doctor en Desarrollo Económico por la London School of Economics, miembro del Sistema Nacional de Investigadores y profesor-investigador en la División de Ciencias Económico-administrativas de la Universidad Autónoma Chapingo.)

Estamos en pleno proceso de renovación de la Cámara de diputados y varias gubernaturas, y como es usual, la publicidad electoral repite machaconamente sus conocidos clichés de igualdad y libertad, como aquello de que “todos tenemos los mismos derechos y decidimos con nuestro voto el destino de México”; “tu voto cuenta”, nos dicen. Lamentablemente, en la realidad la democracia o gobierno del pueblo va tornándose cada vez más ficticia, pues una élite económica y cultural (los amos de México, les han llamado) controla las grandes decisiones. Aunque, ciertamente, un buen sector de la sociedad, sobre todo los jóvenes, perciben que algo no anda bien en todo esto y lo manifiestan absteniéndose de votar: en muchas ocasiones lo hacen más del 70 por ciento de los electores. “Con un nivel de 41%, México se encuentra entre los países latinoamericanos con mayor abstencionismo…” (Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública, Cámara de diputados, abril de 2012).

Pero la sensación de libertad y de que todos decidimos tiene una cierta base, y ésta radica en que en nuestros tiempos las leyes establecen la igualdad formal de todos los ciudadanos, mientras que antiguamente otorgaban derechos especiales a las diferentes clases, estamentos o castas. Se lee en el Artículo primero constitucional: “Queda prohibida toda discriminación motivada por origen étnico o nacional, el género, la edad, las discapacidades, la condición social, las condiciones de salud, la religión, las opiniones, las preferencias sexuales, el estado civil o cualquier otra que atente contra la dignidad humana y tenga por objeto anular o menoscabar los derechos y libertades de las personas”. Pero ni aun en su forma pura la democracia ha sido para todos por igual: ha sido siempre una forma de gobierno y ejercicio del poder de una u otra clase. En sus tiempos dorados, en la Grecia de Pericles, no todos podían votar: sólo los hombres libres y con alguna riqueza, no así las mujeres, los esclavos ni los libertos; tampoco los extranjeros (metecos), quienes no eran considerados ciudadanos. La ciudadanía era excluyente, y con ella el derecho a votar. El ágora y la ecclesia (asamblea del pueblo) en ella reunida, eran asunto de los propietarios. En la república romana se imponía también la riqueza en la democracia de los patricios. En Inglaterra, la cámara de los lores nació como asamblea de grandes propietarios, dueños también del poder político e influyentes contrapesos del propio rey.

En Estados Unidos, como en muchos países, existió el sufragio censitario (que establece como requisito la propiedad para poder votar), aparte de cierto nivel de educación. A inicios del siglo XIX hubo fuertes luchas por eliminar tal condición y pasar al sufragio universal, donde todos los mayores de edad pudieran votar. En muchos países de Latinoamérica existió también el sufragio censitario hasta ya entrado el siglo XX, quedando después durante algún tiempo el requisito de saber leer y escribir, que también restringía la participación ciudadana.

La democracia presupone un cierto nivel de igualdad entre quienes la ejercen, pues sólo puede igualarse políticamente lo que es igual económicamente; y en las fases iniciales del capitalismo algo de esto existía, pues la estructura económica se basaba en una gran cantidad de pequeñas propiedades. Pero al madurar la economía de mercado ha venido a exhibir contradicciones que en su juventud no podían aflorar, concretamente, el escandaloso contraste entre las grandes fortunas y la miríada de pequeños propietarios y, más aún, la gran masa de desposeídos. Dice Thomas Piketty en su célebre obra El capital en el siglo XXI, refiriéndose a la democracia en Estados Unidos: “En 1840, Tocqueville señaló muy acertadamente que ‘el número de grandes fortunas en Estados Unidos es muy pequeño, y el capital es aún escaso’, viendo en ello uno de los orígenes más evidentes del espíritu democrático que –en su opinión– reinaba en los Estados Unidos. Añadía que todo resultaba –según sus observaciones– del bajo precio de las tierras agrícolas: ‘En América, la tierra cuesta poco, y cualquiera puede volverse propietario’. He aquí el ideal de Jefferson de una sociedad de pequeños terratenientes libres e iguales” (Piketty, pág. 169, FCE).

Mas hoy esa condición ha cedido su lugar a una brutal polarización económica, que conduce a la diferenciación en los derechos políticos efectivos. Esto ha dado lugar a una oligarquía (gobierno de pocas personas) basada en la existencia de unas cuantas, gigantescas y omnipotentes fortunas; en el otro polo están los pobres en la más absoluta indefensión, desinformados, con bajos niveles culturales, agobiados por las necesidades cotidianas de sobrevivencia y sumamente susceptibles a las presiones de sus empleadores. Los magnates influyen decisivamente en los mecanismos de decisión, poseen más y mejor información, mayor cultura, y pueden pagar costosas campañas electorales. La publicidad es carísima, y ahí la riqueza se impone. Un pobre tampoco dispone del tiempo necesario para dejar su trabajo y recorrer el país en busca de votos: al día siguiente de intentarlo saldría despedido. Según la revista Forbes, la mayor de las grandes fortunas es superior a 73 mil millones de dólares; el segundo señor más rico posee 18 mil 200 millones. En cambio, según INEGI, 4.1 millones de ocupados no perciben ingreso alguno; 6.7 millones (15.1 por ciento de los ocupados a inicios del año pasado) perciben un salario mínimo diario, y 11 millones de mexicanos, casi uno de cada cuatro, gana a lo sumo dos salarios mínimos. Reconoce asimismo el INEGI que, entre 2010 y 2012, el número de personas que ganaban dos minisalarios al día cuadruplicó al número de quienes percibían cinco o más. México, pues, está económicamente polarizado y la democracia se ve amenazada, pues pierde su base económica.

Hoy, ciertamente, existe la igualdad ante la ley, pero no en las circunstancias de vida; mas no basta con la igualdad de papel, si tiene por base una gran disparidad económica y cultural. Así pues, la democracia, entendida, insisto, como gobierno del pueblo y para el pueblo, se hace cada vez más irreal al perder su base económica, y va quedando secuestrada. Consecuentemente, sólo una distribución equitativa del ingreso podrá reconstruirla y abrir las puertas de la ciudadanía real, de la democracia efectiva y universal, a todos los mexicanos; sólo así la discriminación dejará de ser sólo cosa de papeles y decretos para convertirse en práctica cotidiana de todos los ciudadanos de este país.